XXXVI

46 10 0
                                    

     Elvira pidió verse con su hermano. Lo hizo en un tono autoritario como si aún se encontrase en la tribu, donde había adquirido poder al haberse emparejado con Nollkaku. Sin embargo, nadie se atrevió a contradecirle.

     La española dejó su caballo solamente tras asegurarse de que lo llevaban al establo y lo mantenían en unas condiciones similares a como lo mantenían los salvajes. Cargó con su hijo en brazos y se negó a soltarlo, incluso cuando le llevaron al interior de un edificio más pequeño y apartado que parecía ser una pequeña casa.

     La habitación estaba sobriamente decorada y aún así se veía bastante más lujosa que las cabañas de la tribu. Había ventanas y puertas en condiciones y las paredes eran tan recias que no dejaban que la luz se colase por ninguna rendija. Sin embargo, Elvira abrazó con más fuerza a su hijo, sin ser capaz de sentirse realmente a gusto en aquel ambiente.

     No tuvo que esperar demasiado hasta que la puerta se abrió y un hombre entró. Ella lo reconoció al instante a pesar de los años que habían pasado desde su último encuentro, recordando ciertamente el parecido que tenía con él.

- ¿Elvira?

- Lorenzo.

     Su hermano dudó durante unos instantes, era cierto que su pelo era ondulado y de una tonalidad castaña como los ligeros bucles que adornaban su cabeza, y aquellos ojos verdes eran iguales a los de su madre y muy parecidos a los suyos propios. Sin embargo, la joven se veía bastante más morena que él y vestida como lo estaba... Era contradictorio el recuerdo que tenía de su hermana pequeña y la mujer que había frente a él.

     Sin embargo, era ella, y se alegró enormemente de verla. Corrió a abrazarle, sin apretar demasiado pues cargaba con un niño en sus brazos.

- ¿Qué ha sido de ti durante todos estos años? Llegamos a creerte muerta. - Susurró, rodeando su pelo con los brazos y encontrándolo más áspero de lo que recordaba.

- Es... Una larga historia. - Fue toda la respuesta que dio la joven.

     Al fin había llegado a sentirse más como si hubiese vuelto a casa, todo gracias al encuentro con su hermano mayor, a quien realmente era el que menos esperaba ver.

- Debes estar hambrienta y agotada. Ven, te llevaré al presidio, allí serás bien alimentada y podrás bañarte, descansar, lo que desees. - Comentó Lorenzo, separándose de ella y esbozando una sonrisa. Quería que se sintiese lo más cómoda posible pues sentía que había debido pasar demasiadas cosas.

- Gracias.

- Antes de ir... ¿Quién es este niño?

- Se llama Ignacio. Es hijo mío. - Elvira observaba el rostro de su hermano, por lo que captó a la perfección el instante en el que sus ojos se abrieron con sorpresa, y la mirada cargada de pena y desagrado que permaneció durante pocos segundos antes de ser sustituida por una falsa sonrisa.

- Sí que es larga la historia que tienes que contar.

     A Elvira llegó a molestarle aquella reacción aunque en el fondo comprendía por qué su hermano no podía sentir verdadera felicidad por encontrarse un sobrino. Ignacio tenía sangre salvaje, su aspecto le delataba, y sabía que Lorenzo y el resto de españoles le rechazarían al principio, igual que los salvajes hicieron con ella.

- ¿Por qué no..? ¿Quieres cambiarte de ropa antes de ir al presidio?

- ¿Qué hay de malo con..? - Elvira no tuvo que terminar la frase. Seguía vistiendo los vestidos de pieles y telas fibrosas que llevaban los salvajes, sus pies sentían el suelo descalzo y el pelo se le enredaba a la espalda.

     Asintió despacio, sin ser capaz de añadir nada más.

* * *

     El presidio sí se encontraba tal y como Elvira lo recordaba. La decoración excasa pero elegante, la tranquilidad que reinaba en el ambiente, los pocos criados que servían al gobernador y todo aquel que se hospedase sin quejarse... Parecía que nunca se había ido de allí.

     Y, a pesar de todo, ella se sentía extraña caminando por aquellos pasillos y saludando a todo aquel con el que se cruzaba. Su hermano le había dado un vestido sencillo, nada en comparación con los que solía llevar en España, y unas sandalias que aprisionaban el pie de la joven, acostumbrado a pisar descalzo el suelo.

     Elvira también había vestido a su hijo con ropajes españoles y aquello le generaba sentimientos encontrados. Había deseado y soñado con aquel momento desde el primer instante en que lo tuvo entre sus brazos, pero una vez había llegado... No se acostumbraba a ver a Ignacio con unos pantalones y camisa de lino, ni con los pies tapados.

- Puedes dejar al niño en una de las sillas, si no te será demasiado difícil comer. - Sugirió Lorenzo con una amplia sonrisa, separando una de las sillas del lado de la mesa, esperando que Elvira siguiese su propuesta.

- Estoy bien, gracias.

     La joven se sentó a la mesa, aún con su hijo en brazos, quien no tardaría en despertar. Lo apoyó sobre su regazo y dejó que la cabeza reposase sobre su pecho. Rodeó su pequeña espalda con una mano, asegurándose de que no se caía, y dejándole la otra completamente libre para comer.

     Ante sus ojos se había dispuesto un verdadero manjar, con platos de carne, frutas y verduras para elegir. Las tripas de la chica rugieron y la boca comenzó a hacérsele agua; no tardó demasiado en probar bocado.

- Dime, Elvira, ¿Dónde has estado? Felipe y Mateo no consiguieron encontrarte. - Lorenzo comenzó la conversación varios minutos después, cuando su hermana ya había ingerido casi un plato entero.

     Miraba a Elvira con cierto recelo, aunque realmente intrigado, saltaba a la vista que su hermana... Había perdido casi todos los modales que se le habían enseñado de la alta sociedad española.

- ¿Me buscaron?

- Sí. Tras la noche en la que padre falleció Felipe y Mateo se hicieron cargo de preparar una expedición para salir en tu búsqueda. Lo único que sabían era que habías desaparecido, estuvieron vagando por los bosques algo más de un año.

- Un año... - Repitió Elvira, repitiendo aquella información en su mente. Había aminorado el ritmo de comida para poder asimilarlo todo a la perfección. Le habían buscado, habían intentado encontrarla...

- Así es. Se encontraron en contadas ocasiones con varias tribus de salvajes que le impedían seguir el camino que habían tomado. Y en pocos meses la gente de la expedición comenzó a abandonarla. Todos te dieron por desaparecida y, eventualmente por muerta.

- ¿Qué pasó después?

- Al ver que era imposible encontrarte... Acabaron desistiendo en su tarea. Mateo permaneció en la misión, ayudó a reconstruirla y Felipe... Bueno, regresó a España y volvió a sus antiguos hábitos, es lo que me contaban por carta.

- ¿Cuánto tiempo? - Preguntó Elvira. Había estado retrasando aquella pregunta todo lo que había podido, pero no podía esperar más. Necesitaba saberlo, necesitaba saber cuánto tiempo exactamente había estado rodeada de salvajes. - ¿Cuanto tiempo hace que desaparecí?

- Seis años.

Siete años en AméricaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora