ENCUENTROS

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Era el trayecto en coche más largo que había hecho en mi vida. Lo cual no significa gran cosa, ya que nunca me había alejado más de cien kilómetros de mi ciudad natal. No obstante, se mire como se mire, el viaje era absurdamente largo. Según MapQuest, mi mapa interactivo, el trayecto en coche duraba más o menos treinta y siete horas y once minutos. Eso suponiendo que tengas súperpoderes y no necesites hacer ninguna parada para poner gasolina.

Mi novio y yo habíamos partido de Athens, Ohio. Yo había nacido y crecido allí, al igual que todos los miembros de mi familia. Nunca hablábamos de ello en nuestro pequeño grupo de cuatro personas, pero era un hecho sabido desde nuestro nacimiento que mi hermana y yo estudiaríamos y nos graduaríamos en la Universidad de Ohio. Por consiguiente, se había producido una tremenda tragedia familiar cuando, hacía unos meses, durante mi segundo año en la universidad, había decidido mudarme de lugar en otoño. Lo que más había disgustado a mi familia, si eso era posible, era el hecho de que fuera a trasladarme a cuatro mil kilómetros, a Washington.

Concretamente, a la Universidad de Washington, en Seattle. Había conseguido una magnífica beca, lo cual había contribuido a convencer a mis padres. Pero sólo en parte. A partir de ese momento, las reuniones familiares fueron... pintorescas, por decirlo suavemente.
El motivo de mi traslado iba sentado junto a mí, conduciendo su destartalado Honda. Lo miré y sonreí.

Denny Harris.

Era un bellezón.

Sé que no es la forma más varonil de describir a un chico, pero era el calificativo que yo utilizaba con más frecuencia mentalmente y el que
encajaba con él a la perfección. Denny provenía de una pequeña población de Queensland, Australia, y, debido a que se había pasado la vida en el mar en ese exótico lugar, tenía un cuerpo bronceado y musculoso, aunque no en plan macizo. Era un cuerpo más bien natural, proporcionado y atlético. No era excesivamente alto para ser un chico, pero sí más que yo, incluso cuando me ponía tacones, lo cual a mí me bastaba. Tenía el pelo castaño oscuro, y le gustaba lucir un corte irregular pero ordenado. A mí me encantaba cortárselo, y él dejaba que lo hiciera mientras me miraba con adoración, suspirando y quejándose todo el rato, amenazando con que el día menos pensado
iba a raparse la cabeza. Pero le encantaba que yo se lo cortara.

Tenía unos ojos cálidos y profundos, de color marrón oscuro, que en estos momentos me miraban con expresión risueña.

—Hola, cielo. Ya falta menos, unas dos horas.

La forma en que su acento se deslizaba sobre sus palabras me causaba un curioso efecto embriagador. Nunca dejaba de producirme una pequeña sensación de gozo, por extraño que parezca. Por suerte para mí, Denny tenía una tía a la que hacía tres años habían ofrecido un puesto en la Universidad de Ohio y se había
trasladado allí. Denny, que era un cielo, había decidido acompañarla y ayudarla a instalarse. Había cursado un año de instituto en Estados
Unidos, durante el cual se había sentido muy a gusto, por lo que no le había costado ningún esfuerzo tomar la decisión de trasladarse a la
Universidad de Ohio, lo cual, a ojos de mis padres, lo había convertido en el candidato ideal para ser mi novio, es decir, hasta que me había
llevado con él a Seattle. Suspiré, confiando en que se les pasara pronto el disgusto por haberme mudado de universidad. Pensando que mi suspiro respondía a su comentario, Denny
añadió:

—Ya sé que estás cansada, Camila. Pasaremos un momento por el bar de Pete y luego nos iremos a casa a descansar.

Asentí y cerré los ojos. Al parecer, el bar de Pete era un sitio muy popular donde nuestra nueva compañero de piso, Lauren Jauregui, era una estrella local del rock.

Aunque íbamos a convertirnos en sus nuevos huéspedes permanentes, no sabía mucho sobre ella. Sabía que durante su primer año de instituto en el extranjero, Denny se había alojado en casa de Lauren y sus padres, y sabía que Lauren tocaba en una banda. Sí, bueno, sabía un par de cosas sobre nuestra nueva y misteriosa compañera de piso. Abrí los ojos y miré por la ventanilla, observando cómo las
borrosas siluetas de los enormes y verdes árboles desfilaban frente a mí. Las numerosas farolas de la autopista arrojaban un extraño
resplandor naranja sobre ellos. Por fin, habíamos atravesado el último puerto de montaña; por un momento, había temido que el viejo coche de Denny no fuera capaz de conseguirlo.

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