ADICTA AL SEXO

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Después de varias noches sin pegar ojo, una mañana bajé la escalera con Denny. De un tiempo a aquella parte esperaba a que él
estuviera vestido antes de bajar a beberme un café. Denny insistía en que siguiera durmiendo, que no era necesario que me levantara con él, pero me había habituado a levantarme temprano para pasar un rato
con Lauren por las mañanas y no conseguía abandonar esa costumbre.
El hecho de que Lauren hubiera alterado mi fisiología me irritaba, pero, al entrar en la cocina con Denny y verla allí, me irrité aún más.
No fueron sus ojos verdes y absurdamente perfectos, que se fijaron en nosotros cuando entramos; no fue su pelo absurdamente perfecto, revuelto y desgreñado; no fue su cuerpo cincelado y absurdamente perfecto, y no fue la estudiada sonrisa y absurdamente perfecta que nos dirigió.

¡Fue su estúpida camiseta!

Estaba apoyada contra la encimera, esperando a que el café estuviera listo, con ambas manos a la espalda, haciendo que las vistosas letras sobre su camiseta destacaran aún más. Decían simplemente:

«Canto a cambio de sexo».

En ella quedaba extraño. Era un tipo de prenda más propia de Griffin, lo cual me hizo sospechar de dónde la había sacado. Era grosera. Obscena. ¡Me cabreó!
Denny sonrió al verla.

—¡Caray! ¿Es verdad que...?

Me apresuré a interrumpirlo.

—Como se te ocurra pedirle una, dormirás en el sofá durante un mes. —Mi tono era algo más áspero de lo que merecía una hortera
camiseta, pero no pude evitarlo.

Sin embargo, a Denny mi reacción le pareció divertida. Esbozó su sonrisa de despistado y ladeó la cabeza.

—No pensaba hacerlo, cielo. —Me dio un beso rápido en la mejilla y se acercó a Lauren y le dio una palmadita en el hombro antes de sacar dos tazas de la alacena, una para mi café y otra para su té. Volviéndose hacia mí, que seguía mirándolo mosqueada, se rió y dijo: —Además, sabes que no sé cantar.

Lauren, que nos había estado observando en silencio con una sonrisa de regocijo, se rió por lo bajinis y reprimió una carcajada.
Furiosa con los dos, arrugué el ceño y dije fríamente:

—Cuando el café esté listo, estaré arriba. —Di media vuelta y salí furiosa de la cocina, escuchando las incontenibles carcajadas de
ambos mientras subía la escalera.

Horas más tarde, mientras trabajaba presa de una profunda indignación por el incidente de esa mañana, me interrumpió una dulce voz.

—Has vuelto a hacerlo, Camila. —Jenny se inclinó sobre una mesa y me sonrió.

—¿Qué? —pregunté, sacudiendo un poco la cabeza para salir de una especie de trance en el que estaba sumida.

Me costaba concentrarme. Lauren había empezado a hacer algo que no había hecho en todos los meses que Denny yo llevábamos viviendo con ella. Había empezado a salir con mujeres, según decía.
Cada noche traía a una chica distinta a casa, y cada noche yo tenía que oír a su cita a través de los delgados tabiques del apartamento. En este contexto, cabe interpretar el término «cita» de forma muy
generalizada, puesto que a ninguna de esas mujeres parecía interesarle Lauren como persona. Estaban más enamoradas de su
pequeña porción de fama, y, por supuesto, de su fabuloso cuerpo.
Nunca veía a la misma mujer dos veces en nuestra casa, y Lauren parecía tener una colección infinita de amigas. Me ponía enferma. Resultaba imposible conciliar el sueño. Por fin, una noche me desmayé debido al agotamiento. Pero esa situación, junto con la constante y dolorosa crispación que sentía en el vientre, empezaba a
pasarme factura.

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