UBI SUNT

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NIMUE
Ubi sunt, pensar en aquellos que han muerto antes de nosotros. Mis padres. No entiendo por qué lucharon en una guerra sin valores. Estaban equivocados, con eso me refiero a que he descubierto por mi misma que los azules no son nuestros enemigos. Solo son diferentes, pero lo diferente no tiene que ser siempre malo. De hecho nunca lo es.
Camino hacia el instituto pensando en todo lo que he perdido, en todos los que ya no están, en todos los que murieron en la guerra de razas. Demasiada gente para nada.
Todavía no le he preguntado a Aden que piensa de esa guerra, pero supongo que para él también fue un error.
Entro en primera clase, sin saber cual me toca, tampoco me entero de que hay excursión, y acabo montada en un bus con todo mi curso hacia Torrelodones. Cosas que te pasan cuando desapareces tres meses casi.
-No quiero.
-Tienes que venir, no te podemos dejar aquí.- Miro al profesor de educación física con odio mientras me siento en la parte delantera del bus. Edward se sienta a mi lado, en silencio, su mirada desviándose entre el profesor y yo.
No lo entendéis, si me voy, Aden no podrá hacer nada para protegerme.
-¿Te apetece escuchar música?- Me pregunta mi mejor amigo ofreciendo uno de sus cascos inalámbricos.
-No.- Contesto secamente.
-Vale, perdón.
La pesadilla de ayer me revolvió de una manera que no pensé posible. Juraría haber visto a Aden, mirándome con odio, pero es imposible, porque estaba durmiendo a mi lado. ¿Verdad?
Abrazo el miedo como una madre abraza a su bebé, con delicadeza, para no despertarlo. No sé qué pasó ayer, solo tengo claro lo que siento hacia Aden. Él nunca me haría nada. Nunca me ha mirado así, solo fue mi imaginación.
Nunca había sentido tantas cosas hacia una persona, tantas emociones y tantos sentimientos . Es algo nuevo para mi, una sensación de plenitud, es que dije que nunca iba a conseguir alcanzar. Pues no es que la haya encontrado, es que ella me ha encontrado a mi, me ha invadido el cuerpo y ya no quiere salir. Yo tampoco quiero que lo haga.
Nuestro viaje acaba en el espacio de Torrelodones tras media hora de bus. No se que me pasa. Estoy rara, asustada y aliviada de tener un momento para mi sola. Necesito pensar sin tener a Aden conmigo. Pero le necesito para estar bien. Es una ironía interesante.
Bajamos del bus con caras emocionadas, todas menos la mía, claro. Soy muy expresiva y Edward se da cuenta de que algo va mal en cuanto me mira.
-¿Qué te pasa?
-Nada, solo un mal sueño.
¿Y si no ha sido mi imaginación?
¿Qué me pasa?
¿Acaso me estoy volviendo loca?
Pienso en su calor, en cómo calienta mi cuerpo, en lo que desprende como el mio lo acoge. Es un calor suave, que llega a los huesos. Pero no es un calor físico. Es el calor de su alma con la mía. De la gentileza de nuestros gestos. El calor de su sonrisa. Quiero que ese calor esté siempre, pero todo se acaba enfriando. Como una taza de café con el tiempo. Creo que estoy enamorada pero el creer me va a volver loca. Debería estar segura, lo merezco, pero no puedo evitar sacar de mi cabeza esa cara encapuchada. Esos ojos azules eléctricos son el reflejo del odio. La verdad se oculta entre mis momentos de ensoñación.
Entramos al centro comercial riendo. Miramos a nuestro alrededor como si nunca hubiéramos estado en un sitio igual.
Los humanos hemos tardado en recuperarnos de la guerra,  pero somos muchos y muy cabezotas; Torrelodones, Villalba, la sierra de Madrid son nuestras. Hasta Getafe. Somos más en otros países, España es territorio azul, al igual que toda la parte de Asia y Europa. Ecuador y América son territorio humano y en Estados Unidos las cosas son muy diferentes a aquí. Nosotros hemos aprendido a respetar el espacio de cada raza, por narices, pero allí se matan por las calles. Se puede decir que se sigue la guerra, pero los estadounidenses siempre han sido algo agresivos. Eso sí, nunca más que los azules, que llevan la agresividad en el AUN (el ADN de los azules)
Edward se mete en la primera tienda de ropa que ve. Le encantan las compras aunque es un lujo que nos podemos permitir muy pocas veces.
Voy sola, como siempre. Sin Edward no tengo a nadie, está Clara, pero ya nos hemos dejado claro que es mejor que estemos separadas. Ella tiene ideas locas, yo estoy loca y la sigo. Deva, su gemela anda junto a ella y me miran de vez en cuando.
Todo el mundo se separa y desaparece dejándome sola con el profesor de educación física.
-¿Qué tal estás Nimue?- mis ojos rasgados deben de responder por mí porque el profesor suspira y sigue hablando.
-¿Seguro que no te acuerdas de nada?- Acaba preguntando, adentrándose en un terreno pantanoso. Entonces recuerdo lo que hablé con Aden:
La persona encapuchada mata a quien se acerque a mi, menos el chico, ese está fuera de la ecuación.
¿Y sí…?¿Qué pasaría si le cuento la verdad? ¿Acabaría muerto?
Los nombres marcan a la persona, los adjetivos y sus consecuencias. Asesino es una palabra fuerte. Acabar con una vida que no es tuya.
¿Qué derecho tienes?
¿ Por qué esa vida?
¿que pasa con la familia?
Alguien cercano a mí es un asesino, tengo que reconocerlo, pero no estoy de acuerdo. Esta es una forma razonable de decirlo, otra es: ojalá se muera aquel que me está mintiendo.
Pero no hay un solo asesino cerca, yo también lo soy pero necesito hacerlo para descubrir que narices está pasando. Así que tomo una decisión.
-Si que me acuerdo.- confieso con la mirada clavada en el suelo. Sé que el encapuchado me está siguiendo, sé que si me acerco alguien va a morir y he tomado una decisión aunque en el fondo no sepa nada.
-¿Cómo que te acuerdas?
-Que me secuestraron, conseguí integrarme, me enamoré y me dejaron ir. Eso es lo que pasó.- La cara del profesor es un poema. Muchas emociones cruzan su expresión: duda, asco, enfado, decepción…le acabo de condenar porque si no le mata el encapuchado le voy a tener que matar yo.
-Tengo que llamar a la policía.- susurra con los ojos muy abiertos. Antes de que sea capaz de reaccionar saca su móvil y sale del centro comercial. Hago como que me voy, pero tengo la mente gritándome el error que acabo de cometer. Diciéndome que vuelva a por él, que le salve. Pero no puedo. La adrenalina recorre mis venas, subo al piso de arriba por las escaleras metálicas, mi respiración agitada y busco alguna ventana o terraza. Tengo que verlo. Tengo que saber para entender y eso me va a costar una vida inocente. Encuentro el sitio perfecto. La terraza de un restaurante. Y espero a que pase, por que lo huelo, huelo a la muerte cuando se acerca.
El aire frío me golpea la cara como recordatorio de lo hostil que puede ser el mundo. Oigo unas voces y me asomo por la valla de metal.
Hay una persona susurrando en un idioma que no entiendo, pero que he oído cuando estaba en la base azul. Es el idioma que usaban, ese del que me habló Aden. Esa persona que susurra está en una esquina, envuelta en una capa negra, arrinconando a mi profesor en una esquina.
-¿Quién eres?- pregunta el profesor con una expresión aterrorizada.
-Saey Danot.- contesta este dando un peligroso paso hacia él.
Danot… ¿No es ese el apellido de Aden?
-No lo entiendo… tus ojos.- Son azules. Lo sé, porque el encapuchado no es humano. Es azul, pero no es un azul cualquiera. Debería haber reconocido su voz. Es un asesino, es un mentiroso. Un obseso.
Retrocedo cuando la luz del sol hace que su piel brille. Y entonces, le veo la cara.
Mechones de pelo negro esconden sus ojos, sus labios, bollosos. Su nariz es redonda y bonita. El azul del que me había enamorado, o eso creía. Aden.
Antes de que pueda gritar Aden saca un cuchillo y de la nada apuñala al profesor. Una vez, dos, hasta que el pobre hombre cae al suelo, agonizando. Aden se gira para poder mirar a su alrededor. Me escondo, mis manos tapándome la boca, llorando, sintiéndome traicionada. Es él. Todo este tiempo ha sido él, tal vez pagó a alguien para que matara a Kim, todo para que yo no sospechara de él.
Me siento estúpida. Quemo mi corazón como un pirómano quema su mundo. Ya no lo quiero, no me sirve de nada. Retrocedo hasta dar con una pared y me dijo caer abrazando mis rodillas. Esto no es real, no puede serlo. Pero no estoy triste, estoy muy cabreada por el chico que no ha dejado de jugar conmigo.

Hasta que la muerte nos quieraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora