II

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Escuché, una vez, a una persona decir que llorar dejaba tranquila al alma.

Bueno, eso aplica ahora para Samantha; su novio la terminó porque «Mi mejor amiga es mejor que tú, es más educada, más decente, no anda mostrando de más...» y un sinfín de idioteces. Las dos son bellas y buenas personas, el problema es él, que piensa que debe tener el control de cómo se viste, habla y hasta de cómo come.

Ahora, yace en i habitación llorando sin parar, un paquete de su dulce favorito de mi país, no sé ni qué le encuentra de bueno; la vaquita, una leche en polvo.

—¡Es un imbécil! ¿Qué hice para merecer esto?

—Él es patético, no pienses más en él, hay muchos hombres que se morirían por estar contigo.

—¿Y si yo no quiero estar con ellos? —lloriquea.

—Pues algo encontrarás —

—Sí, ya no te estreses —reconforta Gema —. Mejor hablemos del director, ¿ya vieron lo bueno que está?

—¿El director? —confundida pongo toda mi atención en ella —¿Te interesaste en él?

Se levanta de un brinco de la cama y empieza a caminar por toda la habitación.

—Me lo llevaré a la cama, eso ténganlo por seguro —agrega entusiasmada —Es tan sexy, los trajes le quedan bien, huele delicioso, y esa voz... Carajo, él debe ser mío.

—Dios... No puedo negar que no sea atractivo, pero es nuestro director, ¿estás bien?

Me levanto y limpio un poco el reguero de leche que hizo Samantha con la leche en polvo.

—¿Y? Se ve joven y si le llego a gustar, seguramente voy a tener beneficios en mi carrera — guiña su ojo izquierdo, revisa su teléfono y frena su paso —Me voy, tengo que ir con mamá a comprar un vestido.

—Está bien, ve.

Gema se va y nos quedamos en un silencio pulcro.

—¡La vida es asquerosa! ¡Nadie me toma enserio!

—Yo te tomo enserio, Samanta, y estoy segura que encontrarás al ideal.



De vuelta a la Universidad voy al área de descanso mientras espero a que sea la hora de entrar a mi primera clase del día. Hoy tengo una exposición, me quedé hasta las cuatro de la madrugada para que las diapositivas salieran perfectas.

—Pero mira a quién tenemos aquí —escucho detrás de mí.

Karim se acerca con una billetera en mano. Se para en frente de mí, sus ojos brillan, y su sonrisa destacó en todo. Lleva un pantalón negro, una camisa pegada color rojo, se le ajusta al cuerpo dejando lucir sus brazos, cintura y abdomen firme.

—¿Quieres una servilleta? —pregunta de repente —se te caerá la baba.

Bufo, me levanto de la silla en la que estaba.

—Se te está cayendo a ti, idiota.

No era cierto, pero sí que me estaba observando mucho. Tose un poco, revisa la billetera, la cierra y habla:

—¿Me acompañas a la oficina del director? —abre la billetera frente a mis ojos; la identificación del susodicho está ahí.

«Vale, es su billetera»

—¿Y a mí qué? —paso de él, me dirijo a la cafetería. Sigue mis pasos, siento su mirada en mí, y, a decir verdad, no me incomoda.

—Me da miedo.

KALOPSIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora