Capítulo 30

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El trayecto en auto fue bastante tranquilo. Tanto mi padre como yo mantuvimos silencio, conscientes de que cualquier cosa de la que quisiéramos hablar, podríamos sacarla a colación durante el almuerzo. Cuando llegamos a Blue's, una ola de nostalgia me recorrió el cuerpo. Desde que era pequeña, mi padre y yo íbamos a ese restaurante a celebrar los logros del otro. Sólo nosotros dos. El Blue's era «nuestro lugar». No era uno de esos restaurantes lujosos a los que solíamos ir en familia porque eran los favoritos de mamá. Todo lo contrario. Era un lugar tranquilo y de aspecto cálido. Por dentro, las mesas redondas y de todos los tamaños se encontraban cubiertas por manteles de color azul, mientras que las paredes eran de un brillante azul pastel. Entramos y sentí como si hubiéramos retrocedido cinco meses en el tiempo.

Ahora que lo pensaba, mi padre nunca me había invitado a celebrar mi compromiso allí, lo que me hacía ver que, realmente, él no nunca le vio sentido a mi posible matrimonio con Joshua... Con eso en mente, esbocé una pequeña sonrisa mientras caminábamos por el lugar.

Nos sentamos en una mesa ubicada en la esquina del lugar, y esperamos pacientemente a que nos tomaran la orden. No hacía falta pedir el menú, ya que nos lo sabíamos de memoria. Yo pedí una hamburguesa con doble queso y un vaso de agua mineral, mientras que papá una ensalada con un vaso de agua simple, cosa que me extrañó. Él solía pedir hamburguesas con extra queso. Siempre.

¿Por qué se pedía una ensalada?

Cuando la chica pelinegra que nos atendió nos dejó a solas, hablé:

—¿Una ensalada? ¿Por qué? Siempre has dicho que son comida de conejo —pregunté, confundida.

Él soltó una breve risa..

—Y mantengo mi creencia, la lechuga es para los conejos... a menos que venga en una hamburguesa, claro está.

—¿Entonces por qué pediste eso?

—El médico me recomendó dejar las grasas saturadas y las comidas con mucho colesterol —explicó, dejando salir un suspiro, como si le abrumase el simple hecho de pensar en el tema.

—¡Cierto! Soy la peor —me lamenté—. Se supone que vine aquí justamente para estar al tanto de tu salud, y hemos hablado sobre todo menos eso.

—No digas eso, eres la mejor hija que podría haber pedido  —riñó—. Y si no hemos hablado de mi salud, es porque no quiero hacerlo. Ya he tenido suficiente de eso. Me dio un infarto, sí, pero lograron estabilizarme. Además, eso pasó hace casi un mes. Ya estoy mucho mejor —dijo con tranquilidad.

No le di una respuesta inmediata, porque, en mi mente, estaba sacando cálculos. Había dicho que se infartó hace casi un mes. Yo me fui hace casi un mes.

—¿Estás diciéndome que esté infarto te dio... no mucho después de que se cancelara mi boda? —cuestioné. Sus ojos me miraron con un deje de tristeza.

—Sí.

—¿Y por qué me lo dijiste recién hace unos días? ¿Por qué esperaste tanto? ¡Habría venido mucho antes! —hablé, exasperada.

—Por eso, hija. Porque no quería que vinieras —replicó con parsimonia—. Sabía que, si te habías ido bloqueándonos a todos, fue por algo. Quería darte el espacio que tanto necesitabas. Sólo te lo dije porque... —Negó con la cabeza, sonriendo tristemente—. Te extrañaba, creí que, si te contaba sobre eso, vendrías. Y lo hiciste.

—Yo...

—Siento haberte preocupado así —me interrumpió—. Quizá no debí haberte contado del infarto, pero...

—¿Qué lo provocó? —hablé, cortando su frase.

—¿Cómo? —preguntó, mirándome confundido.

El amor sí existe en WoodstockDonde viven las historias. Descúbrelo ahora