Diecinueve.

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En la penumbra de la habitación, solo la suave luz de la luna se filtra a través de las cortinas entreabiertas, como si el universo entero contuviera la respiración para presenciar este momento

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En la penumbra de la habitación, solo la suave luz de la luna se filtra a través de las cortinas entreabiertas, como si el universo entero contuviera la respiración para presenciar este momento.

Él sostiene suavemente su rostro entre sus manos, acariciando la piel con sus pulgares en un gesto tierno, el beso es profundo y apasionado, pueden sentir el latir acelerado de sus corazones, una cadencia que acompaña la armonía de sus bocas unidas.

Se exploran mutuamente con una urgencia suave pero apremiante, saboreando en cada rincón, cada rastro de dulzura y ferocidad; sus labios, hinchados y cálidos por el contacto constante, son testigos de la intensidad de sus sentimientos, pero para ellos, en este instante, no hay dolor ni incomodidad.

Las lenguas, inquietas y juguetonas, danzan en un juego erótico, moviéndose en una coreografía, se rozan, se enlazan y se exploran con una gran pasion si ningun deseo de soltarse.

Como si el hambre de sus bocas no pudiera ser satisfecha solo con besos, sus dientes se hunden con cuidado en los labios del otro, creando una sensación de dolor tentador y, paradójicamente, exquisito.

Sus labios, ya hinchados por la pasión, sienten la presión de los dientes del otro, una mezcla de dolor y placer que agudiza aún más la intensidad del momento, cada mordisco es un acto de posesión suave pero decidido.

Los movimientos de sus labios, que antes eran rápidos y ansiosos, ahora adoptan un ritmo más lento y pausado, cada succión, en cada roce, se vuelve una celebración consciente de lo que está por terminar, saben que deben finalizar el beso, pero el deseo de prolongar ese éxtasis lucha contra la realidad implacable de la necesidad de respirar.

Finalmente, con una mezcla de reluctancia y aceptación, sus bocas se separan. Quedan suspendidos en un instante de silencio, mirándose intensamente, sus labios hinchados testigos del fervor que acaban de compartir.

Después del ardor del beso, Marinette mueve con suavidad sus manos hacia el rostro de Gabriel, sosteniéndolo con un cuidado tangible, los pechos de ambos suben y bajan en un ritmo acelerado, como si hubieran recorrido distancias enormes en un breve lapso de tiempo.

Se observan mutuamente con ojos que aún llevan la chispa del deseo compartido.

-¿Iras? –Él pregunta sin aliento.

-¿Este fue tu intento de convencerme? –Marinette se burla–, has tenido mejores.

-No había escuchado queja alguna hasta el momento –Exclama reprendido–, siquiera, ¿Lo logre?

-Maravilloso esfuerzo, casi me convenciste.

Gabriel se recuesta a un lado, extendiendo sus brazos acogedores, la joven se permite ser envuelta por la calidez de los brazos del hombre.

Las piernas se entrelazan, el contacto con la piel es cálido y suave, como una caricia etérea; el vello de las piernas del hombre roza suavemente la piel de ella, es un picoteo delicado.

Tentación 	‖Gabrinette‖Donde viven las historias. Descúbrelo ahora