XII

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- Ihaqx jxwi.

- Sí, sí. - Elvira no había comprendido lo que el jefe había querido decirle, pero lo había intuido. Había señalado con la cabeza una especie de taburete al mismo tiempo que pronunciaba aquello, por lo que se sentó.

     Tanteó la idea de salir corriendo, aunque estaba segura de que no llegaría muy lejos: los niños que estaban tan entretenidos con ella seguían pululando a su alrededor y estaban prácticamente en el centro del poblado, todos le verían salir corriendo. Sin contar con la velocidad de aquel hombre, no podría escapar así de fácil. 

- La verdad es que vosotros no parecéis salvajes. - Comentó, dirigiéndose a los niños. No le entendían, no sabrían lo que estaba diciendo, pero reaccionaban ofreciéndole una sonrisa y mirándole con curiosidad, no con recelo o superioridad. Aquello le agradaba. - Supongo que os vais volviendo salvajes con la edad, ¿no? Hasta acabar como vuestro supuesto jefe. 

     Un rugido, proveniente del interior de sus tripas, interrumpió su monólogo. Elvira notó cómo las mejillas se le coloreaban ligeramente y buscó a su alrededor algo similar a una cocina. Los niños comenzaron a reír, imitando el sonido que habían escuchado produciendo gruñidos, a cada cual más alto.

- Ya está bien. ¿Cómo queréis que no me rugan las tripas? Llevo horas sin comer, y estoy acostumbrada a tres comidas por día, no sé cómo lo haréis vosotros. 

-  Tectakaw.

     El indio que le había arrastrado hasta aquella situación le ofreció un cuenco de barro, donde Elvira diferenció el mismo líquido blanco que habían intentado hacerle tomar antes de llevarle a beber agua. 

- No pienso comer eso, no sé qué es o qué lleva. 

- Tectakaw. - Repitió el hombre. Soltó un suspiro, cansado por lo difícil que se volvía todo a causa del lenguaje y se agachó hasta quedar a la altura de la chica. Le miró a los ojos con intensidad y volvió a repetir la palabra, simulando que bebía aquel líquido del cuenco.

- Sí, ya sé que quieres decirme que coma, pero que yo te he dicho que no lo voy a hacer. Tendréis que tener más cosas, algo que sepa lo que es, que me asegure que no va a matarme. 

- ¿Tooki tectakaw dokpaat? - Inquirió uno de los pequeños, acercándose al jefe y observando a Elvira con una expresión triste en el rostro. 

- Koihusne. Tkiikwiil xochstawi koihusne.

- No me miréis así, no es tan difícil de entender. Si le ofreces algo de comer a alguien y no lo acepta será que no quiere tomarlo. Señor mío, deme paciencia porque se presenta un día muy largo...

- Tooki nduku oyaime. 

     El indio jefe asintió despacio ante las palabras de lo que había dicho otra de las niñas pequeñas y se levantó con rapidez. Elvira siguió sus pasos con la mirada y observó cómo se acercaba y adentraba en una cabaña en específico, algo más grande que el resto. Salía de nuevo varios minutos después, con una gran hoja en la mano.

- ¿Hamukaai nduku? - Preguntó, con cierta esperanza en los ojos, mostrándole al Elvira lo que llevaba haciendo uso de la hoja como plato.

     La chica vio varios frutos secos. Sí, aquello podría servir para saciar su apetito, al menos sabía exactamente lo que era.

- Sí, esto mejor. No era algo tan difícil de comprender, ¿A qué no? Y con todo, parece que sin lo que sea que te haya dicho esa niña pequeña no lo habrías adivinado. Y ese es el jefe de la tribu... - Elvira cogió la hoja directamente y comenzó a comer, sin dejar de lado los modales que le habían enseñado a pesar de estar rodeada de salvajes.

     El indio adoptó la misma posición de minutos antes, agachado, de modo que sus ojos y los de Elvira permanecían a la misma altura. Le observaba comer como si fuese lo más fascinante del mundo, con las comisuras de los labios elevadas y los brazos apoyados en sus rodillas.

- Deja de mirarme. - La joven acabó dándole la espalda al ver que no cesaba aquel comportamiento tan extraño para ella.

     ¿Qué haría? Debía buscar la manera de huir, pero a plena luz del día y rodeada de indios como lo estaba... ¿No tenían que ir a asaltar otra misión? ¿Por qué no dejaban a las mujeres y los niños allí solos? En esa situación estaba segura de que podría apañárselas para huir...

     Los oscuros ojos del indio volvieron a aparecer en su campo visual. Se había levantado, caminado hasta quedar frente a ella y se había agachado una vez más.

- Desde luego, no os cansáis, obstinados como mulas. Aunque yo también tengo un temperamento similar, que lo sepas. Ya he dado por sentado que no me dejarás volver, así que tengo toda la intención de escaparme. Huiré y regresaré con mi familia. Deja de mirarme.

     El hombre paseaba sus ojos cada ciertos segundos de la mirada de Elvira a sus labios y no borraba aquella ligera sonrisa que se había dibujado. ¿Qué le hacía sonreír tanto? ¿Acaso estaba imaginándose cómo sería si rostro tras utilizar su cuerpo para algún extraño ritual? ¿Le acabaría echando a los osos como entretenimiento para su salvaje tribu?

- Ya he terminado de comer. - Comentó la chica, poniéndose en pie y dándole la gran hoja donde habían estado los frutos secos. Aún tenía hambre, pero había conseguido que disminuyese notablemente, aguantaría sin problema hasta la noche.

     Aquello le generaba muchas dudas, aunque la que más urgencia tenía por responder era: ¿Qué haría todo el día? Estaba claro que no estudiaban, ni tenían libros para leer u objetos de ocio que ella conociese. ¿Le obligarían a trabajar? ¿Forzarían su cuerpo hasta la extenuación y acto seguido le devorarían? ¿Qué harían..? La incertidumbre consumía a la chica, y acabaría ocasionándole alguna enfermedad si continuaba durante varios días más.

     El hombre volvió a sujetarle la muñeca con fuerza, dejando sobre su piel clara una señal roja allí donde sus dedos se posaban. Caminó hacia la cabaña de la que había sacado la hoja, arrastrándola. Elvira no intentó quejarse, aunque tenía por seguro que lo haría si intentaba llevarle otra vez hacia la cabaña con el tronco en el medio o cualquier lugar sospechoso.

Siete años en AméricaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora