36. Nueva vida

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Despertar en la cama de Maura ha sido de lo más raro. Pero de lo más agradable al mismo tiempo. Sentir el beso de «buenos días» en la mejilla, sus caricias y sus labios paseando por mi cuerpo ha hecho que todos y cada uno de los pelos de mi piel se ericen. Ya no recordaba lo que era despertar así. Roberto hace mucho que perdió la magia haciendo eso. Sus buenos días eran ponerme el brazo en la cara sin querer al darse la vuelta o alguna flatulencia.

Me giro y quedo frente a ella. Nos miramos, sonreímos, nos acariciamos. No hace falta nada más ahora mismo. Puedo acostumbrarme a tenerla al lado, a su sonrisa y esos ojos tan hermosos.

—¿Qué tal? —susurra.

—Muy bien. —Le aparto con delicadeza el pelo de la cara—. Estoy en la cama con una mujer increíble. ¿Cómo quieres que esté?

—Vaya...

—No te quites valor —bufo—. Me encanta estar aquí.

—Hacía mucho tiempo que este lado de la cama estaba vacío —admite Maura—. También es agradable ver que por fin se llena.

Me acerco a ella y le doy un beso en los labios.

Una oleada de calor recorre mi cuerpo al recordar nuestra noche. Al pensar que debajo de la fina sábana que cubre su piel, está desnuda. Acaricio su mejilla, su brazo. Traviesa, meto la mano por debajo de la sábana y sigo recorriendo su cuerpo hasta llegar a su entrepierna. Ella me mira, inocente, deseosa.

—¿Es tu manera de darme los buenos días?

—¿Me dejas?

No dice nada. Solo abre un poco las piernas para darme acceso.

Lo hago sin pensar, recreándome el tiempo necesario.

Su cara cambia. Humedece sus labios, cierra los ojos y comienza a jadear. Quiero que sepa que esta es la manera de despertar que le va a tocar si seguimos juntas. Me encantaba el sexo mañanero con Roberto. Era mi momento favorito del día. Verle con los ojos aún pegados pero lleno de placer hasta llegar al final.

—Joder —gime. Me agarra la cara con ambas manos y nos miramos cuando está a punto de llegar al clímax. En su cara veo deseo, paz y libertad. Una sonrisa de felicidad aparece en sus labios segundos antes de dejarse caer hacia atrás en la almohada.

—Sí, buenos días a ti también —le digo.

—Te puedes quedar en casa cuando quieras si me vas a despertar de esta manera —bromea.

—Y se me ocurren formas mejores.

—¿Ah sí? —arquea las cejas.

—Por supuesto.

—Vaya, vaya con Lola —sonríe—. No conocía yo esta parte de ti.

—Todavía nos queda mucho por conocer la una de la otra —afirma—. Y eso es lo bonito. Que nos encontraremos con muchas sorpresas.

—Hoy quiero salir a la calle contigo de la mano —digo—. Quiero besarte en cada esquina, abrazarte mientras vemos cosas bonitas.

—¿Pero qué bicho te ha picado?

Sonrío de lado y me encojo de hombros.

Estoy feliz.

Y es lo que me apetece ahora mismo.

Tomamos el desayuno en su casa, nos aseamos y a las once estamos en a calle, agarradas de la mano, tal y como le he dicho que quería. El contacto con piel es de lo más agradable, me siento protegida, querida. Con Roberto solo paseé así los primeros meses, después no quiso hacerlo porque decía que le sudaba la mano. Era mentira. No quería porque sus amigos le decían que era un moñas y se reían de él.

Lola y MauraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora