11. Eres muy mala conmigo

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Estoy de nuevo en la puerta de la cafetería Verdoy, pero hoy no estoy esperando a Maura sino a una persona a la que no he visto en mi vida. Los nervios invaden cada parte de mi ser. Noto mis dedos temblorosos, mis piernas, incluso los labios. Y no es por el frío de Madrid. Quizá la elección de un vestido no ha sido buena idea para el tiempo, pero quería venir guapa, sexy. A lo lejos veo venir a un hombre con un abrigo de lana gris, unos vaqueros apretados y unas deportivas. Parece él, juraría que es él. Le observo mientras se acerca, viene muy directo a mí, tiene que ser.

—Buenas tardes. —El chico se para delante y todo mi ser cae rendido a sus pies—, ¿Lola?

—S, sí. —Me siento estúpida, no sé ni hablar. Es mucho más guapo al natural. Me da dos besos y me embriaga con su perfume.

—¡Qué ganas tenía de conocerte! ¡Eres real! —bromea.

—Tú eres real.

Javier sonríe y mi corazón da un salto dentro del pecho. ¿Acaso he visto antes una sonrisa tan encantadora como la suya? Es perfecto, si se presenta a un concurso de belleza lo gana. ¡¿Qué estoy diciendo?! Sin presentarse también lo gana. A este hombre van a buscarlo a su casa para colgarle la corona.

—¿Quieres entrar aquí? —pregunta señalando la cafetería que he propuesto. Me quedo mirando la fachada, toda mi tarde con Maura pasa delante de mis narices, parpadeo varias veces y sacudo la cabeza.

—No. Solo... solo lo he dicho como punto de referencia —miento—. Podemos ir donde quieras.

—Conozco un sitio donde tienen mucha variedad de cervezas —propone—. ¿Vamos a ese?

—Estupendo.

Caminamos por las abarrotadas calles de Madrid, ambos con las manos metidas en los bolsillos. Él me mira de reojo mientras le hablo, lo que consigue ponerme nerviosa, me noto la boca seca. Me habla sobre su trabajo, sobre lo mucho que le gusta la moda y sobre los lugares a los que ha viajado. Para cuando pone fin a contarme su viaje a Australia y a cómo se peleó con una araña gigante, estamos frente a la cervecería.

—Aquí es. —Abre la puerta y me cede el paso.

Nos sentamos en una mesa apartada. Es un lugar acogedor y no hay mucha gente, la luz es tenue y, efectivamente, en la estantería hay miles de cervezas, no voy a saber cuál elegir. Para mi desgracia, la camarera viene antes de lo que me gustaría, me agobio mirando la carta y elijo una al azar para no hacerla esperar, fingiendo que entiendo un montón.

—Bueno, ¿y qué hace una chica como tú en una red como Tinder? —pregunta, cruzándose de brazos y apoyándolos sobre la mesa.

—No lo creerías.

—Pruébame.

—Fue cosa de mis amigas.

—Ya... siempre es cosa de los amigos —vacila.

—En mi caso, es verdad —le digo, ofendida—. Yo nunca me habría hecho una cuenta ahí.

—Pues qué suerte —musita—, que tus amigas te hayan metido ahí para que pueda encontrarte.

Mis mejillas arden, desvío la mirada.

—¿Por qué te abrieron la cuenta?

—Porque querían que ligase de una vez por todas.

—¿Llevas tiempo sin...?

La camarera interrumpe la pregunta dejando las cervezas sobre la mesa, y se lo agradezco hasta el infinito.

—Es que... bueno, me he divorciado hace poco.

—Oh —frunce los labios y se acomoda en el asiento—. Debe de ser duro.

Lola y MauraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora