16 de Enero

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— ¿Recuerdas la razón por la que rompimos? —le pregunté durante el desayuno, tomando entre mis manos la taza de café que acababa de servirme, manteniendo la vista baja.

A mis espaldas, él seguía haciendo ruido con la cuchara al preparar su café.

Había pasado la noche conmigo... pero no hicimos gran cosa. Él pudo dormir perfectamente mientras me abrazaba; yo no pude cerrar los ojos. Me la pasé acariciando su pecho, escuchando el latir de su corazón e imaginando el cómo serían las cosas si terminara la relación a pesar de todo...

Se sentó delante de mí. Alcé la vista despacio, viéndole cómo torcía levemente los labios en un intento de recordar. Eso hacía siempre que no tenía idea de las cosas.

— No —así, de esa manera tan cortante y certera había sido su respuesta—. ¿Por qué la pregunta?
— ¿De verdad no lo recuerdas? —pregunté tratando de ocultar mi ansiedad; apretando la taza entre ambas manos y concentrando la mirada en su rostro, que no tardó en escudarse detrás de la taza.
— Sólo recuerdo que estuvimos separados... pero, realmente no recuerdo por qué.
— Oh —suspiré, bajando la mirada—... creí que lo recordarías...
— Sabes que soy un idiota distraído.

No tuve que verle para saber que sonreía. Siempre lo hacía. Creo que una parte de él sentía que sonriendo podría ocultar un poco sus... distracciones.

— ¿Saldrás hoy? —realmente no quería seguir lastimándome más... y, además, sabiendo ahora que él no recordaba nada, no podía saber el por qué me había hecho aquello.

Aún después de todo el tiempo pasado, tenía esa duda y mientras no la aclarara, seguiría atormentándome; pensando en que si una vez me mintió haciéndose pasar por otra persona, podría mentirme en cualquier otro aspecto... aunque no fuera cierto, mi mente me torturaba repitiéndome eso.

— Solamente tengo que arreglar unas cosas... pero no me llevará más que una media hora. Regresaré y entonces pasaremos el resto del día juntos. —se levantó y, al estar a un lado de mí, me rodeó con sus brazos, dejando un beso en mi cabeza.

Me abrazaba; sentía sus brazos a mi alrededor... pero, extrañamente, no pude notar nada. Ni calor ni cariño de su parte. Sólo una gran y terrible nada que bombardeó mi corazón con toda la potencia de una tormenta y con eso, una gran parte de mí terminó de derrumbarse.

¿Por qué?

Le dejé ir después de corresponder al ligero movimiento de sus labios sobre los míos, clavando mi mirada melancólica en su espalda, al tiempo que todos los recuerdos que teníamos juntos estallaban en mi memoria con el único fin de hacerme llorar.

Ahora que había logrado tomar un tiempo de descanso del trabajo, todo lo que hacía era mantenerme en un estado constante de depresión, como cuando terminamos.

Suspiré, regresando a la habitación . Tomé la caja forrada de terciopelo rojo que guardaba debajo de la cama, detrás de más cajas plagadas de viejos recortes y recuerdos de mamá, y me senté en el suelo, sacando de ella todas las fotos que aún quedaban de nuestra relación junto a la llave que hacía juego con el dije que le regalé a unos meses de haber empezado todo ésto.

Sentí rodar un par de lágrimas por mis mejillas... y sonreí. Aquel candadito llevaba tallada una "B." El día que fui a recogerlo en compañía de Gustav, el dueño y él me dijeron que parecería un novio celoso, marcando como mi propiedad a mi pareja. La verdad, esa no era mi intención, pero no me desagradaba del todo la idea.

Ahora ya no llevaba más el candado. Según me dijo, lo mantenía guardado para que no lo perdiera.

Seguí revisando las pocas cosas que guardaba, llorando.

— Bill -limpié las lágrimas a prisa al escuchar a  Andy—, ¿estás bien?
— Llegaste temprano. —sonreí en un intento de ocultar mi tristeza, guardando las cosas a prisa.

Se acercó despacio, recogiendo la llave que había dejado a un lado antes de que pudiera guardarla.

— Lo perdió —murmuró sentándose en la cama con los ojos fijos en ella—. Creo que lo perdió así que —extendió la mano para regresármela—... será mejor que te deshagas de ella.
— No —me apresuré a tomarla y aferrarla contra mi pecho—. ¿Quieres comer? Puedo prepararte algo.

En un intento por cambiar de tema, me levanté y salí a la cocina, seguido de él.

— No te molestes. Saldré con Juliet —volteé a verlo: sus ojos mostraban ese brillo característico de los enamorados. ¿Cómo es que yo lo había perdido?—. Sólo vine a avisar —tomó la chaqueta que descansaba en el respaldo de una de las sillas y se giró, camino a la puerta—. Tú arregla las cosas con el imbécil de mi hermano. De verdad, no quiero verte llorar por su culpa... otra vez.

Ni una palabra más y se fue.

Todo el resto del día me la pasé sentado frente a la mesa, esperando a Tom. Dijo que le llevaría media hora... tardó poco más de tres.

Al llegar, presumía una sonrisa inmensa y un ramo de rosas hermoso que no tardó en entregarme. Le sonreí el gesto... una sonrisa fingida, que él no logró distinguir. Dejé que me arrastrara a la habitación, deshaciéndome entre sus manos y sus besos... dejé que me tocara; que me "hiciera el amor"... sin sentir nada.

Frío, distancia... era todo lo que sentí. ¿Por qué?

Diario de un Corazón RotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora