ESTOY CONDENADO A SER AZUL

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ADEN

Miro a Nisha y a Eki como llevo haciéndolo los últimos diez años de mi vida, desde que el jefe le pareció buena idea mandarnos al exterior a capturar humanos. A extorsionarlos y matarlos como animales. No sé cómo será vivir una vida como la de los humanos. Tan débiles, tan vulnerables, tan tontos… en cambio nosotros somos de alguna manera implacables. Más listos, más longevos y más fríos.
Me doy miedo.
Y es un miedo que con los años me come por dentro, convirtiéndome más de lo que Nimue cree que soy. Un monstruo. Me duele tanto que me lo diga por qué es la cruda verdad. Soy un monstruo y lo demuestro cada vez que mato. Cómo estoy a punto de hacer. Nisha ya ha vuelto de su operación, la tuvieron que operar por que un humano la disparó treinta veces en el mismo sitio, hasta que una de las balas le dió. Pero ya está bien, solo ha tardado unos días en que le cicatrice del todo.
-Nisha, cuidado por la izquierda.- la azul me dedica una mirada asesina, como si ya supiera que tiene que tener cuidado. Llevamos mucho tiempo haciendo esto. Demasiado tal vez.
Miro la pistola que llevo en la mano mientras camino por las amplias y vacías calles de la ciudad. Llevo viendo el mismo camino desde hace años, pero hoy descubro que ya no veo el sitio donde vi por primera vez a Nimue como antes. Ahí intenté matarla, con esta misma pistola. Y aunque no la di, acabé con su vida. Ahora está bajo tierra, en la concentración más grande de azules de Madrid. Donde vive el jefe. John, un hombre canoso con más años que el sitio donde está. Un hombre que aborrece la vida humana como Nimue aborrece la nuestra. Supongo que cada uno elige. Yo elijo el futuro de nuestra raza. Por eso hago esto. Porque así acabo con las guerras. Así aseguro que los azules ganen. Y sobre todo así me aseguro mi puesto como futuro líder de mi base. Aunque mi padre ya se aseguró de eso. A mi padre lo mató John en otro ritual en el que los dos candidatos a jefes pelean a muerte por el puesto. Yo soy el único hijo de líderes, el único candidato al puesto y aún así tengo que obedecer para reinar.
Se hace de noche y decidimos acampar, sin luz alguna, eso atrae a demasiados animales. Sin tienda también, que es demasiado ostentosa. Así que nos ponemos uno al lado del otro y observamos las constelaciones. Aquellas que nos unen con los humanos. Queramos o no vivimos en el mismo planeta. Tiarre. O Tierra, para ellos.
-¿Crees que estaremos haciendo lo correcto?- le pregunto a la nada mientras me llevo una cucharada de judías blancas de bote a la boca. Nisha deja de comer. Siempre ha tenido un carácter arisco y las ideas muy claras. Ella piensa que si, que estamos haciendo lo correcto. Y Eki siempre la apoya en todo lo que dice.
-Por supuesto, ¿Qué te hace pensar que no?
El sufrimiento de Nimue, su dolor, el odio en su mirada.
-Aden, deja de pensar tanto.
-Que descanséis.- susurro antes de cerrar los ojos.

Al día siguiente nos despertamos y como si nada volvemos al trabajo. Sigo a Nisha a través de un callejón. A mi espalda tengo a Eki. Soy el líder de esta operación y sin embargo no soy el que va delante. Soy el que controla el medio.
Alzo mi pistola cuando salimos del callejón. La luz del sol nos lame la piel y nos hace brillar. Observo la piel de Nisha, reluciente, perfecta, como un diamante, con pequeños cristales incrustados en su piel. La odio. Me odio. Nos odio, pero estoy condenado a ser azul.
Nos alejamos de los grandes edificios de la ciudad y entramos en territorio enemigo o lo que ellos llaman Getafe. Aquí están los peces gordos. Gente que trabaja para el gobierno humano. Gente que se despierta por la mañana y no sabe si Nisha, Eki y yo vamos a aparecer. Pero cuando lo hacemos, somos imparables.
Aquí, a punto de matar, no puedo evitar pensar en Nimue, en sus ojos oscuros y rasgados. En su mirada amable y el miedo en esta. Porque aunque lo intentase ocultar yo lo veía. Veía el miedo hacia nosotros. El asco hacia Nisha y la súplica ante el ritual. No se si debo estar haciendo esto. Ya no sé si es lo correcto. Pero eso no me impide apuntar y disparar al guardia de la puerta. Le doy de lleno. En el pecho, y cae al suelo como un muñeco de trapo.
-Nisha, derecha. Eki sígueme.- El disparo ha alertado a los miles de guardias que custodian el lugar. Pero nos da igual. Somos implacables y casi inmortales.
Apunto y disparo, como un robot, un soldado salido del mismísimo infierno. Eso es lo que soy. Un seguidor de Volak, domesticador de serpientes, dios del infierno, una aberración para Janai.
Entramos en el edificio central y seguido de Eki y Nisha, nos hacemos paso entre los humanos. El plan es fácil. Entrar, conseguir al nuevo diplomático y largarnos. Así sabremos las estrategias para la guerra que está por venir. Así podremos evitarla, pero a veces el precio a pagar es muy alto.
Dos guardias nos vienen de frente, enormes. Eki y yo los tumbamos con tres disparos. Todos en el pecho. A los azules nos enseñan a pelear, a salvar a los nuestros y a disparar. Lo hacemos sin pensar, es algo que llevamos inscrito en nuestra piel. Asesinos.
Metido en un despacho, sus manos tapándose los oídos, está un hombre calvo, de ojos arrugados y manos callosas. Es él. Es el de la foto que me enseñó John. Entro en el despacho y agarro al hombre del pescuezo, ignoro sus súplicas, sus promesas de dinero y libertad. Es lo que intentan todos antes de morir. Ya he perdido la cuenta.
Los humanos tratan de dispararnos, pero sus balas no nos hacen daño. Más quisieran. Ni siquiera Nisha las teme, que es la que más ha sufrido. Unos asesinos humanos torturaron a sus padres, los llevaron hasta sus límites y luego los mataron. Eran especialistas, eran monstruos, como dice Nimue.
Caminamos de vuelta a la base. Nos lleva un par de días, porque él hombre decide no colaborar y tenemos que llevarlo a rastras.
-Os puedo solucionar la vida. Solo tenéis que dejarme de vuelta en Getafe.
-Cállate.
-Por favor.- Miro a Nisha. Está cabreadisima. Es ella la que lleva encima al hombre. En un arrebato lo tira al suelo y se arrodilla ante él, cogiéndole de la camiseta.
-Te juro que…
-Nisha . No- le advierto. Pero eso no impide que le pegue un puñetazo en la cara. La nariz le empieza a sangrar y llora debajo de Nisha, descontroladamente.
-Joder.- susurra la azul levantandose, se lleva una mano a los ojos, intentando ocultar sus lágrimas. Odia perder el control, pero desde lo de sus padres le cuesta bastante. Fue hace relativamente poco. Hace dos años.
Se hace de noche y acampamos. Yo hago la primera guardia. Y así se pasan los días. Bajo el sol, Nisha perdiendo el control. Eki consolándola y yo pensando en la humana.
Me recuerda a Jaya, mi tía, ahora vive lejos, se ha encontrado otra familia pero ella era la que me criaba cuando mis padres tenían que irse al exterior. He pasado toda mi vida en Madrid, en la base. Mi tía era una azul de ideas alocadas y humor horrible, pero al fin y al cabo fue una madre para mi. Nimue es como ella. Dura, reservada y perspicaz, valiente como nadie pero incapaz de agradecer una acción bonita. Aunque no es que le haya demostrado nada bueno. Soy el enemigo que quería tener. Lo veo en sus ojos cada vez que la miro.
Durante la noche del quinto día desde nuestra partida llegamos a la base. Con el sujeto delirante y las piernas algo cansadas. Pero con los años te acabas acostumbrando a ignorar el dolor.
Los pasillos de cemento me aprisionan en un espacio que no me acaba de gustar. Me cuesta respirar bajo la tierra, en un sitio tan pequeño. Creo que los humanos le llaman claustrofobia. Que raros. Siempre buscando una palabra más difícil que inventar.
-¡Maya!- exclamo viendo a mi amiga a lo lejos. Está hablando con un chico, le reconozco, es una amigo mío, encargado de la seguridad dentro de la base. Se llama Dax Maya se vuelve hacia mí, y no me gusta lo que veo en su mirada. Agobio.- ¿Qué ha pasado?
-La humana.
-¿Nimue?
-Si, se ha escapado.
-Mierda.- susurro y salgo corriendo hacia la salida.

Hasta que la muerte nos quieraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora