XXI

121 21 5
                                    

     Tuvo que pasar cerca de una hora hasta que Elvira comprendió que el jefe indio no se movería de la posición que había adoptado: sentado en el suelo de la cabaña, apoyando la espalda contra la puerta y observando a la joven minuciosamente. Pareciera que no le miraba con emoción alguna en los ojos, al menos eso percibía Elvira en la oscuridad de la noche.

     Horas más tarde Elvira decidió tumbarse lentamente sobre el lecho al que el indio le había llevado y tardó más aún en cerrar los ojos y rendirse al sueño. Se sentía agotada, a pesar de haber estado tantos días en reposo. Se había prometido a sí misma que se ganaría su confianza pero cada vez que lo recordaba la boca del estómago se le cerraba y las lágrimas se acumulaban en la parte trasera de sus ojos, ¿en qué momento su vida había cambiado tanto? Era una pregunta que se había repetido tantas veces... Sabía que tenía que ser fuerte, por su padre, por sus hermanos, por ella, por su orgullo. Y, sin embargo, anhelaba la llegada de la noche para poder evadirse de la realidad. 

13 Mayo 1776

- Tu'um does. - Saludó Nollkaku como era costumbre, con la misma sonrisa que adornaba su rostro todas las mañanas.

- Tu'um does. - Respondió Elvira. Ella, al contrario que él, siempre tenía en su rostro dibujada una expresión de tormento: sus ojos parecían estar vacíos de cualquier emoción y hacía meses que sus labios no se elevaban en una sonrisa. 

     ¿Cuánto tiempo había pasado desde su llegada? Elvira no lo sabía con exactitud, pero la primavera ya había hecho su aparición. Los árboles, las flores, la vegetación en general estaba creciendo y los días se iban alargando cada vez más. El frío desaparecía poco a poco, el tiempo pasaba.

     Muestra de ello era también el ligero conocimiento que la joven había adquirido del idioma que allí utilizaban. Había aprendido a decir buenos días, comer, no quiero, y pocos vocablos más. Echando la vista atrás sabía que podría haber perfeccionado su forma de comunicación con aquellos salvajes si hubiese tenido una actitud más receptiva, pero no estaba dispuesta a ello. Prometió ganarse la confianza del jefe, no la de toda la tribu, había aprendido términos básicos que le servían cada día, no tenía la necesidad de entender cada mínima palabra. 

- Tectakaw. 

     Elvira aceptó el cuenco de barro que aceptaba todas las mañanas y desayunó el mismo contenido que desayunaba cada día. Le era imposible no sentir pesadez y vacío en su interior cuando todos los días eran lo mismo, hacía lo mismo, comía lo mismo y se comunicaba lo mismo de poco con la gente a su alrededor. 

     Un suspiro pesado escapó sus labios cuando terminó de desayunar, sentía que se volvería loca, mejor dicho, deseaba volverse loca. Al menos si perdía la cordura no se daría cuenta del cambio de las estaciones a pesar de la monotonía en la que estaba encerrada. Era como si el mundo a su alrededor girase sin permitirle a ella avanzar con él. 

     El indio era consciente de las emociones de la joven. Él era un experto en interpretar rostros y señales no verbales, así era como se entendían la mayoría de su gente; y le dolía ver a la chica tan decaída, sobre todo después de los progresos que había hecho integrándose en el poblado. Miró el cielo, que se extendía azul y sin una nube, por la única ventana que había en su cabaña y esbozó una sonrisa más amplia: aquel día le vería sonreír. 

     Cogió su mano con delicadeza y ayudó a Elvira a levantarse de la cama, para llevarle a beber agua y hacer sus necesidades, como todas las mañanas.

- Alok kaxtxilaa'ppüi. - Explicó con emoción Nollkaku por el camino. Siempre intentaba hablarle en su idioma en todo momento, aunque ellos no hacían un uso tan extenso de las palabras. Entendía que los salvajes que le habían enseñado a Elvira a vivir le habían generado una dependencia del idioma demasiado grande, por eso él se esforzaba en hablarle en el suyo, aunque no comprendiese del todo lo que le decía. 

     Además, su corazón saltaba de alegría y se llenaba de orgullo cuando la joven le respondía con algún vocablo o daba signos de entendimiento, le hacía creer que llegaría el día en el que ambos entendiesen a la perfección lo que el otro quería decir. 

     Y, mientras tanto, él haría todo lo posible porque Elvira viviese como ellos, lo que también incluía apreciar la naturaleza y la vida como un regalo divino y sagrado por el que dar gracias en todo momento. Pero no solo eso, sino también como algo hermoso y merecedor de admiración. 

     Cuando regresaron al centro del poblado, Nollkaku buscó con la mirada a varios de los niños que había y no tardó en encontrar un grupo de alrededor de diez correteando por la zona. Elvira escuchó cómo les decía algo a aquellos niños y estos, en respuesta salían hacia ellos a toda velocidad, cogiéndoles de las manos y guiándoles fuera del poblado. 

     La joven se dejó arrastrar, no podía hacer otra cosa. Incluso aquellas criaturas, que no superarían los diez años de edad, se movían con más soltura por la maleza que ella. Saltaban y gritaban felices, y era normal. Esa era la vida que habían conocido desde su nacimiento, no sabían que fuera existían civilizaciones mucho más avanzadas, no sabían que como seres humanos que eran tenían la capacidad de construir barcos, trabajar con pólvora, estudiar materias como historia, álgebra, filosofía... Ella sí lo sabía, lo había vivido, y era ese el motivo por el que no podía ser feliz allí. 

     No tardaron demasiado en llegar a un claro donde apenas crecían árboles. El cielo, completamente despejado aquella mañana, podía verse sin problema y la tierra no era dura y áspera, sino blanda y fresca. La hierba era de un color muy vivo y alta, tan alta que cubría por completo la altura de los niños y a Elvira algunos tallos le llegaban a la altura de los ojos. No era difícil moverse entre ella, sin embargo, pues a cada paso que daban éstos se movían con gracia, como impulsados por una brisa de aire inexistente. 

     Nada más llegar los niños soltaron sus manos y salieron correteando, jugando entre ellos y entre la hierba. Elvira se quedó con Nollkaku, que aún tenía sus dedos entrelazados con los de ella y observaba detenidamente su expresión en cada momento. 

     ¿Por qué le había llevado hasta allí? ¿Con qué finalidad? ¿Qué quería mostrarle? 

- Ha'pa wi'la. Kaxtxilaa wi'la. - Explicó el jefe indio, desviando su mirada hacia la hierba de su alrededor con damiración tan solo unos segundos.

- ¿Wila? - Elvira no podía evitar sentir curiosidad por lo que había dicho pues sabía que era el motivo por el que le había llevado allí. Sabía que "ha'pa" significaba hierba, no lo había olvidado desde el día en que lo aprendió pero necesitaba algo más para poder interpretar aquellas frases. 

- ¿Wi'la agñi? Ka'ni wi'la... Elvira wi'la. - Respondió el indio. Sabía que con las palabras la joven no habría comprendido nada, pero tal vez con los gestos y su mirada... Le observaba como si fuese lo más hermoso que había visto en su vida y con los dedos de la mano que tenía libre acarició con delicadeza la mejilla de la joven y varios mechones de pelo que salieron a su encuentro. 

     Tal vez... tal vez con aquel gesto y los sentimientos que transmitían su mirada Elvira lograse entender que el término wi'la significaba hermoso en su lengua. 

Siete años en AméricaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora