Capítulo 22

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Sally
«Nada». Para James, eso era lo que había entre nosotros. Ni siquiera una amistad. Simplemente nada.

No podía decir que me sentía triste, per sé. Más bien, sentía decepción. Por un momento, pensé que ambos estábamos en la misma página. Que los dos éramos conscientes —y queríamos— de que entre nosotros había algo más. No estaba muy clara sobre qué, pero algo más que nada, eso era obvio.

Suspiré y me obligué a esbozar una sonrisa.

—Ya lo oíste, Doris. —Me volteé hacia James, rehuyendo su mirada—. Quedé con una amiga para cenar —dije—. Su casa no queda muy lejos, así que no es necesario que me lleves a casa hoy.

—Sally... —inició.

—Está bien, en serio —interrumpí, subiendo, por fin, mis ojos a los suyos—. Ya es mi hora de salida. Adiós.

Sintiendo las miradas de ambos en mí, tomé mis cosas de detrás del mostrador y me encaminé a la salida.

—Hasta pronto, Doris. Ya sabes que es un placer verte —le sonreí.

—Nos vemos, jovencita, lo mismo digo —se despidió, mientras yo salía de la librería.

El viento frío de invierno me recibió, ayudándome a mantener la calma. Al respirar, sentía como si pequeñas agujas se me clavaran en los pulmones. En vez de doloroso, resultó... esclarecedor.

Tenía en mí un cóctel de emociones. Frustración, decepción, molestia y, por sobre todo, humillación.

Sí. Eso era. Me sentía humillada. Humillada por haber visto cosas donde no las había. Por más tonto que sonase, me había esforzado para «llegar» a James.

De hecho, pensé que lo había logrado. Su actitud había cambiado y se mostraba más cercano a mí.

¿Qué mejor señal podía existir para evidenciar un cambio en él? Los almuerzos juntos y las conversaciones sobre el pasado... No son la muestra de que habíamos cambiado, mejorado?

Al parecer, eso sólo lo veía yo. Porque, para él, no teníamos nada.

Saqué mi celular del bolsillo y marqué a la única persona que se me iba a la mente. Hayley.

Contestó casi de inmediato.

—¿Sigues en la librería? —espeté, apenas hubo contestado.

—¿Perdona? ¿Qué acaso los jóvenes de hoy en día no saben de modales? —dijo en tono burlón.

—Lo siento, no quería molestarte, es que... ha pasado algo. Y necesito que nos veamos —expliqué.

—Californiana... —dijo con voz suave—. Sólo bromeaba, ya sabes que jamás serás una molestia. —Solté un suspiro tembloroso—. Sigo en la cafetería. Puedes venir y nos vamos juntas a mi casa, ¿te parece?

—Me parece —coincidí—. Te veo allá.

—Nos vemos.

Colgué la llamada y saqué mis audífonos de cable. Necesitaba escuchar música. Como era así de dramática, puse mi playlist hecha para rupturas. Y, a pesar de saber que no era una «ruptura» como tal, quería escuchar música triste. En mi opinión, la vida debía de tener un soundtrack. Como en las películas.

El amor sí existe en WoodstockDonde viven las historias. Descúbrelo ahora