XXXIII

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- Nollkaku, ¿Qué haremos? Cada vez llegan más blancos, están empezando a ser demasiados...

- Lo sé. - Admitió el jefe indio.

     Se encontraban en una cabaña apartada de la tribu y oculta con ingenio para que llegase a pasar desapercibida para todo aquel que no supiese de su existencia. Cabaña que empleaban para tratar asuntos importantes relacionados con las guerras.

- La bahía está plagada de ellos... Cómo sigan llegando será demasiado tarde pararlos.

- Pero no podemos abandonar a nuestros hijos y mujeres otra vez, acabamos de regresar de una expedición.

- Expedición que solo ha servido para ver lo grave que es la situación.

     Cada uno de los presentes daba su opinión en voz alta, deseosos de que el jefe les escuchase y confiase en sus palabras y consejos. Pero Nollkaku no estaba escuchando a nadie, ni siquiera prestaba atención a lo que decían.

     En su interior se libraba una lucha interna. Sabía que debían dirigirse a la bahía, debían luchar y parar a aquellos demonios blancos, pero hacer eso requeriría días enteros, tal vez semanas... No podía arriesgarse a abandonar a Elvira y a su hijo tanto tiempo. Pero no le quedaba otra opción.

- Partiremos esta noche. - Anunció, poniéndose en pie, cuando había logrado aclarar algo las ideas de su interior.

- ¿Por la noche? ¿Por qué no esperar al alba, como siempre?

- Por la noche. Nos dirigiremos a la bahía y atacaremos allí, acabaremos con tantos blancos como podamos. Por el camino le pediremos ayuda a nuestros hermanos, hay varias tribus hacia la bahía y sé que estarán igual de preocupados que nosotros. Regresaremos cuanto antes. No hay nada más que hablar.

     Nollkaku no dio tiempo si quiera a que alguno de los presentes hiciese preguntas o cuestionase su decisión, pues salió de la cabaña en cuanto hubo terminado de hablar; pasaría el tiempo que le quedaba de aquel día con Elvira y su hijo.

* * *

- ¿Por qué no duermes? - Preguntó la joven española, acercándose al indio.

     Se había despertado casi al instante tras sentir a Nollkaku levantarse del lecho que compartían, y había ido tras él.

     Lo encontró fuera de su cabaña, sentado con las piernas cruzadas, observando la luna, que brillaba prácticamente llena casi en lo más alto del cielo.

- No puedo dormir. - Respondió Nollkaku, de manera escueta y rehuyendo aquellos ojos de serpiente. No quería contarle a dónde iba ni qué iba a hacer, pues temía que al escucharlo Elvira recordase sus orígenes y quisiese regresar.

- ¿Un mal sueño? - Preguntó la joven esbozando una leve sonrisa. Se acercó algo más a Nollkaku y comenzó a entrelazar sus manos alrededor de su cuello en un movimiento lento y premeditado.

     Fue dejándose caer hasta que sus rodillas acabaron en el suelo y pudo abrazar a Nollkaku por la espalda con comodidad.

- Si vuelves a dormir el mal sueño se irá. - Susurró Elvira cerca de su oído, ampliando la sonrisa.

     El jefe indio acarició las manos de la joven con una de las suyas y deseó buscar aquellos ojos de serpiente que no quería ver antes de partir.

- Hoy estás feliz. Más feliz que de normal, ¿Por qué? - Quiso saber, aunque no se quejaba. Había anhelado tanto que Elvira le abriese su corazón...

- Ignacio quería ver a su padre, pero su padre llevaba mucho tiempo lejos. Si Ignacio está feliz, yo estoy feliz.

- ¿Eres feliz? Aquí. Conmigo.

     Elvira permaneció varios minutos en silencio. ¿Era feliz? Desde el nacimiento de su hijo la situación había cambiado drásticamente, lo sentía. Se había sentido más unida a aquella tribu de salvajes durante los últimos cuatro años y había llegado a sentir un lazo con Nollkaku.

     No lo describiría como felicidad si llegaba a compararlo con los recuerdos de su familia, pero si no lo comparaba con nada...

- Sí. Creo que soy feliz.

     El jefe indio sonrió. Y fue la sonrisa más hermosa que Elvira había visto en aquel hombre. Una sonrisa sincera y cargada de amor, amor hacia ella y hacia su hijo, lo podía sentir, lo veía a través de sus ojos, lo notaba en las caricias delicadas que le daba a sus manos, brazos y espalda.

- Yo quiero que seas feliz. Qué Kuyem lyit sea feliz. Si te veo sonreír, quiero sonreír. Te amo.

     Nollkaku terminó de girarse y acabó frente a la joven. Movió sus manos hasta su rostro y lo sujetó entre ellas con cuidado, para poder acercarse a él. Sintió sus labios juntarse a los de Elvira en un movimiento suave y lento y disfrutó del contacto como nunca.

     Cuando separaron sus labios Nollkaku rodeó la espalda de la chica y la acercó hasta su pecho. Aquello hizo que Elvira dejase de estar apoyada sobre sus rodillas, cayendo sobre el torso del jefe indio y correspondiéndole el abrazo.

     No podía negarlo. No era un mal hombre, no era un mal padre. Era jefe de una tribu de salvajes, pero tenía el corazón más noble que jamás hubiese visto. No podía negar aquellas cosas.

- Vuelve dentro. Descansa. - Dijo Nollkaku, separándose de Elvira despacio.

- ¿Y tú?

- En un rato entro. - Mintió Nollkaku, esbozando una sonrisa para intentar disimularlo. Depositó un corto beso en su frente, cargado del amor que sentía hacia ella, antes de despedirse. - Buenas noches.

- Buenas noches. - Contestó la joven española, levantándose y volviendo a entrar en la cabaña que compartían, para seguir durmiendo con su hijo.

     Nollkaku no apartó la vista de su cuerpo hasta que se le hizo imposible verla y aún así permaneció varios minutos con los ojos clavados en la puerta.

     Deseaba acabar con aquellos demonios blancos cuanto antes para poder regresar a la tribu. Se juró a si mismo actuar deprisa, para que Elvira y Kuyem lyit pasasen el menor tiempo posible sin su compañía.


Holaaaa, por fin he terminado TODOS los exámenes. He acabado agotada de tanto estudiar pero me alegra muchísimo poder seguir escribiendo, y ahora sí que tengo tiempo para actualizar más seguido.
Gracias por vuestra paciencia y espero que os gusten los próximos capítulos de la historia!!!

Siete años en AméricaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora