Era 1950 en Corea del Norte cuando Sun-hee fue llevada a un campo de concentración. Allí conoce el amor enamorándose del enemigo, un soldado surcoreano.
Decidí desearte, decidí mirarte, decidí amarte aún cuando sabía cuál sería nuestro final. Pero...
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Decían que nadie sabía el valor de los bellos momentos hasta que se volvían recuerdos, y era verdad. Yo no sabía el valor que tenía mi vida hasta ahora. Siempre pensé que, si todo acababa sería una pesadilla que por fin terminaba. Algo con lo que podría descansar, y estaba en paz con eso.
No fue hasta hace dos años que llegó la noticia de que mi papá estaba en agonía por su enfermedad, que la vida comenzó a ser muy valiosa para mí. Considero que fue el golpe de realidad que necesitaba para avanzar.
Y luego estaba en la nada, con varias recetas de medicamentos en mis manos y el cargo de culpa por no poder rendir en una familia. Días después papá agravó, y fue la primera pérdida que tuve. Cuando tuve que fingir ser fuerte por mis hermanos, para consolar a mi mamá, para no hundirme.
Y de ahí nació uno de mis mayores miedos: morir y ser olvidado.
Esa fue la primera razón por la que quería negarme a venir. Yo no era un joven como los demás, no era alguien que podía dejar su vida a su suerte y pretender que mamá no me esperaba en casa, que no tenía una hermana pequeña que amaba jugar conmigo, y que era el único hombre que quedaba en mi familia.
No podía darme el lujo de pensar en una familia o en mi futuro. Familia era lo que mi papá había dejado para mí, y con eso bastaba. No había otro motivo por el que quisiera vivir y brindarlo todo.
Todo sucedió cuando no lo esperaba. Cuando mi vida comenzó a sentirse insignificante de vuelta, con la única diferencia que ahora sí quería vivir. Cuando la veía sonreír y me hacía entender que no todo estaba arruinado, que aún había esperanza en las peores condiciones.
Seguramente no sabía lo mucho que me encantaba verla sonreír. De seguro Miller siempre pensó que en algún momento la abandonaría, que la dejaría sin dar explicaciones y me olvidaría de ella. Claro que nunca supo que la amé desde la segunda vez que la vi, que el enamoramiento llegó antes de que ella pudiera notarme. Y que si algún día la dejaba, sería porque mi vida habría acabado.
Que en mi mente ella y yo saldríamos de estas. Que después de toda la guerra, la llevaría a mi casa para que conociera a mi mamá, y la haría mi novia. Hallaría la forma de hacerla quedar, aunque quizá nunca estuvo en mis planes. Ya no importaba lo mucho que me iba a costar, yo moría de ganas por hacerla feliz. Anhelaba amarla.
Ese pensamiento llegaba a mí con cada noche, antes de cerrar mis ojos y que el sueño me ganara.
Ahora ya tenía otra razón para seguir viviendo.
Y si podía resumir lo que era vivir por medio de recuerdos, diría que vida era la primera vez que tomé junto a Sunghoon y Ni-ki. Vida eran las risas de los niños que sonaban a mitad de la noche en el campo de concentración. Era la forma en la que Sun-hee cuidaba a Miller, y Miller cuidaba de ella.