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Apenas oscurecía, aquel día de invierno. Terminaba de peinar mi largo cabello, antes de cubrirme los mechones oscuros, con un gorro tejido, mientras veía como la nieve comenzaba a caer lentamente.

— ¡Adley! — la voz de mi tía Sarah, podía escucharse desde cualquier parte del chalet en dónde vivíamos. Era una mujer alta, de piel clara y ojos expresivos, muy parecida a mi madre. — ¡Mila está aquí!

Me apresuré a guardar un par de cosas en mi bolso, salí de mi cuarto  y crucé el pasillo para ir a ver a mi madre. La encontré leyendo un libro, bajo la luz de una lámpara. Me sonrió cuando ingresé a su habitación.

— ¿Te vas? — Asentí como respuesta. — No vuelvas demasiado tarde. Dile a ese chico, que te acompañe hasta la puerta.

— Estaré aquí a la hora acordada, mamá. — dejé en beso en su frente. — ¿Has tomado todos tus medicamentos?

— A Sarah no se le pasa ni un minuto.

— Eso es bueno.

Mi madre tenía un corazón enfermo, que la ponía cada vez más débil. Pasó de ser una mujer enérgica, que peleaba junto a otros abogados, a depender de mi tía y de mi. Le era difícil moverse, por esa razón, la llevaríamos a una nueva habitación que estaban construyendo en la planta baja del chalet, desde donde podría ver el bonito paisaje y estaría más cómoda.

— ¿Te sientes bien? Puedo quedarme a ver películas.

— Tienes que ir, cariño. Has pasado todas tus vacaciones, encerrada con nosotras. Disfruta el tiempo con tus amigos. — mi madre, tomó mi mano y dejo un pequeño apretón. — Diviértete ¿Si?

— Te veré antes de ir a la cama. — le sonreí y volví a besar su frente, a modo de despedida.

Salí de la habitación y de prisa bajé las escaleras. Mila charlaba animadamente, algo con mi tía y ambas nos despedimos de ella para ir a casa de Lauren, que festejaba su cumpleaños número dieciocho. La última de las tres, en llegar a esa edad

— Me pareció ver a Tae en el pórtico de su casa. — soltó Mila, justo cuando pasábamos frente al jardín de aquel lugar, que yo conocía tan bien.

Evité mirar hacia la fachada y continúe avanzando, colgada del brazo de mi amiga.

— No tenía idea de que estaba de regreso. — murmure, aguantando el impulso de buscarlo.

— ¿Siguen sin hablar?

— Si hablamos, pero no como antes.

Ya nada era igual que antes, en lo que se refería a Kim Taehyung. Ni con él, ni con la relación que llegué a tener con su familia.

La primera vez que vi a Taehyung, tenía apenas ocho años. Mi madre, en su afán de tener un lugar tranquilo para vacacionar, compró un chalet en Lindstrom, Minnesota. Así que cada vez que podíamos, viajábamos de Chicago, a esa pequeña comunidad.

En aquellas vacaciones, pasaba un día aburrido, en la habitación que mi madre designó para mi, escuchando música, cuando el sonido de risas sobresalió por encima de una canción. Desde mi ventana, observé hacia el patio vecino y descubrí a un par de niños lanzando un balón. El más alto, tenía el cabello castaño y reía de forma escandalosa, mientras que el otro más pequeño, de mechones oscuros y alborotados corría sin parar. Alguien de voz grave, les gritó algo que no entendí y ambos se detuvieron en el acto, para dirigirse hacia el interior de la casa, que hasta ese momento, me parecía solitaria. Entonces el niño pequeño miró en mi dirección, solo un instante, justo antes de entrar por la puerta trasera.

Esa noche, conocí a la familia Kim y me encontré con Tae, gracias a la invitación de sus padres a mi madre para una amistosa cena. Fue por esa misma razón, que descubrí que eran tres hermanos y no dos, que él era el menor, que la familia estaba muy lejos de su país natal y que aquel chico de cabellos oscuros era algo especial. Desde esa vez, pasé cada verano con los hermanos Kim, viendo como eran tan distintos entre ellos y sintiendo como mi corazón, latía de forma incontrolable, cuando Kim Taehyung me sonreía.

HUNTING [kth]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora