11. El atelier

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Freen.

El alba apenas se asoma cuando me encuentro ya despierta, los párpados me pesan por las escasas horas de sueño que logré conciliar y aún me resulta difícil creer todo lo que sucedió ayer. No obstante, a pesar del cansancio que tengo, me encamino directamente hacia el gimnasio; necesito la familiaridad de mi rutina matutina para eliminar a Rebecca de mis pensamientos. El frío tacto del metal de las pesas y el sonido de mis pasos sobre la cinta de correr se convierten en un refugio para mí, un breve descanso antes de adentrarme en otro día en este laberinto lleno de incertidumbres.

Al concluir mi entrenamiento, regreso a mi habitación con la intención de ducharme. Sin embargo, el sonido de sartenes chisporroteando me llevan hacia la cocina, donde está Isabella, moviéndose con la gracia de alguien acostumbrado a las mañanas agitadas.

—Buenos días, Sarocha. ¿Qué te apetece para desayunar? —pregunta, y mi respuesta es automática.

—Café negro y una tostada con aguacate y huevo estaría bien, muchas gracias.

Isabella asiente, preparando lo mismo para Rebecca, como si nuestra similitud en el desayuno pudiera acercarnos un poco más.

Después de una ducha reconfortante, la puerta cerrada del escritorio de Rebecca capta mi atención. Me acerco y golpeo suavemente para que baje a desayunar.

A través de la puerta, su voz firme pero cansada, me pide la laptop.

—Estará lista por la tarde—, le aseguro.

Ambas bajamos en silencio, envueltas en una atmósfera que parece cargar con el peso de lo no dicho. El aroma del café recién preparado me saca de mis pensamientos, recordándome que el penthouse siempre adquiere cierta calma en las mañanas. Los rayos del sol, filtrándose con delicadeza a través de las cortinas, trazan patrones dorados en el suelo y resaltan los tonos suaves del elegante mobiliario. Pero aunque el espacio está inundado de luz, hay un silencio palpable; solo interrumpido por el ocasional murmullo de los agentes de seguridad detrás de la puerta.

Cada mañana, mientras el mundo despierta fuera, aquí adentro se mantiene una quietud que parece contener susurros de secretos y suspiros de esperanza. Y a menudo, me cuestiono si este lugar podría transformarse algún día en un verdadero hogar, o si siempre estará destinado a ser una prisión dorada para Rebecca.

~

—Rebecca, necesito que te mantengas a una distancia prudente mientras introduzco el pin en la laptop.

Ella retrocedió solo unos pocos centímetros. —¿Esto es suficiente?

—Un poco más, por favor.

Aunque dio otro paso hacia adelante, su afán por descubrir el código es evidente. En su intento de espiar el número, me rasqué la nariz y mire hacia un costado, intentando encontrar la calma en un gesto que a menudo me ayuda a ocultar mis emociones.

—A ver... Realmente necesito que te mantengas a una distancia en la que no puedas ver la pantalla —dije, intentando infundir seriedad sin sonar demasiado drástica.

Sin previo aviso, y sintiéndome un poco impaciente por poner fin a la situación, me qacerqué a ella y coloqué mi mano con suavidad pero firmeza alrededor de su cintura, girándola ligeramente hacia un lado. La reacción de Rebecca fue un pequeño salto de sorpresa, y durante un efímero segundo, nuestros ojos se encontraron en un chispazo de intensidad.

—¿Estás bien?

—Sí, solo... no me esperaba eso.

—Lo siento, pero necesito que te gires hacia el otro lado mientras ingreso el pin —intenté mantenerme firme, consciente de la frágil naturaleza de nuestra relación en medio de las circunstancias. Con resignación, asintió y giró, mostrándome su espalda.

Contra nuestras reglas; FREENBECKYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora