Capítulo 10

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Sally
Llegué a casa de Doris una vez me calmé por completo. Seguía con la cabeza un poco mareada, pero lo peor ya había pasado. La pequeña siesta que tomé también colaboró, y no tiene nada que ver con la persona que se coló en mi sueño.

La mujer vivía en un barrio tranquilo, y su casa era de color amarillo pastel por fuera y tenía dos ventanas en la parte delantera. La puerta era de un marrón caoba que combinaba a la perfección con la pintura exterior. Avancé hasta ella y di un par de golpecitos, esperando pacientemente a que Doris me abriera.

No tardó mucho, abriendo la puerta para mí casi de inmediato, con una sonrisa maternal dibujada en sus labios.

—¡Sally! —saludó emocionada—. Por fin llegas.

Me dio un abrazo y una calidez se alojó en mi pecho. Hacía mucho tiempo desde que alguien me abrazó.

Cuando nos separamos, tenía una sonrisa en mis labios.

—Pasa, por favor, la mesa está puesta.

Me guió dentro de su casa. Por dentro era cálida, y tenía algunos cuadros colgados con un señor —probablemente la pareja de Doris— y un niño. Éste le sonreía a la cámara mientras sostenía un algodón de azúcar color azul en una de sus manos. Debía de tener entre diez y doce años en esa foto, y no pude evitar preguntarme qué sería él de Doris.

¿Hijo? ¿Sobrino? ¿Nieto?

En ese momento, caí en cuenta de que no sabía nada sobre aquella mujer. Y tenía muchas ganas de conocerla.

La mesa de comedor era para seis personas, pero sólo había dos ocupados.

—Toma asiento. En seguida traigo la comida.

*
Cuando regresó, sirvió un estofado de verduras en cada plato. Luego, tomó asiento en la silla junto a mí y comenzamos a comer.

Al principio, todo era demasiado silencioso; podía oír las cucharas tintineando contra los platos y los soplidos de cada una con la intención de enfriar la comida.

Sin embargo, antes de que pudiera ponerme de los nervios, ella comenzó una charla de temas triviales.

Hablamos sobre el clima en Woodstock, su comida favorita, el tipo de libros que nos gustaba leer, y otro par de cosas no tan importantes. Lo interesante, llegó cuando Doris dejó sobre la mesa el postre.

—¿Y por qué te mudaste hacia aquí? Recuerdo habértelo preguntado cuando nos conocimos, pero no me diste una respuesta muy... clara. —Tomó una breve pausa para observarme—. Si no quieres contestar, no tienes por qué hacerlo.

—No te preocupes —la tranquilicé, restándole importancia con un encogimiento de hombros—. No es nada muy importante tampoco.

Ella no habló, simplemente se quedó observándome, atenta a lo que tenía para contar.

Tomé una gran bocanada de aire, tratando de mantener mis sentimientos a raya. Lo de la mañana —que se sentía como hace una eternidad— no podía repetirse. Nunca más debía permitir que mis emociones me llevaran tan al límite.

—Mi prometido me engañó.

Sus ojos se abrieron sutilmente. Si hubiese parpadeado, probablemente me lo habría perdido.

—Me di cuenta de que, en realidad, no lo amaba. Nunca lo hice. Pero lo consideraba como un amigo. —Suspiré—. Y, lo que realmente me dolió, fue la traición de mi hermana.

—¿Qué te hizo tu hermana?

—Ella fue con la que me engañó mi prometido.

Esta vez, los ojos de Doris se abrieron de forma obvia, marcando sus líneas de expresión.

El amor sí existe en WoodstockDonde viven las historias. Descúbrelo ahora