Capítulo 7

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Una vez dentro la habitación me pareció aun mas bonita y grande. 

— Lo siento, no sabia que tenia novia — dijo su prima y me puse roja.

— No...no somos novios — sonreí y de golpe miré a Leo y vi como él también se sonrojaba. 

— Ah, bueno, pero supongo que os falta poco — Leo la miró como si la quisiera matar con la mirada y luego me miró a mi avergonzado pero yo estaba mirando hacia bajo. — A ver chicos, ¿soy la única que nota la increíble conexión que tenéis solo con miraros? Chica, tienes suerte, Leo besa genial. — Él se sonrojó un poco.

— Bueno Marina, me parece que ya es hora de que te marches, ¿no crees? — dijo él acompañándola a la puerta de la habitación.

— No, ¿porque? — me miró y vi que pronto se daba cuenta de lo que Leo quería decir con eso. — Ah, si, tengo un montón de trabajo, mejor que me vaya — y me guiño el ojo y me dio fuerzas con las manos. 

— Ahora vuelvo — me dijo él.

Bueno, ahora ya sabia que si que había tenido un primer beso y que tenia algo de experiencia por lo que había dicho su prima, lo de que besaba muy bien. 

Y allí estaba yo, a mis quince años, en la habitación del chico que me gustaba preguntándome si quería que mi primer beso fuera con él, por muchísimo que me gustara. Por un lado, la idea de compartir mi primer beso con alguien que de verdad me gusta me gustaba mucho pero al mismo tiempo, la inquietud se apoderaba de mí al pensar en la posibilidad de no estar a la altura y hacer el ridículo.

Estaba sola a su habitación lo que hizo que me incomodara un poco ya que era la primera vez que estaba allí y no sabia que hacer. Me quedé allí, mirando al suelo y sintiendo una mezcla de nervios y emoción. No podía dejar de pensar en las palabras de Marina sobre la conexión entre Leo y yo. ¿Tenía razón o lo decía para que me sintiera mejor después de lo que pasó entre ellos dos? ¿O a lo mejor él le había hablado de mi y por eso había hecho los comentarios?

Leo regresó a la habitación y cerró la puerta detrás de él. Nos quedamos de pie, uno frente al otro, en un incómodo silencio. Finalmente, él rompió la tensión.

— Andrea, lo siento por lo de Marina. No quiero que pienses que... — comenzó a decir, pero lo interrumpí.

— No importa, Leo. No tienes que disculparte. Además, creo que tiene razón en algo — admití tímidamente.

Él me miró con curiosidad, y mis mejillas se volvieron aún más rojas.

— ¿Ah, sí? ¿En qué tiene razón? — preguntó con una sonrisa nerviosa.

— En lo de la conexión, supongo. No puedo evitar sentir algo especial cuando estoy contigo, y parece que tú también sientes lo mismo — confesé, evitando su mirada.

Leo se acercó lentamente, sus ojos intensos estaban buscando los míos en busca de aprobación. Mi corazón latía con fuerza, y sentí cómo la tensión en el aire aumentaba a medida que se acercaba. Una suave sonrisa se formó en sus labios mientras colocaba una mano cálida en mi mejilla.

— Andrea, no quiero presionarte ni apresurarte en nada. Pero si sientes lo mismo que yo, si también hay algo especial entre nosotros, ¿te importaría si... si te beso?

Mis nervios bailaban en mi estómago, pero esta vez decidí enfrentarlos. Asentí con una sonrisa, transmitiéndole mi aprobación y la mezcla de emociones que fluían en mi interior.

Leo se acercó aún más, cerrando la distancia entre nosotros con una lentitud que aumentaba la anticipación. Podía sentir su aliento cálido rozando mi piel cuando finalmente sus labios encontraron los míos. Fue un beso suave al principio, como un delicado roce que exploraba la conexión entre nosotros.

Sus labios eran suaves y cálidos, y la sensación envolvente hizo que mi cuerpo entero reaccionara. Lentamente, el beso se intensificó, profundizándose con pasión. Cerré los ojos, entregándome al momento y dejando que cada instante se impregnara en mi memoria.

La habitación desapareció a nuestro alrededor, y solo existíamos Leo y yo en ese dulce intercambio de emociones. Las mariposas en mi estómago se transformaron en una cálida ola de confort, y me di cuenta de que el miedo inicial se desvanecía ante la realidad de este momento compartido.

Cuando nos separamos, nuestros labios se separaron con suavidad, pero nuestras sonrisas hablaban por sí solas. Era un beso que trascendía las palabras, un comienzo lleno de promesas y la confirmación de algo especial entre nosotros dos.

— ¿Estás bien? — preguntó Leo con ternura, acariciando mi mejilla con el pulgar.

Asentí con una sonrisa más amplia, sintiendo que las palabras eran innecesarias en ese momento.


Días sin tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora