Bucle
1,2,3,1,2,3,1,2,3,1,2,3,1,2,3,1,2,3,123,1,2,3...
—¿Cuántos contaste esta vez? — inquirió Tristeza.
—Quince, eso sin incluir las palabras que deberían ser de motivación. —Odio, dijo eso último con un intento de sonrisa, que parecía más una mueca de dolor que una verdadera sonrisa.
Tal vez, sí sentía en gran manera ese dolor. Pero de igual forma, se obligaba a sonreír.
El chico estaba sentando frente a ese gran espejo de su habitación, sin camiseta y mirándose a sí mismo. Intentaba alcanzar esas nuevas heridas, que habían tardado mucho en formar parte de su espalda nuevamente.
—¿Dónde estaba mamá? — en ese momento, Tristeza abrazó a Odio. Haciendo que este notara, que tan dolorosas eran sus heridas.
Duele, ¿por qué me engaño a mí mismo pensando que no es el mal?
—Mamá nunca está cuando surgen los bucles— vio como una lágrima se deslizó lentamente por su ojo izquierdo. —incluso cuando está, es como si yo estuviera allí con Soledad. Soportando aquellos impactos que queman mi piel.
Odio, se detuvo un momento y miró una pequeña almohadilla de gasa. La utilizó para poder limpiar algunos rasguños que permanecían alrededor de sus hombros.
¿Las cosas algún día cambiarán? ¿Por qué el cariño de papá debe doler tanto? Quiero... quiero que se sienta como las sonrisas de Bondad. Creo...
El chico sacudió su cabeza un momento, en un intento inútil de apartar aquellos pensamientos que no dejaban de surgir.
Creo que así debería sentirse la felicidad...
—Tristeza—volvió a exclamar Odio.
—Estoy aquí, no me iré a ningún lado.
—Bien. Creo... creo que cuando el bien se va, el mal siempre está ahí atacando. —Odio recogió todas las cosas que había utilizado para limpiar sus heridas y desechó las que ya no servían, para sentarse nuevamente frente a ese espejo. —Aunque el bien esté ahí, el mal logra lastimar. Yo...—Dudó un momento antes de continuar, tal vez lo que pensaba decir era tonto para él. Pero la realidad, era que así se sentía. —Yo estoy rodeado de mucho mal, y está logrando su cometido. Me está consumiendo rápidamente. Puede que un día no pueda ver más, porque ya no queda más de mí. Un día, tal vez ya no logre abrir más mis ojos.
—¿Crees que yo también soy parte de ese mal?
No hubo respuesta para la pregunta de Tristeza. En ese momento, Odio se había desconectado de todo, solo podía mirarse en aquel espejo. Ver como ya no había ninguna emoción positiva en aquellos ojos apagados. Él solo podía ver, como las lágrimas descendían hasta sus labios, haciéndole probar ese sabor salado que tanto le desagradaba.
Yo ya no sé qué más creer.
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Sí di señales
Short StoryEsta es la historia de Odio, un adolescente incomprendido que se dejó consumir por una falsa felicidad cuando todas las cosas buenas empezaron a desaparecer y las malas a renacer.