Ethan

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Sam se ha ofrecido a llevarme a la fisioterapia hoy. Hago varios intentos ejercitando mis manos, cerrando el puño, aplastando una pelota de goma. El fisioterapeuta abre la palma de mi mano y pasa suavemente su dedo por ella, desde mi muñeca hasta mis dedos, me hace cosquillas y río.

–Esta vez, quiero que atrapes mi dedo– dice, y vuelve a pasar su dedo por la palma de mi mano. Cada vez que lo intento, mi puño no logra cerrarse completamente.
Sam sonríe mientras ve mis intentos fallidos, hasta que, por fin logro atrapar el dedo del joven en mi mano; todos festejamos y chocamos las cinco.

––––


Sam empuja mi silla por la ciudad. Aún no me acostumbro a la gente que, tratando de evitarme sentir incómoda aparta la mirada como si no existiera, haciéndome sentir peor, ¡aún me considero una persona normal!

–Vamos a tomar un helado– me dice Sam.

–No lo sé, me siento agotada, ¿y si mejor vamos a algún parque y descansamos?

–Está bien, te llevaré al parque donde solía llevarnos mamá después de la escuela–

Mientras Sam me lleva al parque, dos mujeres muy amables nos sonríen dulcemente, ambas usan falda, una lleva sobrero y otra se protege del sol con una sombrilla.

–¿Puedo dejarle algo para leer? – le dice la del sombrero a mi hermano

–Claro

La de la sombrilla se fija en mí y también me entrega un pequeño papel doblado por la mitad, intento alargar el brazo y lo sostengo. “¿Dejaremos de sufrir algún día?” dice en él. Las mujeres siguen su camino.


Sam me deja al lado de un banco y se sienta en él.  Callamos unos segundos. Sopla un suave viento, trayendo el perfume floral de la estación. Los niños juegan en las hamacas, algunos patinan sobre la pista de atletismo, mientras que otros pasean en bicicletas. Sus risas me hacen sonreír.

–¿Recuerdas lo mucho que jugábamos aquí?– digo de pronto. Sam suspira –Quiero volver a divertirme así, como esos niños, aprender a andar en patines de nuevo, a montar en bicicleta…

Sam pone su mano sobre la mía, me mira con dulzura
–Lo volverás a hacer, y tu hermanito estará aquí para cuidarte y ayudarte a levantar si caes en el intento– Su teléfono suena– Discúlpame un momento, debo contestar, es del trabajo–

–No te preocupes–

Sam se aleja. Dejo que el ambiente me impregne, que el viento acaricie mi pelo, que el perfume floral se pegue a mi piel. Una niña de risos negros aparece de pronto a mi lado y se sienta sobre la banca; me mira y me sonríe dulcemente, le devuelvo la sonrisa y la saludo

–¿Hace mucho que no puedes caminar?

–Hace, solo unos meses

–Pobrecilla– me dice bajando la cabeza

–Pero pronto volveré a hacerlo, y vendré aquí a aprender a montar en bicicleta–

–Yo también estoy aprendiendo!!–

–Genial! Quizá me enseñes–

–Aun debo practicar

–Igual que yo mis pasos... Hagamos un trato, nos volveremos a ver aquí y practicaremos juntas–

Caminando a tu Lado|Andrea GallasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora