Las jóvenes vidas de José y María

122 11 4
                                    

Desde edad temprana, el pequeño José se divertía observando como funcionaban las cosas, siempre le gustaba hacer preguntas y a diferencia de sus amigos, prefería pasar el tiempo intentando armar sus propios inventos que jugando fuera.

Raquel: José ¿has visto la cuchara de madera? (siendo salpicada por lodo)

José, sentado a la mesa: Perdón madre, perfeccionaba una pequeña catapulta.

Raquel, quitándose el lodo: ¿Qué te he dicho de tomar los utensilios de la casa?

José: Que avise cuando los tome, perdón mamá.

Raquel: Por que no mejor vas a ver a los burros, lleva ese recipiente y dales agua.

José, levantándose: sí mamá.

El joven José era conocido en todo Belén como el pequeño inventor, siempre intentaba mejorar la vida de todos dando una solución creativa que casi nunca salía bien, sus padres en varías ocasiones se veían atrapados en discusiones por las creativas ideas del niño. 

Arcángel Gabriel: Vaya pequeño. Aunque lo hace siempre de buena fe.

Arcángel Rafael: De ángel hacía lo mismo, siempre quería estar ahí arreglando detallitos de buena fe.

José era muy entregado a su familia y siempre intentaba cumplir con lo que sus padres pedían, si su madre lo había mandado a llevarle agua a los burros, eso hacía. 

Abiel, un trabajador de los padres de José: Hola, José.

José, entrando al establo: Buenas tardes, Abiel.

Abiel: Eso se ve pesado ¿Necesitas ayuda?

José: no, yo puedo darle agua a los burros.

Abiel, saliendo: Si tu lo dices, grita si necesitas ayuda.

José: Gracias. Bueno burritos vamos a ver ¿Quien tiene sed? (un burro chocándole) Vaya amigo, parece que tú tienes mucha sed. (dándole agua)

Poco a poco los burros rodearon a José y este no encontraba como quitárselos de encima, después de un rato, entró en desesperación porque los burros lo empujaban, mordían y jaloneaban, razón por la cual comenzó a gritar y llorar.

Jacob, quien iba de camino al establo: José (comenzó a correr) 

Jacob comenzó a quitar a los burros y cargó a su hijo quien estaba muy asustado.

Jacob, gritando: Abiel

Abiel: Mándeme, señor (viendo a José) Pequeñito ¿Qué pasó?

Jacob: Eso mismo quiero saber yo ¿Qué hacía el niño aquí sin supervisión?

José, lloriqueando: Mamá me pidió que viniera a darle agua a los burros.

Abiel: Lo ha hecho solo muchas veces, fui a dejar algo un momento, no pensé que le fuera a pasar nada.

Jacob, molesto: te debería despedir por no pensar.

José: no, no lo despidas papá, prometo portarme bien.

Jacob muchas veces no sabía que hacer ante la nobleza de José, el niño era muy inocente y siempre procuraba a los demás, lo que siempre lo llevaba a problemas pues muchos esperaban de él la responsabilidad de un adulto más que la creatividad de un niño.

Mientras tanto, a algunos kilómetros de distancia, en un pueblo llamado Nazaret, una dulce y pequeña niña de nombre María crecía junto a sus hermanas Deborah y Rebekah. María era diferente a todas las niñas con las que convivía, desde temprana edad, su padre la había educado bajo la ley de Dios. Ella conocía las escrituras como la palma de su mano y los 10 mandamientos eran su guía diaria. Aunque le gustaba cuestionar y aprender, siempre hacía caso de lo que sus padres le indicaban hacer, respetaba a todas las formas de vida, jamás mentía y era completamente feliz con la vida que llevaba. Mientras sus hermanas anhelaban una vida con un esposo, María sentía que eso no era algo para ella, pero adoraba a los bebés y a los niños, por lo que a temprana edad decidió que al crecer se volvería maestra para poder educar y cuidar niños sin involucrarse en un matrimonio.

El Evangelio perdido (Fanfic de Journey to Bethlehem)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora