Capítulo 4

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Indiferencia

En una gran e iluminada sala de estar, estaban dos personas. Un adolescente que aún no cumplía la mayoría de edad, y un señor que tenía casi el triple de la edad del chico.

El adolescente estaba sentado en la gran mesa de la sala intentando hacer su tarea de matemáticas, asignatura que le daba mucha dificultad, ya que para él no era fácil comprender como se realizaban aquellos ejercicios. Pero lo intentaba y poco a poco resolvía algunos, aunque no todos estuvieran bien, los hacía él solo y eso era algo que lo hacía sentirse bien consigo mismo.

Del otro lado de la sala, no tan cerca de donde se encontraba el chico. Estaba el señor, sentado en el sofá viendo las noticias en su celular, no le prestaba la mínima atención al adolescente. Tampoco había levantado la vista para evaluarlo ni una sola vez en todo el rato que llevaba allí sentado.

Odio, quien ya había acabado la gran mayoría de los ejercicios. Quiso que su padre, el señor Vileza, viera lo que había logrado sin ayuda de nadie. Así que lo llamó, y con mucho pesar y suspirando profundamente el señor levantó la vista del celular para evaluar al joven con una pizca de asombro en sus ojos, y parándose del sofá se dirigió donde se encontraba su hijo.

—¿Viste lo que hice? —preguntó Odio con una gran sonrisa en sus labios, mientras miraba el rostro de su padre, quien en este momento estaba evaluando lo que había hecho el joven en su cuaderno.

Vileza frunció el ceño y toda pizca de asombro en sus ojos pasó a ser reemplazada por decepción, la gran sonrisa de entusiasmo que había en el rostro de Odio se fue apagando lentamente.

—Sí— afirmó el señor cerrando lentamente el cuaderno. — Pero también vi todos esos errores que cometiste, ¿de verdad esperas que te felicite cuando solo hiciste un ejercicio bien? debes esforzarte más si quieres que eso pase, nadie te va a felicitar por tus errores. Entiéndelo.

Dicho eso último, Vileza volvió al sofá y tomó nuevamente su celular para continuar con lo que estaba viendo. Mientras que, sentado en una de las sillas de la gran mesa, ya no estaba el adolescente entusiasmado que le mostró lo que había hecho a su padre pensando que este lo felicitaría, aunque fuera solo por aquello que había logrado hacer bien, aunque fuera por ese único ejercicio. Solo quería su aprobación, pero no fue así.

Ahora solo había un adolescente cabizbajo en aquel lugar, que borraba desesperadamente los ejercicios que había realizado en su cuaderno, para así volver a realizar todo nuevamente él solo.

¿Más? ¿No es suficiente todo lo que ya hago? No creo que pueda dar más, y menos si casi no queda más para dar.

Odio repetía una y otra vez los ejercicios, parecía que no iba lograr acabar nunca ya que cada vez que lograba terminar uno, revisaba el anterior que había hecho y lo borraba nuevamente. A ese paso las hojas del cuaderno ya no aguantarían más y terminarían rompiéndose debido a la fuerza que utilizaba a la hora de borrar. No lo hacía apropósito, aquella desesperación que sentía lo hacía utilizar más fuerza y rapidez de la cuenta a la hora de borrar.

La punta de su lápiz logró partirse en dos ocasiones, por ello tuvo que empezar a inhalar y exhalar pausadamente para tranquilizarse un poco. Cosa que pareció funcionar ya que una hora más tarde logró terminar los ejercicios.

Y una vez más llamó a su padre, quien en esta ocasión no respondió, así que el chico tuvo que ir hacía donde él.

—Padre, hice todo nuevamente. Por favor, revisa otra vez—exclamó el chico extendiéndole el cuaderno a su padre, quien ni siquiera se molestó en mirarlo.

Como si no estuvieran hablando con él, seguía tumbado en el sofá pendiente de su celular.

—Padre, ¿podrías revisar mis ejercicios nuevamente? — exclamó nuevamente Odio, quien ya empezaba a moverse de un lado a otro en su posición debido a la incomodidad que estaba sintiendo en ese momento, al darse cuenta de que nuevamente estaba sucediendo esto.

Sí di señalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora