UNA MALA IDEA

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La noche siguiente fue muy ajetreada pese a ser un día entre semana, y Griffin parecía sentirse de nuevo aburrido. Se había encaramado sobre su mesa habitual y cantaba a voz en grito al son de la gramola, concretamente la canción Baby Got Back de Sir Mix-A-Lot.
Hacía gestos obscenos y movía las caderas de una forma que estaba segura de que me provocaría pesadillas. Las mujeres que estaban apiñadas alrededor de la mesa se reían y le pasaban billetes de un dólar. Él los aceptaba encantado y se los metía en sitios en los que yo
no quería siquiera imaginarme.
Evan, Matt y Lauren se habían alejado un poco de la mesa y se reían como histéricos del idiota de su amigo. Lauren dirigió la vista hacia donde me hallaba, en medio del pasillo, observando el grosero espectáculo, y me guiñó el ojo sin dejar de reírse. Yo solté una carcajada y le sonreí.

—¡Bájate de la maldita mesa, Griffin! —Pete salió de la cocina, donde tenía instalado su despacho en un viejo trastero, y miró indignado al bajista.

De inmediato, Griffin saltó de la mesa y su rendido harén se apresuró a rodearlo.

—Lo lamento, Pete —dijo sonriendo, aunque no parecía lamentarlo en absoluto.

Pete entró de nuevo en la cocina, sacudiendo
la cabeza y mascullando. Me reí de buena gana, hasta que sentí algo detrás de mí. Una mano se introdujo debajo de mi amplia falda y me agarró la parte superior del muslo. Chillé y me alejé unos pasos. Un hombre de mediana edad con pinta de viejo verde me miró con sus ojillos
castaños y sonrió, mostrando una dentadura amarillenta. Me guiñó un ojo con expresión libidinosa, mientras su amigo, que tenía un aspecto tan repugnante como él, se reía. Me apresuré a refugiarme junto a la barra.
No conocía a esos hombres. No eran clientes asiduos, y no eran agradables. Estaban sentados en mi sección, de forma que tenía que pasar junto a ellos cada vez que me dirigía a la barra, y, cada vez, el viejo verde trataba de tocarme las piernas, por más que yo tratara de alejarme de su mesa. Por más que intenté postergarlo, llegó el inevitable momento de llevarles la cuenta. El tipo más corpulento, el que me había tocado el muslo, se levantó y me agarró sin contemplaciones del culo, estrechándome contra él mientras con la otra mano me tocaba una teta.
Furiosa, le aparté la mano de mi pecho de un manotazo y le propiné un empujón, lo cual hizo que se echara a reír a carcajadas.
Exhalaba un hedor que sólo puedo describir como «eau de mala vida». Era una repugnante mezcla de tabaco rancio, efluvios de whisky de tres días y juraría que estiércol. Y esa mezcla no incluía su aliento, que era tan pestilente que, en comparación, el resto de de su persona olía a rosas. Miré a mi alrededor en busca de Sam, pero de pronto recordé que ese día libraba y Pete no había tenido en cuenta que el local solía llenarse tanto que convenía contratar a otro gorila a tiempo completo. En ese momento, yo no podía estar más en desacuerdo con
él.
No sabía qué hacer, y no me creía capaz de defenderme sola de ese tipo. De repente, me lo quitaron de encima. Evan estaba detrás de él, sujetándole los brazos, que tenía inmovilizados junto a sus costados. Lauren se plantó de inmediato frente al tipo. Parecía furiosa.

—No ha sido buena idea —dijo con voz grave y fría.

Matt se acercó al tipo más menudo, que se había levantado para defender a su amigo. Griffin se acercó a mí por detrás y me rodeó los hombros con un brazo.

—Sí, esta chica es nuestra —dijo sonriendo de oreja a oreja.

El tipo corpulento se sacudió de encima a Evan y propinó un violento empujón a Lauren, obligándola a retroceder.

—Lárgate, niña bonita.

Lauren le agarró de la camisa con ambas manos y acercó su rostro al del tipo.

—Anda..., inténtalo.

El hombre miró a Lauren, que parecía dispuesta a machacarlo a puñetazos. Lauren sostuvo su mirada, sin dejarse intimidar. Todo el bar había enmudecido, observando el desafío entre ambos. Por fin, Lauren lo soltó; sus manos temblaban debido al esfuerzo de controlarse.

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