Era 1950 en Corea del Norte cuando Sun-hee fue llevada a un campo de concentración. Allí conoce el amor enamorándose del enemigo, un soldado surcoreano.
Decidí desearte, decidí mirarte, decidí amarte aún cuando sabía cuál sería nuestro final. Pero...
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Lo sabía, siempre lo supe. Tuve el conocimiento de lo que podíamos arriesgar si nos atrevíamos a tanto, si dejábamos alguna rienda suelta a causa de nuestros absurdos sentimientos. Entendía las razones por las que habían impuesto aquellas reglas que, a simple vista, parecían patéticas, pero no eran más que una clara advertencia de lo que podía ocurrir si nos dejábamos dominar por nosotros.
Lo entendía, o quería convencerme de que lo hacía. Quizá lo vine a entender tarde; tal vez fueron dos palpitaciones por segundo, tarde. Justo cuando mi corazón empezó a doler.
Mejor dicho, cuando no marqué distancia a lo que era obvio y me dejé llevar por una sonrisa, y unos ojos que parecían atravesarme entre la luz de los finos rayos de la luna. Me convencí de que fue la iluminación la que comenzó a actuar sobre mí, o simplemente el cansancio que llega después de una larga y agotadora jornada laboral; pero justo en ese entonces pude perjurar que había visto la sonrisa más hermosa de toda mi vida, o que quizá no era coincidencia que la luna haya brillado en todo su esplendor. Me ilusioné.
Ojalá no te me hubieras acercado.
-Shim Jaeyun-balbuceó al tratar de leer mi nombre sobre mi ropa. Entrecerró sus ojos al intentar leer por si la primera vez no fue suficiente-. Shim Jaeyun... -asintió y ladeó su cabeza. Una dulce sonrisa apareció en su rostro.
-¿Quién eres? -pregunté debido a su osadía- ¿Y por qué estás afuera a esta hora? -dije con claro disgusto-. Nadie tiene permitido salir a esta hora, ¿cómo lo hiciste?
Esquivó la mirada mientras sus mejillas comenzaron a enrojecerse. Subió ambas manos y peinó su cabello hacia atrás para intentar arreglarlo debido al viento- Me dejaron afuera-dijo sin más. No le creí, pero intenté seguirle su mentira.
-¿Quién? -pregunté y suspiré profundo. Si de algo estaba seguro, era que quería seguir viéndola sonreír- ¿Quién te dejó afuera?
-El encargado-susurró.
-¿Sunghoon?
Abrió sus ojos a la par y asintió como si hubiera recordado algo- ¡Sí, ese mismo! -rió nerviosa y volvió a girar su cabeza hacia otra dirección- El sodado con el lunar.
-Pero el que se encarga de eso es Ni-ki, no Sunghoon.
Rodó sus ojos y soltó el aire contenido de sus pulmones. Negó y formó una sonrisa casi recta mientras jugaba con los dedos de sus manos, sacando el posible polvo de estas para concentrarse en empujar su cutícula- No le digas a nadie por favor-susurró-. Ya me castigaron muchas veces, no quiero otra vez-dijo, cansada.
Fue tierno. Dolió. Separé mis labios de forma ligera, tomando una bocanada de aire al rodar mis ojos y concentrarme en mi respiración.
-Por favor... -dijo, apenada y con brillo en sus ojos pintados de cierto color café chocolate.