Capítulo 5

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Soledad

—Todos parecen entretenidos— comentó Odio, quien estaba sentado debajo de un árbol en el jardín, cerca del patio en el instituto. Observando como algunos estudiantes que no conocía y sus compañeros de clase estaban entretenidos hablando y jugando UNO.

Él, una vez más estaba apartado de aquella multitud. Tenía muchas ganas de hablar y jugar también, pero eran tantas las cosas que lo detenían para ir nuevamente a preguntar si podía unirse a ellos.

Si regreso, ¿me dirán que no otra vez?

Abría lentamente su pequeña libreta de escritos, mientras continuaba mirando donde estaban todos con algo de ilusión en sus ojos.

—Sí quieres puedes ir con ellos— Exclamó Soledad, quien hasta el momento había permanecido silenciosamente a su lado.

La mirada de Odio fue bajando lentamente a su libreta, y mientras tomaba su lápiz murmuró:

—Quiero, pero no puedo.

—Puedes dejarme aquí, sé que no te gusta mucho mi compañía— murmuró Soledad, tocando suavemente su mano derecha para llamar su atención, mano donde permanecía el lápiz que utilizaría para escribir.

Su toque fue inútil, ya que Odio no le prestaba la atención que ella quería. Era como si se negaba rotundamente a sentir que estaba muy cerca de él

—No digas eso, justo en este momento me siento cómodo contigo— afirmó Odio con una triste sonrisa de boca cerrada— así que me quedaré aquí para que nos hagamos compañía mutuamente.

Soledad recostó su cabeza en el hombro de Odio, quien en ese entonces comenzó a escribir ignorando todo lo que había a su alrededor.

Buscaba las palabras adecuadas para definir todo lo que sentía pero que no podía expresar y a veces ni siquiera entender, buscaba palabras para poder redactar todo eso que vivía, pero que de alguna manera solo pocos testigos lo sabían. Justo en ese momento, lo único que quería Odio era que todo eso se pudiera reflejar en aquellas letras que él decía no tener sentido alguno.

De vez en cuando mordía su lápiz, porque se detenía para poder pensar en su escrito. Este era un buen momento para él, ya que se sentía libre de todo. Aquel peso que estaba en su hombro y que creía que en algún momento lo hundiría en lo más profundo, pasaba a ser parte de esa libreta. Porque allí depositaba todo.

El timbre había sonado, indicando así que todos debían regresar a sus salones. Odio no lo escuchó, así que continuaba perdido en sus letras. Después de un largo rato, alguien se acercaba a paso apresurado al lugar donde él se encontraba. Llegando, se paró frente a él y tocó su hombro para llamar su atención.

—Odio—exclamó la persona.

—¿Señorita Bondad? — inquirió el chico, mientras levantaba su cabeza para mirar a la persona que le estaba hablando en este instante un poco desconcertado.

—¿Por qué estás aquí tú solo?, el timbre ya sonó— anunció dándole una sonrisa realmente genuina a Odio.

La señorita Bondad, era la maestra de literatura del chico. Una de las pocas personas a las que a él le agradaban, ella realmente era una de esas pocas personas fuera de su casa que lo trataba como uno igual, y que a veces parecía importarse por las cosas que le pasaban.

—No estoy solo— susurró el chico, mientras miraba su hombro izquierdo que era donde se había recostado Soledad.

—¿Disculpa? — la confusión en el rostro de Bondad era muy evidente, ya que no lograba entender lo que decía Odio. Ella lo veía solo debajo de aquel árbol, pero él decía que no estaba solo.

Sí di señalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora