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Ojos claros, lindos, como el cielo, pensé.

Estuvimos callados desde que se fueron los zarpados esos, si digo cuánto tiempo estuvimos mirándonos mentiría porque me perdí literalmente en sus ojos.

— ¿Entonces te gusta Julián? —preguntó, jugando con el plástico del bote de la bebida, rompiendo el silencio.

— ¿Qué tienen todos con Juli?—pregunté yo, molesta. ¿Por qué lo meten a él?

— No lo sé, yo te pregunto para saber nomás —lo observé un rato, para ver si mentía, no había rastro.

Me trataron de pelotuda tantas veces que ya reconozco a los mentirosos.

— Si no me querés decir, está bien—siguió jugando con el plástico del bote.— te aviso nomás que hay un par que se te quieren acercar por chamuyo y otro por apuesta, fijate.

¿Aún se hacen esas apuestas? me pregunté. ¿En serio?

— Explicate, Lean—le pedí.

Ésta vez me miró, dejó de jugar con el bote de la bebida que ya había terminado.

— El Dibu sí te quiere chamuyar, pero para un rato nomás. Enzo no sé bien, pero sí estoy seguro que a la par del Dibu.

— ¿Vos cómo sabés eso? —No me iba a fiar tan fácil, de ninguno.

— En las duchas se escucha de todo un poco, Gi —me dió una media sonrisa — yo solo quiero ser tu amigo. Y me gustaría que al bobo este— señaló a Juli, dormido en mi cama— no lo lastimen otra vez.

— ¿Otra vez? — ¿Ya habían lastimado a Juli? ¿Por qué no me contó? ¿Soy necia? Tantas cosas que no sé..

— Ups, creí que sabías— negué con la cabeza— entonces no le digas nada al boludo este que me mata.

Fruncí el ceño, mirando a la arañita dormida en mi cama. Vi que Lean se estaba levantando del piso, caminando hasta donde dejó su abrigo, cerca de la Play que trajo Juli.

— Te vas y no me dijiste lo otro, Lean.

— No voy a hablarte de lo de Juli, me matar-

— De eso no— le corté — eso lo veo yo, quiero saber del tonto de la apuesta.

Caminó hasta la salida, abriendo la puerta y me hizo seña para que lo acompañe.

— Lo digo bajito, porque si finge estar dormido, ese boludo lo va a querer matar —me susurró — como buen amigo te digo que te mantengas lejos de Lautaro.

¿Qué? ¡Entonces me estuvo mintiendo! Todo por una apuesta.

— No te vayas, decime más —creo que en el tono de voz, se sentía que estaba decepcionada.

— Ahora no, te envío mensaje.

Con media sonrisa fingida se fué, lo ví alejarse y desaparecer por el pasillo. Me quedé boba, pensando, mirando en la dirección que se fué.

¿Posta él estaba apostando? ¿Apostando por qué cosa? ¿Tan poco valgo?

Cerré la puerta detrás mío, le puse los seguros y comencé a acomodar las cosas fuera de lugar que los chicos habían sacado.

Me puse los auriculares, era temprano para dormir, así que me dispuse a ordenar la ropa que traje en las maletas.

No sabía si seguir enojada con la situación o reírme, es que en serio, ¿Por qué?

Ya había sufrido bastante en Australia con mi peso, mi salud mental, con la gente. ¿Qué más? Vengo a Argentina para sentirme mejor, y parece que tomé malas decisiones al venir acá.

La hija de Scaloni © BloomyquoteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora