DESPEDIDAS

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A la mañana siguiente, me dieron el alta en el hospital. Mi hermana se alegró de la noticia e incluso besó al doctor en la mejilla
cuando éste se la comunicó. Como llevaba su uniforme de Hooters — unos shorts color naranja muy ajustados y una camiseta blanca sin mangas demasiado opaca con el logotipo del establecimiento—, el doctor se sonrojó y salió a toda prisa de la habitación. Mi hermana se rió y me ayudó a vestirme y a cepillarme el pelo, que estaba lleno de nudos debido a los días que había permanecido en la cama. Yo no quité ojo a la puerta mientras esperábamos que vinieran a decirnos que podíamos marcharnos. No estaba segura de quién deseaba que fuera el primero en venir a despedirse de mí, si Denny o Lauren. No había vuelto a ver a Lauren, y, cuando preguntaba a mi hermana por ella, ella fruncía levemente el ceño y respondía: «Por ahí anda». Recordé que ella le había pedido que no me dijera que seguía acudiendo al hospital, y me pregunté si se había enterado de que ella me lo había contado en un descuido.
Yo le había hecho sufrir tanto que no se sentía capaz de verme, pero no había sufrido tanto como para olvidarse de mí por completo. Yo no comprendía qué significaba eso. Decía que aún me amaba, y yo la amaba a ella. Incluso ahora, después de mi error en el aparcamiento, después del terrible descubrimiento por parte de Denny y de la pelea que aún hacía que me despertara a veces gritando, la amaba..., y la echaba de menos. Pero entendía su deseo de permanecer alejada de mí, de romper conmigo.

Jenny apareció mientras esperábamos y se sentó en la cama junto a mí, acariciándome de vez en cuando el brazo o recogiéndome
un mechón rebelde detrás de la oreja, descubriendo mi moratón, que tenía ahora un tono amarillento. Nos contó a Anna y a mí anécdotas del bar y las locuras que algunos clientes habían hecho. Empezó a contarnos una historia referente a que Evan y Matt se habían compinchado contra Griffin, pero se detuvo en cuanto mencionó sus nombres. Ignoro si lo hizo porque supuso que no me apetecería oír una anécdota sobre unas personas tan cercanas a Lauren o porque ella también figuraba en la historia. En cualquier caso, no tuve valor para
preguntárselo. Anna asumió las riendas de la conversación en cuanto surgió el nombre de Griffin, y, cuando terminó de relatarnos su historia, incluso la dulce Jenny, que no se impresionaba por nada, estaba roja como un tomate. Anna seguía riéndose a carcajada limpia cuando Denny entró en la habitación. Nos saludó a todas con un gesto de la mano. Me sorprendió verlo a esa hora y vestido con un atuendo informal. Cuando lepregunté como era no estaba trabajando, se encogió de hombros y dijo que se había tomado el día libre para ayudarme a instalarme en el
nuevo apartamento. Al ver mi expresión, arqueó las cejas y dijo con tono seco:

—¿Qué van a hacer, despedirme?

Sonreí y le di las gracias, y los cuatro nos pusimos a charlar amigablemente hasta que vinieron a darme el alta. Dos horas más tarde, me hallaba contemplando la vista del lago Unión desde el apartamento de dos dormitorios que mi hermana había conseguido encontrar y alquilar en una tarde. El apartamento era minúsculo. En la cocina cabían justo los fogones, el frigorífico y un lavavajillas. El estante de formica sobre éste constituía la encimera. Los dos dormitorios estaban situados en cada extremo de un pequeño pasillo. No pude evitar sonreír al comprobar que mi hermana se había apropiado de un armario ropero de tamaño normal, mientras que el mío era la mitad de éste. Mi dormitorio tenía un futón y una cómoda; y el de mi hermana, un colchón sobre una cama baja y una mesita de noche. El baño contenía sólo una ducha y estaba lleno de los productos de belleza de mi hermana. El cuarto de estar y el comedor
ocupaban el mismo espacio, y una desvencijada mesa plegable indicaba dónde nos sentaríamos a comer. El resto del espacio contenía un sofá de color naranja que supuse que era una reliquia y una butaca que yo sabía por experiencia que era la butaca más cómoda del mundo. Sentí que el corazón me daba un vuelco al pasar la mano sobre el respaldo. Era la butaca de Lauren..., y el único mueble medio presentable que poseía. Mientras Denny me observaba con curiosidad, me pasé los dedos por las mejillas, tragando saliva repetidamente, y me senté en el grotesco sofá de color naranja. Denny me preparó un almuerzo ligero con algunas cosas que había comprado y Anna se fue a trabajar. Jenny se sentó a mi lado en el sofá y empezó a sintonizar en el pequeño televisor que había en un rincón un canal en el que ponían telenovelas. Me distraje mirando la televisión junto a ella mientras
comía la mitad del sándwich que Denny me había preparado, al tiempo que contemplaba una y otra vez la confortable butaca... en la
que nadie se había sentado.

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