31 de Diciembre

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Todo se ha vuelto un caos dentro de mí, contraponiéndose a mi exterior que es todo calma. Por fuera sonrío y actúo como si todo fuera perfecto. Como si ya lo hubiera olvidado... pero no es así. Todavía espero que toque a mi puerta y me sonría. Todavía espero ver nuevamente sus ojos castaños y sentir sus caricias suaves sobre mi mejilla.

Navidad ha pasado... y con ella, los últimos momentos en los que pude distraerme un poco. Hoy, Andrew ya no está aquí. Lo acabo de dejar en el aeropuerto. Recibió una beca fuera del país y tiene que estar allá desde mañana, pues tiene que buscar dónde instalarse y un trabajo de medio tiempo. Yo me ofrecí a ayudarle con los gastos; a cubrirlos todos para que no tuviera problemas, pero no aceptó. Me sonrió y dijo que quería ganarse la vida por sí solo.

Se fue... y me dejó con la promesa de que me llamaría seguido y vendría a visitarme durante sus vacaciones .

Andreas ha aceptado un trabajo en la ciudad vecina. Ganará lo doble que trabajando en la misma compañía que yo... y no es que esté celoso, no. Sólo... siento que todos se están yendo. A todos les está favoreciendo la suerte y a mí... bueno, yo me estoy quedando atrás, con mis suspiros, mis esperanzas y mis sueños.

Las cartas se han acumulado en el escritorio. Los recuerdos se mantienen ocultos en el fondo del clóset, encerrados en ese pequeño cofre de madera, y los sentimientos se quedan esperando muy en el fondo de mi corazón, bajo llave. ¿No es extraño estar triste y silencioso todo el tiempo?

Quiero un milagro... sólo uno y dejaré de pedirle cosas al cielo, lo juro. Solo busco un milagro para terminar decentemente este diario. Solo uno para plasmarlo como recuerdo en la última hoja de este cuaderno.

Suspiré por décima ocasión. Me levanté de la banca del parque central y me dispuse a caminar de vuelta a mi departamento, con la cabeza baja sin poner atención por dónde iba, hasta que choqué con alguien. La persona solo retrocedió un paso y yo terminé en el pavimento congelado, avergonzado.

— Perdone. No fue mi intención...

Esperaba que me reclamara o se molestara, pero en lugar de eso, me tendió la mano para ayudarme a levantar.

— Siempre has sido un poco distraído.

Levanté lentamente la vista a su rostro, quedando boquiabierto y con el corazón detenido por unos segundos. ¡Era él! ¡Era mi tan ansiado milagro!

Mis ojos se llenaron de alegría al igual que mi alma y terminé sobre él, abrazándolo con fuerza y dejando salir un par de lágrimas de felicidad.

— ¡Tom! ¡Eres tú! Dios... dime por favor que no estoy soñando.

Le escuché reír suavemente al tiempo que me aferraba a su cuerpo.

— Soy real, Bill. Todo ésto es real.

Levanté mi vista a su rostro, encontrando una lágrima cayendo por su mejilla y una sonrisa que parecía abarcarle de oreja a oreja.

— Oh.. Tom... no sabes lo mucho que te extrañé... —tomé su rostro entre mis manos y le llené de besos. Era tan increíble volver a tenerlo conmigo. ¡Y lo mejor de todo es que no era una ilusión!
— Perdóname, pequeño. Perdóname por todo lo que te hice pasar. Yo sólo quería que fueras feliz...
— ¡Eres un grandísimo idiota, Thomas! —casi grité al tiempo que reía— Todo lo que necesito para ser feliz eres tú. ¡Eres tú! —me volví a echar entre sus brazos— No tenías por qué irte... ¡No tenías por qué abandonarnos!

Ya no dijo nada. Simplemente me envolvió en un abrazo cálido y protector. Me llevó a casa y se quedó conmigo. Se quedó conmigo...

Mi milagro llegó justo a tiempo.

Diario de un Corazón RotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora