XV

78 16 0
                                    

20 Noviembre 1775

     Aquel momento de intimidad no volvió a repetirse en los días siguientes. De hecho, parecía que la distancia entre ellos había aumentado. Elvira esperaba que, una vez habiéndose dado cuenta de que podían llegar a comunicarse, el indio dejase de atarle a aquel tronco por las noches, pero llevaba ya catorce lunas contadas y no había habido cambio alguno.

- Tu'um does.

     Elvira esperó pacientemente a que el jefe le diese por beber la bebida a base de arroz que siempre le daban y acto seguido le desatase. Aunque el estar cansada de quejarse todas las mañanas sin resultado alguno no le impedía observarle con odio cada vez que llegaba con los rayos del sol.

     La rutina era siempre la misma: desayunar, ser desatada, beber agua, ir al claro, seguir al indio, comer, seguir al indio, cenar, ser atada y dormir. La monotonía le mataba lentamente, el frío que se colaba por el mismo camisón que llevaba cuando le secuestraron se agarraba a su pecho cada día más.

- Agua. - Exigió la joven cuando regresaban a la tribu tras ir al claro.

     El jefe le miró extrañado, ¿Agua? Si ya habían ido a beber, ¿Más sed tenía? No dijo nada al respecto, simplemente le examinó durante un par de minutos y cambió el rumbo hasta el arroyo.

- Quiero bañarme. - Comenzó explicando Elvira al llegar, sin esperanza alguna en ser comprendida. - Llevo quince días aquí, con la misma ropa, ya se que sois salvajes y os comportáis como tal, pero no puedo estar más tiempo así.

     Nollkaku miraba con detenimiento los labios de la chica, esforzándose en comprender lo que decía aunque sin éxito. ¿Qué podría querer? ¿Qué estaría diciendo?

- Li. - Elvira recordó las palabras que sabía de su idioma y señaló el arroyo con la cabeza para que le permitiese acercarse.

     Una vez al lado del cauce de agua se sentó sobre la hierba, fría por el rocío de la noche que aún no había desaparecido. Observó sus delicados pies, anteriormente blancos y en aquel momento colmados de heridas, barro, una mezcla de suciedad y sangre reseca.

     Los elevó sobre el arroyo y comenzó a bajarlos poco a poco, deseando que la piel entrase en contacto con el agua.

- ¡Tooki! ¿Huku yakwás? - El hombre soltó la muñeca de Elvira para sujetarle de las piernas con fuerza y apartarla rápidamente del río.

- Pero, ¿Se puede saber qué te pasa ahora? ¿Quieres dejarme tranquila? ¡Simplemente quiero bañarme! ¡Y deja de tocarme las piernas! ¡Aléjate!

-  Teki. Li kaxtxilaa agñi.

- ¿El agua qué? No me dirás qué es solo para beber, ¡Me trae sin cuidado! ¡Deseo bañarme! Y me encantaría poder ponerme ropa decente y no esos extraños trapos que lleváis, me niego a deshacerme del camisón, por muy estropeado que esté.

- ¿Tkiikwiil kirikwaintalek?

     Sin esperar una respuesta, el jefe afianzó el agarre de las piernas de Elvira con una mano y colocó la otra en su espalda. Se levantó, cargando con ella sin dificultad, y caminó de regreso a la tribu.

- ¡Bájame! ¡Déjame en paz! ¡Sé caminar sola perfectamente! ¿Vas a volver a atarme? ¡Qué ni cruce la idea por tu cabeza de salvaje!

     El hombre no prestaba atención a los gritos de la joven, ya se había acostumbrado a escucharla quejarse día sí, día también. Tampoco se alteró cuando, especialmente los niños, se arremolinaron a su alrededor curiosos al llegar al poblado. Se dirigió al edificio de las mujeres, sabía que allí encontraría a un par más jóvenes que pudiesen acompañarla a nadar, además podría tener más ojos para vigilarle y evitar que escapase. 

- Inta'u haqa epu'pn.

     Al principio, todas las mujeres, daba igual la edad, observaron recelosas al jefe, que cargaba a aquella joven extraña con la que se había obsesionado. Ninguna se atrevía a decir nada, o a ofrecerse voluntaria.

- Tkiikwiil'e kirikwaintalek.

     Una joven, que Elvira supuso no superaría los dieciséis años, se levantó y acercó a ellos. Animada por su comportamiento, otra chica, que sí parecía un par de años mayor, la imitó. Bajo una mirada de aprobación de Nollkaku, ambas chicas buscaron una prenda de aquella ropa que llevaban que pudiese servirle a Elvira.

- No pienso ponerme nada de lo que me deis, quiero seguir con lo que llevo puesto, lo único que quiero es bañarme. Por muy salvajes que seáis, vosotros también debéis bañaros, ¿por qué no entendéis lo que digo?

     Cuando las chicas tenían todo lo que necesitaban salieron del edificio, seguidos por poco del jefe y Elvira. Se adentraron nuevamente entre la maleza, aunque Elvira no podía reconocer el camino. ¿A dónde le llevaban? ¿Finalmente había llegado el final de su vida? ¿Moriría a manos de aquel hombre salvaje y sin haber regresado con sus hermanos?

     Tardaron varios minutos en llegar a su destino, y Elvira no pudo evitar quedar maravillada. La habían llevado a un lago, escondido entre altos árboles. El terreno a su alrededor se elevaba varios metros y de un punto elevado nacía una cascada de agua pura y cristalina. 

- ¿Nduku?

- ¿Qué?

     El indio le dedicaba a Elvira una sonrisa amplia y ligeramente cómplice. Había traído a la joven porque le había cautivado su mirada, aquellos ojos verde oliva que eran capaces de transmitir tanto odio, proveniente de un cuerpo tan blanco y enfermizo... Aunque adoraba ver cómo esos mismos ojos se abrían perplejos cada vez que su dueña se maravillaba o sorprendía. No sabía lo que decía con palabras, pero podía entender a la perfección lo que sentía simplemente a través de sus ojos. 

     Dio un par de pasos más, hasta que el agua del lago, fría como siempre estaba, le cubrió los pies. Fue entonces cuando soltó a Elvira, dejándole caer con velocidad pero sin hacerle daño. 

- ¡Qué fría! - Exclamó. Un escalofrío recorrió su cuerpo entero, surgiendo desde la planta de sus pies y le puso la piel al completo de gallina. Sin embargo, sintió una sonrisa dibujarse en su rostro de manera incontrolable. Por fin, había esperado durante varios días aquello. 

     Intentó dar un paso lejos del indio, que le sujetaba por los codos, sin hacer fuerza. La sorpresa asaltó su cuerpo cuando descubrió cómo éste no mostraba signos de contrariedad, ni se abalanzaba sobre ella para inmovilizarle. Dio otro paso, rompiendo el contacto por completo y la sonrisa se le amplió cuando Nollkaku no hizo ademán de volver a sujetarla. 

     Comenzó a adentrarse en el lago, sin importarle que el agua helada cubriese sus piernas, estómago, brazos... No se había sentido tan libre desde que había llegado allí y aprovecharía el momento al máximo.

- Utkwash'e. - Tras dar aquella orden a ambas mujeres, Nollkaku salió del lago por completo y se sentó sobre una piedra a varios metros, sin perder de vista a Elvira. 

Siete años en AméricaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora