XLIII

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- ¿Y cómo fue que volviste a España?

- Los españoles querían conquistar todas las tierras, querían someter a todo aquel que se opusiese. Tu padre marchó una noche para reunirse con más tribus y atacar a los que para ellos eran invasores. Esa noche tú te despertaste y yo aproveché que nadie vigilaba para escapar. Tenías cuatro años y fue casi imposible hacerte venir conmigo.

- Ojalá pudiese recordarlo... Recordar ese idioma, esas costumbres, esas tierras...

     Elvira sonrió con melancolía y una pizca de arrepentimiento se implantaba en su cabeza, si hubiese dejado que Ignacio creciese allí en vez de en España el chico habría sido mucho más feliz.

- Algún día, quizá...

- ¿Puedes contarme más cosas? - Preguntó el chico emocionado.

- Por supuesto, pero otro día, ahora deberías bajar a cenar y después ir a dormir.

     Ignacio asintió conforme con la respuesta y comenzó a bajar para hacer lo que su madre le había pedido. Y Elvira permaneció un rato más en el tejado, observando las estrellas y recordando los viejos tiempos.



8 Marzo 1794

     Tras haber sido consciente del pasado de su madre y de la sangre que corría por sus venas, Ignacio comenzó a vivir bajo una perspectiva diferente. No había tardado en presentar inquietud por aprender a luchar y había acabado consiguiéndolo más pronto que tarde.

     Gracias a su agilidad y velocidad se escaqueaba de todas las travesuras que hacía y, habiendo desarrollado su ingenio en los últimos años, con diecisiete era todo un experto en conseguir aquello que se porponía sin salir malparado, en la mayoría de ocasiones.

- ¡Ignacio! ¿Se puede saber con quién te has peleado esta vez? - Elvira se había levantado de la mesa como un resorte para ir a atender a su hijo mayor, que regresaba con una herida en el labio y un ojo prácticamente morado.

- Unos imbéciles se estaban metiendo con un tullido dos calles abajo, he tenido que intervenir. - Respondió éste, encogiéndose de hombros y restándole importancia al asunto. Aunque no pudo contener un pequeño gemido cuando su madre presionó con fuerza la herida del labio.

- Te he dicho mil veces que dejes de pelear, un día vas a ganarte una desgracia. - Suspiró la mujer, cansada de repetir constantemente lo mismo.

     Su hijo había crecido hasta convertirse en un joven fuerte y apuesto. Siempre había aparentado tener más edad de la que realmente tenía y el haber crecido no era la excepción. Con diecisiete años tenía el cuerpo desarrollado y los músculos fortalecidos, sus rasgos, más toscos que los de un español promedio, ayudaban a hacerle aparentar dos o tres años más de los que tenía.

- Es como los animales, no comprende lo que se le dice. - Nicolás se introdujo en la conversación, cenando tranquilamente en la mesa junto a su padre.

     El hijo pequeño de Elvira tampoco era ya tan pequeño, pero a diferencia del mayor, Nicolás aparentaba tener menos edad de la que realmente tenía. Sus bucles rubios no habían perdido la forma y tras ese rostro angelical se había formado una personalidad astuta y escurridiza como un zorro. A su manera, ambos chicos siempre conseguían lo que se proponían.

- Si eres tan valiente para hablar, ¿Por qué no lo eres para pelear como un hombre? Estaré encantado de enseñarte cómo se hace. - Replicó Ignacio, sonriendo con bravuconería.

- No toleraré que mis hijos se peleen bajo mi techo. Nicolás, termina de cenar en silencio, y tú, Ignacio, siéntate a la mesa. - Felipe habló con contundencia. Solía ser un hombre jovial, pero la excesiva cantidad de trabajo de los últimos años y la constante pelea de sus hijos le había acabado minando la moral.

- Como mande. - Contestó Ignacio, sin perder la sonrisa. Acarició ligeramente el brazo de su madre para agradecerle su preocupación antes de sentarse a la mesa, a su lado.

     Pasaron varios minutos en completo silencio, sin nada que lo interrumpiese salvo el sonido de los cubiertos, hasta que Felipe decidió reanudar la conversación.

- Ignacio, ya tienes diecisiete años, ¿No vas a ...?

- ¿Estudiar algo? Ya lo hago.

- Ignacio, tu padre te ha hecho una pregunta, haz el favor de responder con educación.

- Él no es mi padre. - Susurró el joven a su madre. Había bajado la voz, pero era consciente de que el resto de su "familia" le había oído.

- Padre, puedes confiar en mí para el legado familiar, yo sí estudiaré y me convertiré en arquitecto como tú.

- Nicolás, aún tienes once años, eres demasiado joven.

- E ingenuo. - Añadió Ignacio, sin borrar la sonrisa aún estando comiendo.

- Soy mucho más inteligente que él y que el resto de mi edad.

- Ese no es el punto de discusión, Nicolás.

     El pequeño de los hermanos bajó la vista al plato, con las mejillas ligeramente sonrosadas. Si no fuese un chico tan educado se habría dejado caer en el respaldo de la silla y habría expresado su desacuerdo con todo su rostro.

- Necesito que te centres, Ignacio. No puedes pasarte toda la vida yendo de un sitio a otro a dios sabe qué. Cada vez que sales por esa puerta regresas con más heridas que las que tenías.

- Imagina cómo acaba el resto. - Contestó el joven con cierto aire de superioridad.

- No voy a tolerar más tiempo este comportamiento. Si no decides qué hacer con tu vida después del cumpleaños de tu hermano te vendrás conmigo, quieras o no, y aprenderás el oficio familiar.

     Ignacio dejó escapar una corta carcajada ante las palabras de Felipe y clavó sus ojos ambarinos en los de él. Si bien deseaba asestarle un buen golpe cada vez que abría la boca se contenía, pues le había prometido a su madre hacía unos pocos años que viviría cómo si aquel hombre fuese su verdadero padre. Pero era incapaz de sentirlo, no cuando había escuchado innumerables y heroicas historias de su verdadero progenitor.

- Estupendo, el mismo día catorce sabré qué hacer con mi vida, para no quitarle protagonismo al pequeño Nicolás en su día.

     La conversación cesó con el último dejé de ironía del joven mestizo. Él, orgulloso del joven en el que se había convertido, ya tenía una ligera idea de la respuesta que le daría a Felipe; llevaba tiempo ideando su futuro, solo que no se lo había dicho a nadie aún, ni siquiera a su madre.

Siete años en AméricaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora