IV

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Salgo de mi hora de clase y voy al área de descanso. Gema no llegó a casa ayer, y fue un completo alivio para mí puesto a que no quería escuchar un sin fin de reclamos de porqué estaba con sus ligues o lo que sea que ella cree que son.

Busco una mesa, hay una a lo último donde se encuentra Samantha.

—Samy, hola —saludo al llegar y sentarme a su lado.

—Lilyyy —lloriquea.

Suspiro pesadamente sabiendo que viene drama.

—Cuéntame todo.

—El imbécil de mi ex me pidió que volvamos, lo hice y adivina —exclama tomando agua— lo encontré besándose con Camila.

—¿Otra vez su mejor amiga? —cuestiono—¿Por qué vuelves con él si siempre te deja por esa?

—No sé, soy muy tonta.

—No eres tonta, Samy, ¿te parece si vamos a un parque de diversiones para que te distraigas?

Otra persona se sienta en la mesa y nos sonríe.

—Me apunto, puedo llevarlas.

Samantha observa confundida a Karim y posa su mirada de nuevo en mí.

—Amigo mío —respondo a su pregunta no hecha, pero que le brotaba de su piel.

Karim ensancha más su sonrisa y no puedo evitar pensar en lo adorable que se veía sonriendo de esa manera.

—No seas llorona, Emily.

—No le digas, así solo es sensible —aquel niño que me defiende sonríe plenamente—¿Verdad?

Una punzada de dolor recorre mi cabeza, el mareo, como es costumbre, me llegan en menos de nada. Mi expresión no debe ser la mejor, puesto a que Karim borró su sonrisa y me auxilio; se posiciono a mi espalda tomándome por los hombros.

Samy, por otro lado, se apresuró a traer un poco de agua; me la dio a tomar en un vaso, luego me venteó un poco la cara y observó a Karim.

—No sé qué tiene, a veces se pone pálida, le dan náuseas y le duele la cabeza —me mira— pero odia los hospitales por lo que no quiere ir a uno.

Escucho un suspiro a mi espalda.

—Emily, por favor, tenemos que ir a un médico, no puedes estar así —susurra— Vamos, levántate.

Le hago caso, solo que hay un impedimento: Al intentar pararme, un mareo intenso se manifiesta. Karim me agarra antes de caer, me toma en brazos pasando un brazo debajo de mis piernas y el otro por mi cintura.

—Samatha, ¿no? —escucho un sonido de afirmación— las llevo mañana al parque de diversiones.

—Vale, ¿pero a donde la llevas?

No escucho su respuesta, puesto a que caigo en un agujero negro dejando de sentir mi cuerpo. Queda como una pluma.

Abro los ojos tratando de acostumbrarme a la luz. Estoy en una habitación blanca, una máquina que monitorea mi pulso se encuentra a mi derecha, a mi izquierda un porta suero donde hay uno rosa conectado a un tubo sujeto en mi mano.

Mi mano tiene vendaje para que el suero no se mueva.

La puerta es abierta.

Un hombre de unos treinta años entra. Al ver que estoy despierta, revisa mis ojos con una lamparita o lo que sea que sea eso. Vuelve a salir, pero vuelve enseguida, esta vez, acompañado de dos personas.

Karim y Klaus.

—A ver, señorita Rodríguez —habla el hombre— Usted tiene anemia, por lo que le suministramos unas vitaminas.

KALOPSIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora