Vileza
En un desolado y largo pasillo había un señor, el cual buscaba desesperadamente un aula en el instituto. Sus rápidos pasos resonaban fuertemente en aquel lugar, mientras que sus ojos, evaluaban la inscripción que había en cada una de las puertas de esas aulas que iban apareciendo.
Aula 6-B, aula 6-B...
Repetía una y otra vez ese nombre que se había obligado a memorizar, como si aquello pudiera hacer que el aula que buscaba apareciera mágicamente frente a él. Pensaba que algo iba mal, ser citado en aquel lugar un día como ese no significaba nada bueno. El desconcierto y la incomodidad se iban haciendo cada vez más presentes en su rostro.
Podría estar trabajando, o tal vez revisando todo aquel papeleo que debía ser certificado. Pero en su lugar estaba allí, perdiendo el tiempo buscando algo que posiblemente lo haría enojar.
No debí venir aquí, tengo suficientes dolores de cabeza en casa. Pero al parecer no son tan suficientes que, debo venir a recibir más en este lugar.
Llegando al final del pasillo, delante él se encontraba una gran puerta color marrón. Era aquello que tanto procuraba, el aula 6-B. Dando un profundo suspiro tocó, no tardaron mucho en responder. Es por eso que entró, cerrando la puerta detrás de él y sentándose en una silla en frente de la persona que lo había citado al lugar.
Pasaron varios minutos y ninguno de los dos dijo nada, solo se miraban el uno al otro. Uno analizaba con detenimiento, y el otro se retorcía lenta e incómodamente en su lugar. Sin poder aguantar más aquel incomodo silencio, ese otro habló.
—Señorita, no tengo mucho tiempo para seguir perdiendo. Hable de una vez por todas, ¿qué hizo mi hijo esta vez? —inquirió de mala gana, intentando enderezarse en esa silla que era lo suficientemente incomoda para él.
—Creo que está equivocado, Odio no ha hecho nada. Es un buen chico—respondió Bondad, tratando de mostrar esa sonrisa amable que tanto la caracterizaba.
Sonrisa que, poco a poco se fue apagando al ver la seriedad que había en el rostro de aquel señor con el que hablaba. Vileza, no era una persona que sonreía a menudo. La realidad era que nunca verías una sonrisa en su rostro. Al menos no una de aquellas genuinas que te hacían sentir seguridad como se visualizaban diariamente en el rostro de Bondad. En el rostro de aquel hombre, solo se podría encontrar enojo, cosas poco positivas y mucha indiferencia. Como en este momento.
—¿Qué estoy haciendo aquí entonces? Si no hay nada de que hablar, creo que ya puedo retirarme. —Hizo un ademán de irse, pero Bondad lo detuvo.
Él no puede irse todavía, necesito hablar.
—Le agradecería mucho que no se fuera, realmente necesito hablar con usted—aquello que dijo la maestra sonó más a una suplica que a una simple petición. No sabía porque, pero sentía una incomodidad que la empujaba a hablar con ese hombre.
Tomando una profunda bocanada de aire, y con su corazón danzando rápidamente dentro de su pecho. Miró fijamente a Vileza para finalmente soltar todo lo que tenía para decir.
—He notado a Odio un poco extraño últimamente. Está más apartado de sus compañeros, ya ni siquiera participa en clase—Bondad seguía mirando al padre del chico, pero este no parecía tan interesado con la conversación. Ella pensó que simplemente estaba atento a lo que ella tenía para decir, pero cualquier tercero que estuviera en aquel lugar con ellos. Se daría cuenta de que las cosas no eran así, puesto que, en el rostro de Bondad se podía notar una gran preocupación. Mientras que en el rostro de Vileza, solo se podía notar aquella indiferencia. Esa que hacía que fuera imposible ver a través de las personas, porque simplemente no había nada. Solo un rostro serio e inexpresivo.
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Sí di señales
KurzgeschichtenEsta es la historia de Odio, un adolescente incomprendido que se dejó consumir por una falsa felicidad cuando todas las cosas buenas empezaron a desaparecer y las malas a renacer.