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Dos chicos se ciernen sobre mí, mirándome de manera aterradora. Uno de ellos usaba un abrigo con un conejo estampado en él, las mangas están un poco desgarradas y se ve un poco sucia manchada de algo rojo.

El otro, en cambio, luce un traje elegante color negro, no lleva chaqueta, la camisa blanca que porta está arremangada hasta los codos; pulcramente limpio.

Muy bien. Ahora toma el cuchillo que ves sobre la mesa y busca la solución a tu problema...

Miro con detenimiento todas las herramientas que hay en un armario. Él sigue mi mirada y sonríe.

—Esos aún no, pequeña, no estás lista.

—Escúchalo, él es sabio en lo que dice, ángel.

—Hazlo...

—¡No! —me levanto de golpe y el malestar en mi cabeza se empieza a manifestar.

No debí beber de más por cumplir veintiuno.

«Que sueño tan raro»

Echo una mirada por mi habitación y me encuentro con tres personas tiradas en el suelo. Me levanto decidida a echar a los tres niños que están en el suelo en las posiciones más extrañas que haya visto.

—¡BUENOS DÍAS, NIÑOS!

Samantha se levanta al toque y busca al gritón. Ups.

—Mierda, guarda silencio de una vez. —se pone de pie y viene hacia mí.

—Era una bromita, sigue durmiendo.

—¿Broma? —tirándose en mi cama alza los pies y sin pensarlo dos veces los pies golpean mi espalda mandándome al piso.

—¡Samantha! —chillo y me paro como puedo —No seas maldita, estás en mi habitación y MI cama.

Giro a verla, pero ella vuelve a estar en su quinto sueño.

Suspirando, paso por encima de Gema y Dereck. Ellos tres son mis mejores amigos, hicimos una pijamada por mi cumpleaños y a Samantha se le ocurrió la maravillosa de traer alcohol a mi casa.

Salgo al pasillo encontrándome con mi preciado celular en el suelo.

Solo espero que roto no esté porque me sacó un ojo de la cara semerendo precio.

Lo agarro y observo que está liso, sin ninguna raya. Reviso mensajes y llamadas, pero al final, desilusionada, lo vuelvo a dejar en una mesa.

Qué vida tan aburrida.

Voy llegando a mi Universidad con la cabeza explotando a mil. Nunca se debe tomar cuando al día siguiente tienes obligaciones, esas son las palabras de mi madre. Joder, ¿Por qué no le hice caso?

Al menos con su sopa ecuatoriana me hubiera levantado en menos de lo que canta un gallo. Si me escucharan los ecuatorianos, seguro me matarían. Vete tú a saber porqué nos ofende tanto que le digan sopa a nuestro Dios encebollado.

Riéndome de mi misma subo al segundo piso donde está mi clase de filosofía del derecho. Al entrar me encuentro con un grupo de chicas que cuchichean entres sí mirando al fondo del salón, donde varias chicas también observan. Yo no puedo ver a quién miran porque está un profesor hablando con ese alguien o a esa cosa. Nunca se sabe la sorpresa de la gente.

Sin más, me aproximo a mi asiento, que queda en la otra esquina del escándalo. Al menos no mirarán hacia acá. Un puesto antes de quedar en el último asiento. Perfecto, porque así ni empezarían las preguntas por mi puesto, pero sí iría preparada.

KALOPSIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora