XLIV

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14 Marzo 1794

     Cuando Ignacio abrió la puerta no esperaba encontrarse con su madre, Nicolás y su padre esperándole en la misma entrada. Sintió al instante un aguijonazo de culpa al ver el rostro de preocupación de su madre, pero no por lo que había hecho, si no por lo que estaba a punto de hacer.

- ¿Dónde has estado? - Preguntó Felipe, levantándose de su asiento.

     Ignacio lo observó entretenido, aunque se esforzó porque su rostro permaneciese serio. Felipe siempre hacía lo mismo: cuando veía que no era capaz de controlarle se erguía y cruzaba de brazos, intentando mostrarse imponente. Con Ignacio pocas veces conseguía verse así.

- Siento no haber estado presente en tu gran día, hermanito. Felicidades, ya tienes doce años.

     Nicolás elevó las comisuras de los labios con escepticismo. Era consciente de que su hermano realmente no lo sentía, aunque a él poco le afectaba pues Ignacio habría acabado quitándole protagonismo, como siempre hacía.

- No esquives mi pregunta, Ignacio.

- Lo siento, Felipe. He estado preparando todo lo necesario.

- ¿Lo necesario para qué?

- Me dijiste que para el día catorce tendría que saber qué hacer con mi futuro. Ya lo sé, y lo tengo todo preparado, solo me falta pedir algo de dinero prestado. - Explicó Ignacio, encogiéndose de hombros. No entendía el rostro de incredulidad de Felipe, al fin y al cabo había hecho lo que él mismo le había pedido.

- Ignacio, ¿Qué planeas? - Elvira, que había permanecido en silencio todo el rato, intentando adivinar las ideas de su hijo mayor, habló por fin.

     El chico tanteó las opciones que tenía de contarle a su madre sus planes, ¿Cómo le afectaría menos? Era imposible saberlo, pero su madre era una mujer fuerte así que decidió contárselo directamente.

- Quiero ir a América.

     Nicolás estuvo a punto de dejar escapar una risa, no creía que su hermano estuviese hablando en serio. Pero enmudeció al instante, aquellos ojos ambarinos que le resultaban tan extraños resplandecían con firmeza en la estancia tenía mente iluminada. Esa mirada... Era la misma que la de su madre.

- Puedes venir conmigo, mamá. Podemos volver y buscar a papá, juntos.

- ¡Deja de decir sandeces! - Felipe perdió toda la compostura que le caracterizaba. - Esta es tú familia, este es el lugar donde debes estar. No pienso costearte un estúpido viaje a las Américas para que vayas a jugar.

     Ignacio hizo caso omiso de las palabras del arquitecto, tan solo le dedicó una rápida mirada cargada de furia antes de dirigirse nuevamente a su madre; aquel hombre no le arruinaría sus planes.

- Mamá, por favor. - Suplicó. Se acercó a su madre y se arrodilló para poder verle a los ojos sin que ella tuviese que alzar la mirada, al mismo tiempo que sujetaba sus manos con cuidado.

- Ignacio, volver a América es... - Comenzó Elvira. Pero no podía continuar. ¿Qué era? Era emocionante, era peligroso, era una locura. Sabía lo mucho que su hijo mayor anhelaba regresar, ella... También había días en los que lo deseaba, pero dejar a su familia en España no era una opción y mandar a su hijo completamente solo a América...

- Es lo que siempre he querido mamá. Tú sabes que este no es mi sitio, que no pertenezco a España por mucho que lo he intentado.

- Ignacio, si vas... Me temo mucho que no puedo acompañarte.

Siete años en AméricaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora