23. El espectáculo LGTB

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Estoy esperando a Maura en la puerta de la cafetería Verdoy. No sé si aquí tienen gofres, pero ha sido nuestro lugar de reunión. Las mariposas de mi estómago están batiendo las alas con fuerza y no dejo de mirar a todas partes. La gente pasa de un lado a otro y yo, cada vez estoy más nerviosa. Estoy a punto de sacar el móvil del bolsillo para echarle la bronca por llegar tarde cuando la veo aparecer al trote, con una mueca de disculpa. Se para frente a mí y esboza una dulce sonrisa que me hace olvidar todo el rato que llevo aquí esperando.

—Buenas tardes, tardona —le digo con maldad.

—Lo siento, de verdad. Soy un desastre.

—No pasa nada. ¿Dónde quieres que nos tomemos el gofre?

Maura me mira fijamente, sus ojos brillan y una pícara sonrisa aparece en la comisura de sus labios.

—Lola, lo del gofre era solo una excusa —explica—. Pero si quieres uno, yo no te lo voy a negar, ¿eh?

—¿Entonces?

—Todavía queda un rato de sol —dice—. ¿Qué te parece si nos sentamos en una terracita y nos tomamos una cerveza?

—Te lo compro.

Camino junto a ella, como siempre, dejándome llevar. Me guía por las abarrotadas calles de Chueca, propone varios sitios que resultan estar llenos y finalmente nos sentamos en uno con una terraza impecable donde todavía dan los últimos rayos de sol.

—Así que no sabías cómo quedar conmigo —vacilo—. Has tenido que usar la excusa del gofre.

—Y tú has aceptado sin pensar —admite—, porque eres una golosa.

—¿Yo una golosa?

—Tú acabaste manchándote hasta la ropa como una niña pequeña —recuerda, muerta de la risa.

—Bueno, pero eso fue por tu culpa.

Maura esboza una sonrisa, le pide a la camarera lo que queremos y vuelve a centrar toda su atención en mí.

—Qué guapa te has puesto.

—¿Yo? —Analizo mi ropa, no me he puesto nada del otro mundo; un jersey de rayas negras y blancas y unos vaqueros negros—. Pero si no me he arreglado.

—No te hace falta, querida. —Sentencia Maura dejándose caer hacia atrás en la silla—. Háblame de Javier.

—Pues...

—¿Habéis hablado después de que salieras corriendo como una loca y le dejases solo?

—Sí.

Me mira arqueando las cejas, como si la respuesta le hubiera sorprendido.

—Hemos hablado —le digo—. Me ha dicho que se sintió dolido.

—Normal —su mueca me hace sonreír—. Yo me hubiera sentido igual.

—Pero también me dijo que lo podía entender y que quizá el alcohol me había hecho actuar así.

—Vaya... sí que quiere algo contigo —susurra sin poder mirarme—. Le veo insistente, ¿no? Le da igual que hayas salido corriendo como la Cenicienta.

—Me dijo que podía ver un futuro conmigo —nuestras miradas se encuentran, veo terror en la suya—. ¿Te lo puedes creer? ¿Cómo le puedes decir eso a una persona cuando la has visto tres o cuatro veces en tu vida?

No responde, no deja de mirarme, solo frunce los labios.

—Será que... desprendes buena energía. —Supone—. No sé, habrá visto algo en ti que le gusta demasiado. Tu personalidad, tu manera de pensar, de ver la vida. Tu cara bonita...

Lola y MauraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora