La Misma Piedra

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-¡Suéltame!- Se queja con la voz aguda aquella niña, forcejeando con alguien obviamente más grande y fuerte que ella.- No me hace ninguna gracia.

Los niños a su alrededor no piensan lo mismo, riendo a carcajadas formando un corro alrededor de ella.

Apenas son cachorros, pero unos crueles que no pierden oportunidad en meterse con la más débil del grupo.

- ¿Qué pasa? ¿Vas a ir llorando a mami?- Se burla el que la sujeta del vestido.- No te olvides de que no tienes.

- Yo... Si... - Trata de contraatacar sin éxito mientras las primeras lágrimas bajan por sus mejillas.

La pequeña Sara se siente verdaderamente herida por las filosas palabras, pero no encuentra, en su inocencia, ningún argumento con el que defenderse.

Desde pequeña le habían explicado de su situación como huérfana. Verdaderamente ella tenía padres, como todos, pero los suyos verdaderamente no debieron serlo.

Cuando era una pequeña loba en las cocinas del palacio todo iba bien. Pero a la hora de empezar la escuela, el rumor sobre el abandono de sus padres llegó como carne fresca para las fieras.

- No te querían. A una Omega. ¿Por qué si no te dejarían aqui? - Aunque le abusó no es más que eso, un abusó, pareciese por un momento que tiene verdadera curiosidad.

Dicen que los niños y los borrachos siempre dicen la verdad. Su forma de hablar, sin filtros, no se preocupaba de ofender a nadie.

- ¡Oye! Dejarla ya en paz.

No hizo falta decir nada más. Todos pararon ante la infantil voz de otro niño que, aunque parecía un poco mayor que ellos, seguía teniendo los colmillos de leche. Todos retroceden lo suficiente para que hasta la Omega se sienta intimidada por la presencia de aquel Beta, al que recuerda de aquella escena llena de harina.

Él y los otros muchachos charlan durante un momento, aunque Sara no les presta verdadera atención. La pequeña recoge los libros que ellos han esparcido con maldad en el suelo y se recoloca el vestido en cuanto sueltan su agarre.

- ¿Estás bien?

Una demasiado joven versión de Luka ayuda a la joven con el último cuaderno. Su voz suena verdaderamente preocupada.

- Gracias... Otra vez.- Resopla la niña rubia verdaderamente avergonzada.- No tenías por qué hacerlo.

- No está bien que los niños se metan con las niñas. - Frunce el ceño.- Mi madre me lo ha dicho.

- Yo no tengo madre.- No sabe por qué razón se lo cuenta, pero la sonrisa del joven de pelo despeinado le da confianza.- Es por eso por lo que se burlan de mí.

- ¿No tienes?- Pregunta girando la cabeza con curiosidad el cachorro.

- No tengo a nadie.- La voz de la pequeña pretende ser fuerte pero suena más bien dolida.

- Pues ya me tienes a mí. Y no pienso desaparecer nunca.

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El sol se cuela por la ventana de forma ligera, iluminando la pequeña estancia y en el centro de esta la cama de sábanas color crema.

Sara se tapa con las mantas un poco más queriendo disfrutar de los últimos minutos de sueño. Echaba de menos el olor a bosque y desertar en medio de la naturaleza tan distinto a la gran ciudad que prefería despertarte con las bocinas y sirenas.

Su cuerpo se siente cansado, pero su alma... El alma de aquella mujer nunca había estado tan llena. Ahora sí que lo tiene todo. Sobre todo, esa reciente marca que aún arde en su cuello. La prueba definitiva de que son el uno para el otro.

El Regalo Del BetaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora