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Lionel Scaloni iba caminando hecho una furia, los papeles habían sido rechazados. Tenía llamadas perdidas de Martínez y de Aimar.

La última vez que lo vió fué en el almuerzo, a excepción de Lautaro, no había aparecido en toda la tarde.

Le tomó tiempo darse cuenta, no fué hasta que gracias a recepción salió corriendo hasta donde se encontraba su hija, tendida en una cama.

Había hablado con Lautaro, con Julián que apenas se enteró también fué a verla, con Tito el médico. Gio se había dormido, en consecuencia de los medicamentos que la enviaron al mundo de los sueños.

Cada cuatro horas veían sus signos vitales y le volvieron a administrar un sedante. La mantendría tranquila hasta el día siguiente.

La habitación era silencio puro, sepulcral.

Se acercaba la noche cuando Giole abrió los ojos. Le dolía el cuerpo y aún estaba cansada, necesitaba comida y un baño caliente.

Se hizo la dormida, fingiendo un rato más, para ver quienes eran las personas presentes.

Lautaro estaba en una silla a su derecha, la observó toda la tarde dormir.

Julián se fregaba los ojos cada cinco minutos, sentado cerca de la entrada en un sillón pequeño.

Y su padre, el peor de los tres, caminaba de punta a punta. Iba y venía, tomándose de la cintura.

La realidad es que estaba exhausta, Giole no necesitaba que nadie la mire, nadie la vea, nadie la señale. No quería discutir, no quería empezar una discusión.

Estaba totalmente atolondrada, el susto que se pegó hoy cuando despertó. Los medicamentos, el pánico, la presión. Todo fué obra y causa de un detonante: Hombres MUY cerca suyo.

Se sentía abatida por no poder controlar esos impulsos, quería ir con cada uno y pedirles perdón.

Dentro suyo, vivían unos recuerdos que cada cierto tiempo le disparaban picos de estrés, pero esto fué la gota que colmó al vaso.

Su salud mental estaba siendo aplastada por el pasado, por su padre que aparentaba no quererla, por el chico que ella amaba y por el otro que jugaba con sus sentimientos.

Ella entendía todas las situaciones, las comprendía perfectamente. Sólo esperaba que alguien, alguno de ellos tres, sepa con exactitud también lo que le sucedía.

No importaba, llame lo que llame, pida lo que pida.

Ya era hora de parar con todo esto de una vez.

Cuando se cansó de fingir que seguía dormida, se enderezó y se sentó. Se dispuso a verlos desde lo lejos. Sólo su padre habló, aunque sabía que Julián se encontraba preocupado de una manera monumental.

— ¡Hija! Por fin despertaste— dijo acercándose.

— Por favor no me toques, no te acerques, no hables fuerte.

Scaloni asintió, preocupado.

— Hola Juli- le saludó con la mano y media sonrisa frustrada.

— Buenas —miró la ventana, dándose cuenta que había oscurecido— ¿Buenas noches? Lautaro.

Éste suspiró, sonriéndole con cansancio.

Juli se acercó a los pies de la cama, pero no dijo nada ni dió indicios de nada. Sólo su padre habló.

— Estuve hablando con Tito, el médico que te atendió y con Lautaro— hizo señas, se movía mucho cuando se sentía ansioso— es mejor que no trabajes para la AFA. Deberíamos prioriz-

— Eso creo que lo decido yo—dijo la morocha— prefiero ser yo quien decida. Vos y yo tenemos mucho que discutir, incluyendo al tío Pablo.

La énfasis en la palabra "tío" le dejó todo en claro. Scaloni dió pasos hacia atrás, asintiendo, le dijo dos palabras y simplemente se fué. Él sí tuvo la valentía o la cobardía de huir, pensó.

Al menos le dijo te quiero.

Solo quedaron tres en la habitación.

— Lamento no darte un abrazo, Juli- dijo, mostrando sus manos.

Éste negó. Ya sabía cómo eran las cosas. A veces Gio no soportaba el contacto físico, otras veces sí, lo mismo pasaba con las luces y los sonidos.

Julián se mantenía callado, mirándola fijamente. Sin expresión. A los minutos, dónde eran dos observando a uno, se volvió una tensión insoportable.

— Voy a buscar al médico de guardia—dijo el Toro, caminando hasta la puerta, dejándolos completamente solos.

Giole prefería no darle lugar a la tensión, solo se acomodó en su lugar, esperando a que Julián hable.

— ¿Qué pasó? —preguntó con autoridad. Su voz se veía igualmente que sus ojos, algo fríos.

— Me desmayé en l— fué interrumpida por él.

— No estoy hablando de eso —su mirada podría traspasar lo más oscuro, lo más fuerte, lo más doloroso, pero no estaban listos para hablar de eso.

— ¿Qué pasó? —volvió a preguntar.

— Ataque de pánico —respondió ella— como siempre, solo un susto.

— Ésta vez no fué un susto como siempre—indagó con su mirada, sin mover un dedo de su posición — ¿Qué te asustó?

— No quiero hablar de esto, Julián —pidió.

— Me preocupé, corrí toda la maldita cancha y las putas escaleras para ver qué te había pasado, dejame entenderte.

Negué.

— Creeme, no es momento —se sentía incómoda, divagando sólo le pidió una sola cosa antes de volver al silencio — sé que querés saber muchas cosas, pero ahora no, por favor.

• • •

El médico le dió unos papeles para firmar y luego le dió el permiso para irse, con ayuda de Lautaro se paró e intentó quedarse firmemente erguida pero no pudo porque sus piernas flaquearon. Aún su cuerpo sentía miedo.

Suspiró.

— No puedo caminar — dijo mirando a Julián y a Lautaro, alternando entre los dos— aún no.

— Te llevo a upa— respondieron los dos al mismo tiempo.

Éstos se miraron por microsegundos, negué. No podía soportar el contacto piel a piel pero incluso si ellos me acompañaban a mi habitación necesitaba de ayuda para sostenerme al caminar.

— Toro vení —le hice seña para que me tomé del brazo otra vez y me ayudó a dar unos pasos— Juli tenés una campera que hace ruido, ésta vez no me vas a poder ayudar.

Dispuesto a sacarse el abrigo, me apresuré — Álvarez ni se te ocurra sacarte la campera—amenacé el dedo de la mano que me quedó libre— Hace muchísimo frío, ponete eso ya.

Poco a poco, mientras caminábamos hacia el edificio y luego al ascensor, mantuvimos unas charlas triviales. Aunque a decir verdad la que intentaba era yo, no quería verlos mal pero no me quedaba de otra.

Una vez en la puerta de la habitación, sin que Juli lo espere, lo abracé.

— No te preocupes, puedo sola—al separarme le pedí que descanse. Mañana podríamos hablar tranquilos.

Entre reproches, Juli se fué caminando hacia las escaleras.

La tarjeta me la había alcanzado él, al final, Juli sí me trajo mis cosas.

Fué lo primero que pensé.

Al abrir la puerta, perdí la estabilidad cayendo hacia el piso. Antes de que pueda siquiera tocarlo, Lautaro que estaba detrás mío tuvo el reflejo de tomarme de la cintura y levantarme lentamente para reincorporarme.

La hija de Scaloni © BloomyquoteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora