Capítulo 1

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Sally

Desde que me subí al primer avión que salía con destino a quién sabe dónde, me replanteé hasta qué punto había estado viviendo en una mentira. Yo iba a casarme, Dios, ¡a casarme! Instintivamente, acaricié mi anular izquierdo, topándome con la piel suave, en vez de con una sortija —cosa que se me había vuelto costumbre en los últimos tres meses—.

Miré por la ventana del avión y suspiré.

Toda mi vida había sido de las personas que huyen. ¿Algo me daba miedo? Corría en dirección contraria en vez de enfrentarme a lo que sea que pudiera aterrarme. ¿Estaba furiosa? Me iba con mi rabia contenida a un lugar en el que nadie pudiese hallarme. ¿Me hacían daño? Me subía a un avión que me llevaría 3,290 kilómetros lejos de casa.

Intenté dormir algo antes de aterrizar, pero me fue imposible. No tenía idea de qué iba a hacer en cuanto llegara a Woodstock, el pueblito de 2,937 habitantes ubicado en el estado de Georgia. La verdad, lo escogí porque quedaba lo suficientemente lejos de California como para evitar que alguien me encontrase.

Una vez hubo aterrizado el avión y me bajé en el aeropuerto Lebanon, el más cercano a Woodstock, y fui a por mi maleta. Era bastante consciente de que todavía debía encontrar la forma de recorrer los diecisiete kilómetros restantes de viaje, pero decidí tomármelo con calma.

Al parecer todo lo que he hecho desde que huí de California, ha sido tomarme las cosas con calma.

Recogí mi pequeña maleta fucsia de la cinta y me dirigí a la salida. Suponía que iban a haber taxis dispuestos a ganar un buen dinero por media hora de viaje. Sería un gran gasto, considerando que iba con el dinero justo, pero no podía hacer nada más. Ya había tomado ese avión.

Maldita seas, Sally, ¿por qué hicimos esto?, me pregunté mentalmente.
Porque pillamos a nuestro prometido encamado con nuestra hermana, ¿recuerdas?

Me estremecí en el momento en el que la imagen acudió a mi mente. Por supuesto que lo recordaba.

Mantuve las lágrimas a raya. No podía llorar en un lugar público. No podía caer tan bajo. Yo no era así.
*
Fuera del aeropuerto –tal como supuse– me encontré con una hilera enorme de vehículos. La mayoría eran taxis, por lo que me subí al más cercano y le indiqué la dirección. Condujo en silencio, la música de una estación en la radio al azar era lo único que evitaba que el ambiente fuese incómodo. En un abrir y cerrar de ojos, habíamos llegado.

Le pagué —con un ojo de la cara— al conductor para luego bajarme del auto con mi maleta. El viento helado de Woodstock me golpeó el rostro. Estábamos en pleno enero, por lo que era algo de esperar. Aun así, me lamenté el hecho de no haberme puesto una bufanda.

Caminé, un poco perdida, por las calles del pueblo pintoresco. Una fina capa de nieve cubría los techos de las casas y me dieron ganas de llorar. Por primera vez caí en cuenta de que realmente lo había hecho. Había dejado toda mi vida atrás... por despecho. ¿Me convertía eso en una idiota? Tal vez. Pero no me importaba en lo más mínimo.

Mientras me trasladaba desde el aeropuerto hacia aquí, encontré un conjunto de cabañas precioso. El precio era relativamente bueno y me contacté con el propietario. Le expliqué que necesitaba con urgencia un lugar en donde quedarme y había accedido en arrendar una de sus propiedades. Me mandó la dirección por mensaje de texto, para que pudiese llegar sin problemas. No quedaba muy lejos del lugar en donde me había dejado el taxista, por lo que decidí irme a pie. Así, podría echarle un vistazo a aquel lugar.

Puse la dirección en Waze y eché a andar. Miré todos los edificios con fascinación, como si nunca hubiera visto edificaciones así. En cierto modo, no lo había hecho. California era mucho más... monótono, a mi parecer. Llevaba toda mi vida allí. Veinticinco años. No me di cuenta de lo estancada que estaba hasta que me marché de allí, dejando atrás todos mis problemas.

El amor sí existe en WoodstockDonde viven las historias. Descúbrelo ahora