James
No sabía qué le había pasado a Sally la tarde anterior. Sólo sabía que no había regresado a casa de donde su amiga. Si es que siquiera estaba con alguna amiga suya. Aunque, bueno, me daba igual si estaba con su amiga o lo que fuera. Lo que me importaba realmente era si estaba bien o no.
¿Iría a trabajar? ¿Y si no lo hacía?
No tenía idea de por qué se había ido como lo hizo —como si un bicho la hubiera picado, obligándola a salir huyendo—. Además lucía... dolida. Al menos, eso noté yo.
Quizá estaba viendo cosas donde no las había y preocupándome de más.
Estacioné en la parte de atrás de la librería, como siempre, y me bajé del auto casi cruzando los dedos para que Sally apareciera.
Sin más remedio, suspiré y entré por la puerta trasera. Rodé mi silla y, al llegar a la zona principal de la librería, mis pulmones expulsaron, lentamente, el aire que no sabía que estaba conteniendo.
Allí estaba ella; dejando sus cosas tras el mostrador, sin ser consciente de mi presencia. Me quedé allí, tan sólo mirándola, por unos cuantos segundos hasta que ella levantó sus ojos color jade en mi dirección. Éstos se abrieron sutilmente al verme.
—Hola —saludé con cautela. Como si ella fuese un animal herido al cual no quería espantar.
—Hola —contestó, volviendo su atención al mostrador frente a ella.
¿Estaba rehuyendo mi mirada? ¿Por qué?
—Y... ¿cómo estás? —inquirí, a pesar de su poca disposición para hablar conmigo.
Si alguien le dijera al James de hace un mes que se encontraría queriendo entablar una conversación con alguien, éste le diría que está completamente equivocado.
Pero no.
En ese mismo instante me encontraba haciendo justamente eso.
—Bien, gracias —fue su escueta respuesta.
Suspiré.
—¿Estás molesta... conmigo? —pregunté, de forma precavida.
Ella soltó un bufido y me miró con aparente aburrimiento. Como si toda la situación le diera igual.
—No, James, no estoy molesta contigo —respondió.
Entorné mis ojos hacia ella, sin estar convencido del todo.
—No te creo —expresé—. Desde que te fuiste ayer que te veo rara —añadí.
Me resultaba incomprensible el porqué de mi insistencia con Sally. En realidad, si soy completamente honesto, lo sabía pero me costaba mucho aceptarlo. Nunca antes había anhelado tanto las palabras de alguien.
Y de eso sólo me di cuenta cuando ella empezó a negarme las suyas.
La pelirroja soltó una pesada respiración que me hizo volver a la realidad.
—Mira: No estoy enfadada contigo, en serio. —Seguí sin creerle—; simplemente me di cuenta de que estábamos traspasando una línea.
—¿Cómo?, ¿a qué te refieres? —cuestioné con el ceño fruncido.
—Me refiero a que estamos cruzando la línea profesional, esa de jefe-empleada —explicó.
—Pero... —inicié.
—Por favor, James —pidió—. Pensé que lo entendías.
—¿Entender qué? —me extrañé.
No tenía ni la más mínima idea de qué estaba hablando. En ningún momento... De acuerdo, sí lo hice, pero en el último tiempo me daba igual aquella línea. Si podíamos ser algo más que jefe-empleada, genial, que lo fuéramos, no tenía problema con eso; y aparentemente, ella tampoco. Al menos, no hasta el día anterior.
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El amor sí existe en Woodstock
RomanceCuando Sally huye de California, luego de que su prometido le fuese infiel, llega a un pequeño pueblo con un puñado de gente. Allí, la vida parece sonreírle, sin embargo, no todo es perfecto. Junto a la felicidad, llegan los problemas. Y, junto a a...