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POV Giole

Tenía el corazón a mil por hora. ¿En qué momento? ¿Cuándo?

Me miré al espejo, las ojeras las podría cubrir con maquillaje pero el cansancio no tenía manera de disimularlo. Suspiré. El frío me estaba picando la mano, solté la cubeta sin hacer ruido y tomé las cucharas antes de que se me escape otra lágrima.

¿Se dio cuenta? ¿Cómo consiguió todo esto? pensé.

Coloqué las cucharas heladas en mis ojos, esperando que se deshinche mi piel. Al menos, me dije, podría hacer un hilo en Twitter de mi cara y sería un meme famoso.

Estuve así un rato, colocando las cucharas cuando se volvían a calentar. No quería llorar más pero verlo me traía recuerdos del pasado. Quiera o no, debía enfrentarme contra mi propio error.

Me asusté, cuando tocaron la puerta del baño- Gi, ¿Estás bien?- suspiré. Te diría que sí, pero es una gran mentira.

- Ya salgo- murmuré. Apenas se había bajado la hinchazón, tenía dos pelotas como ojos, como si hubiera asistido a una competición de kick boxing.

Dejé la cubeta con las cucharas y salí, dispuesta a tomar mis cosas para bañarme. Pero él, él.

Él me tomó de los hombros y me acercó a su pecho, - No sé qué pasó, no sé qué necesitas, no entiendo qué pasa pero estoy acá. Estoy para vos.

Ese maldito nudo en la garganta cuando te vas partiendo por dentro, lo odio.

Asentí, como respuesta, con una media sonrisa falsa.

Me tomo de la mano y me guió hasta el sillón, señalando la bandeja de mármol con dulces y un té preparado. 

- Te hice el desayuno-dijo orgulloso- me costó conseguir el té pero acá está.

- Gracias.

Me senté frente a él, tomando la taza que aún seguía caliente y probé el té. Té de Jazmin, mi favorito, ojee que en la bandeja había trozos de mantecol en cubos y turrón de oreo. Sonreí genuinamente, Juli lograba eso. Todo le salía del corazón, y le salía bien.

Cuando terminé de comer y tomar el té, Juli seguía en la misma posición, sólo que un tanto recostado en la pared. Me miraba con una sonrisa, una ternura que recién pude distinguir. Él de verdad me quería.

Con mucho esfuerzo, me levanté y me acerqué hasta donde estaba. - Gracias cielo, estuvo rico el desayuno- le dediqué una sonrisa, igual de genuina que mi dolor mezclado con el amor que me provocaba verlo.

- Está bien, Gi- dijo colocando sus manos en mi cuello. Me paralicé por un momento, viendo cómo se acercaba aún más, hasta que no pude soportarlo y cerré los ojos.

Me empezó a dar besos por toda la cara, cosquillas en la espalda baja y unas cuantas risas se me escaparon. Seguro del nerviosismo. Él, como si no hubiera pasado nada, me miró fijamente y me besó la comisura de los labios. 

Por un instante, me nació querer besarlo, durante mucho tiempo, pero me contuve. No podía dejarme llevar por emociones recientes, quizás todo era obra de mi error que aún no resolví.

Lo miré, lo vi darse vuelta, lo vi hablar pero no lo escuché y cerró la puerta. 

Suspiré. Me sentía cada vez más pesada. No daba más del cansancio y los subidones de energía, las emociones que me desbordaban.

- Hora de bañarse- dije como si se lo repitiera a alguien más- hoy debo verlo entrenar.

Sin ver la hora, me tomé el tiempo de relajarme y escoger el outfit, hoy era el tercer día en el predio y el segundo como parte del grupo técnico.

Hoy, lo más probable, era que papá me pregunte diferentes cosas sobre el partido de entrenamiento y debía estar lista para resaltar. 

Entre la ropa que busqué, encontré una camiseta suya. Una camiseta gris, sin ningún tipo de diseño. La agarré y busqué el resto, más un abrigo porque se veía nublado afuera.

Tomé mis zapatillas favoritas, las más cómodas, acomodé mi bolso para llevar mi agua y mis otras pertenencias en caso de que lo necesite y me entré a bañar.

. . .

¡Si no fuera por esas ojeras! Me vería hermosa, pensé.

Me maquillé lo suficiente para disimular los ojos llorosos y la cara hinchada. Tomé el gloss que vi primero y salí de la habitación con todo lo que necesitaba. Bajé por las escaleras, esperando no encontrarme con nadie en el trayecto.

Hoy era viernes, el último día de entrenamiento de los chicos. Tenían el finde libre, así que yo también, quizás podría visitar a mamá.

Saqué el celu, para enviarles un audio a mi mamá y hermanos. Los quería ver.

Luego una foto para ig, y seguí el transcurso hasta llegar al predio.

Tenía aproximadamente 30 minutos para alinearme los chakras y no llorar en el intento, así que, tomé mis auriculares y los conecté. Hora de la terapia musical.

Pasaban de canciones tristes, a felices, luego otras más tranquilas y por último; las canciones de Elliott Smith.

Drink up baby, look at the stars
I'll kiss you again, between the bars 

Elliott, tenía una manera increíble de componer las canciones. A pesar de que eran tristes, a mi me transmitían tranquilidad profunda. Aunque yo sí entienda la letra de sus canciones y el significado  de cada una, aún así, una paz inundaba mi ser.

Busqué una pelota, sin importar si le faltaba aire o no, comencé a hacer pases y jugadas como si fuese un dos contra dos. Desde chica papá me metió al mundo del futbol, pero a mí me llamó más la atención el arte, así que se rindió conmigo.

I'm in love with the world
Through the eyes of a girl
Who's still around the morning after

Corrí lo que mis pulmones me dejaron soportar, jugué lo que mi cuerpo y movilidad me permitía. Al final, habrían pasado 20 minutos desde que comencé a jugar, que me cansé y me tiré al suelo. Cuando me dí cuenta que el césped aún tenía rocío, supliqué que no se me manche el buzo.

También, era uno de mis favoritos. Mi consejo es, si estás triste, deberías hacer todo lo que te guste usando la ropa más cómoda que tengas o tu favorita.

Al rato que se me normalizó la respiración, me levanté, ojeando el buzo. No me dí cuenta cuando me patearon la pelota, solo escuché el ruido y por reflejo me puse en posición de defensa.

Al ver quién fué la persona que me pateó la pelota, corrí hasta tenerlo de frente para darle un abrazo grande. 

La hija de Scaloni © BloomyquoteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora