IV

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     El fraile resultó ser un hombre bondadoso y de buen corazón. Compartía la curiosidad que movía el interior de Elvira por conocer más sobre los indígenas de las Américas, su cultura, idioma y costumbres.

     Fue por ello por lo que entabló una buena amistad con la joven. Los hermanos de Zamora y Granada no tardaron en separar sus destinos dentro de la misión: Felipe pasaba la mayor parte del día siguiendo a su padre o tras los soldados y militares que habían sido llamados a proteger a los españoles de las misiones, Mateo aprendió rápidamente las bases del idioma de los indios que se asentaban en aquella zona y no tardó en dedicarse a ayudar en la enseñanza y conversión de los mismos y Elvira pasaba sus días curioseando.

     En pocos meses conocía la misión de San Diego de Alcalá y el presidio real como la palma de su mano, pudiendo orientarse por el camino de uno a otro incluso en la oscuridad de la noche. Y su curiosidad no tardó en incitarle a explorar más allá de las zonas que tenía permitidas.

- ¿Visitará usted hoy más misiones?

- Hoy no, Elvira, lo siento. Y, aunque lo hiciese, vuestro padre no le deja acompañarme, ya lo sabéis.

- Pero padre, no pasaría nada si tan solo estuviese unas horas fuera de la misión. Mi padre ni siquiera tendría que enterarse.

- Debe obedecer a su padre, sin engaños o mentiras. El buen tiempo se acerca, tal vez si se lo pedís correctamente os deje acompañarme en alguno de mis cortos viajes.

     Y así lo hizo la joven, recibiendo una respuesta un tanto agridulce: Lorenzo De Zamora le permitía acompañar al fraile en sus visitas a otras misiones a partir del día en el que cumpliese veinte años.

4 Noviembre 1775

- ¿Puedo quedarme a dormir esta noche aquí en vez de en el presidio? 

- ¿Por qué motivo, hija mía?

- Para no hacer esperar al padre Luis.

- El presidio está a pocos minutos a caballo, Elvira. No me gustaría que te quedases aquí por la noche.

- ¿Por qué no, padre? No ocurrirá nada, y en caso de que ocurriese, hay gente que podría defenderme. Pero sé defenderme sola. 

     Lorenzo de Zamora esbozó una sonrisa y estudió el rostro de su hija. Era tan parecida a su esposa... esa cabellera castaña y rebelde, la curiosidad que sentía hacia todo lo que le rodeaba, la cabezonería, aquellos ojos verde oliva... 

- Está bien, dormiremos aquí hoy. Iré a decírselo a Felipe y Mateo. 

* * *

- Feliz cumpleaños. - Susurró Elvira, esbozando una débil sonrisa y saliendo de la cama con cautela.

     Ya sería pasada la media noche, la luna en lo más alto del cielo así lo indicaba, y Elvira ya consideraba haber cumplido veinte años, pues ya era cinco de Noviembre. Aquello significaba que tenía libertad, a partir de ese día, para moverse más allá del presidio y la misión San Diego de Alcalá; podría visitar más misiones y pueblos pequeños y más apartados; y eso hacía que tal emoción le recorriese el cuerpo que dormir se volvía una ardua tarea.

     Salió de la habitación que le habían dejado compartir con su padre moviéndose con sigilo. El frío de la noche entraba por las ventanas del edificio y traspasaba el camisón de algodón, calándole los huesos. Pensó si volver a la habitación para coger la bata que se había traído para aquella noche, pero no quería arriesgarse a despertar a su padre.

     Se apoyó en el alféizar de la ventana. Los edificios de la misión se parecían poco a la finca en la que había vivido los últimos años, siendo mucho más pequeños y mayormente construidos con madera, aunque hacían su función, que era lo primordial. 

     Levantó los ojos al cielo; en medio de la oscuridad de la noche, tan solo con la luna como fuente de luz, se podían observar infinitud de estrellas. Aquella era una tierra prácticamente virgen y se encontraba a su disposición; podían explorar, construir y levantar una sociedad nueva desde las bases. Era algo fascinante, sin duda, y comprendía el motivo por el que su padre había accedido a ser el gobernador.

     El tiempo parecía correr a otra velocidad allí. Observó la iglesia de la misión y los edificios que le rodeaban, sin poder distinguir más que las siluetas. En aquel acto una sombra captó su atención, una sombra ágil y rápida. ¿Qué animal sería? Intentó averiguarlo y se esforzó durante varios minutos para verla nuevamente, sin éxito alguno. Si hubiese habido más luz...

     Al instante le pareció percibir una fuente de luz anaranjada. Se había visto más como un chispazo, al lado de los primeros edificios de la misión. Escudriñó la zona, quería ver si había sido producto de su imaginación o algo real; en cuanto lo averiguase regresaría a la cama.

     Entrecerró los ojos y recorrió toda la fachada de uno de los edificios con la mirada. Y volvió a aparecer, no lo había imaginado: una llamarada amarillenta y anaranjada había surgido en uno de los laterales del edificio, bastante cerca del suelo. No tardó en propagarse por la pared; la fuente de luz subía con rapidez y furia hasta el cielo, alimentada por la madera.

     En cuestión de segundos otro chispazo empezó a crecer en un edificio contiguo, y fue entonces cuando Elvira se dio cuenta de lo que estaba pasando.

- Fuego. - Susurró. Había querido gritar y llamar la atención de todos, despertarlos cuanto antes para poder salir antes de que el edificio en el que estaban comenzase a arder con la misma energía. - ¡Fuego! ¡Fuego!

     Corrió de vuelta a la habitación en la que se encontraba su padre justo a tiempo para verle despertar de golpe, saltando de la cama como un resorte.

- Padre, fuego, los edificios de la misión están ardiendo.

     Con urgencia pero sin perder la calma Lorenzo de Zamora salió al pasillo y se asomó a una de las ventanas. Un simple vistazo, de apenas cinco segundos, fue suficiente para determinar el origen y la gravedad de la situación. Desgraciadamente en sus años de servicio había pasado por escenarios similares, incluso peores. 

- Elvira, despierta a todos los que haya aquí y sácalos del edificio cuanto antes. 

     La joven se esforzaba por escuchar las instrucciones de su padre, no podía dejar que el pánico se apoderase de ella o no sería de ayuda. Cuando los gritos de los neófitos y los frailes y pocos soldados que había comenzaron a escucharse, Elvira tuvo que concentrarse más que nunca. El corazón empezó a latirle con fuerza, pero no podía dejar que el miedo ajeno pasase a ser el suyo.

- Cuando estéis fuer dirigíos al presidio lo antes posible, evitando pasar por el centro de la misión, ¿lo entiendes?

- ¿Y vos, padre?

- Soy uno de los pocos soldados que hay aquí, el presidio está algo lejos y es de madrugada, a no ser que hayan atacado el lugar no se habrán enterado. Esto parece ser una ataque de los salvajes y alguien tiene que ayudar a detenerlo. Tú haz lo que te he dicho, no intentes seguirme. 

Siete años en AméricaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora