Sally
El olor a quemado inundó mis fosas nasales y me paré de un salto del sofá.
—¡Mierda! —escupí, prácticamente corriendo hacia la cocina.
Estaba tratando de hornear unos brownies para llevarle al señor Overton a modo de agradecimiento, pero tengo que admitir que no fue la mejor idea que pude haber tenido. Cocinar no era lo mío, lo sabía, y aún así me había puesto un delantal y googleado una receta.
Apagué el horno y lo abrí en tiempo récord. Un montón de humo salió de dentro y me hizo toser. Cuando por fin pude observar el estado de los supuestos brownies, mis hombros cayeron con decepción. No eran más que cuadrados negros que, apostaba mi meñique, fácilmente podrían noquear a alguien si eran lanzados a la cabeza con suficiente fuerza.
Me puse unos guantes de cocina para sacar la bandeja —ya que mi mano derecha estaba aparentemente curada, esperaba no añadir una quemadura— y la dejé enfriar sobre un plato de cerámica. Cuando estuvieron a una temperatura razonable, hice lo que, claramente, no debí haber hecho, y los probé.
Sabían a carbón.
No podía dárselos al señor Overton.
En realidad, no podía dárselos a nadie, probablemente sería considerado envenenamiento.
Me obligué a tirarlos a la basura. Estaba ultra-sensible, pues mi regla había llegado, y, con ella, mi sensibilidad se había multiplicado por mil. Me dolían los ovarios, estaba sola y se me habían quemado los brownies. Sentí las lágrimas acumularse en mis ojos y no pude contener mi sollozo.
Toda mi vida había sido una persona sensible, pero, con la menstruación, la más mínima cosa me hacía llorar. Ya sea de felicidad o por tristeza. Esa vez, era por tristeza.
—Putos brownies. Puto Joshua. Puto señor Overton. Puto Woodstock —dije.
Inmediatamente, lloré aún más.
—Lo siento, universo. No quería decir eso. Me agrada el señor Overton y me encanta Woodstock.
¿Por qué te estás disculpando, pedazo de estúpida? Estás SOLA en tu casa y nadie te oye.
Bueno, sí, estaba sola. Pero también tenía miles de sentimientos a flor de piel y lo único capaz de despejarme la mente sería caminar un poco.
Me puse una bufanda y una chaqueta para resguardarme del frío. Luego salí de la cabaña con la llave metida en el bolsillo.
Caminé en dirección a la casa del señor Overton. Más allá del lado izquierdo de su propiedad, un grande y extenso bosque se desplegaba, tan aterrador como liberador. Los árboles eran mucho más altos que yo, y me sentí consumida por la naturaleza en cuanto dejé la cabaña de mi jefe atrás.
No había ruidos; nada de vehículos, nada de gente, nada de... nada.
La tranquilidad inundó mi cuerpo y me sentí en paz. Respiré profundamente, tratando de impregnarme con el aire limpio del bosque. Seguí mi caminata, rodeada de tierra, hojas, árboles y mucha, mucha naturaleza.
En un momento dado, pisé, sin querer, una rama del piso. Ésta crujió bajo mi pie y no pude evitar que un chillido se escapara de mis labios. Siendo honesta, era una persona bastante miedica. No sé qué pensaba metiéndome en un bosque. ¡Era el peor escenario del mundo para mí, y el mejor para un asesino serial!
¡¿Por qué había decidido caminar por él, en primer lugar?!
Además, Santa mierda, estaba oscuro.
Como, oscuro oscuro.
No debí salir de casa en primer lugar. Fácilmente la hora rondaba por las ocho de la tarde cuando la súper idea de caminar por un bosque lleno de peligros acudió a mi mente. Y ya llevaba un buen rato andando. Al menos, eso creía.
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El amor sí existe en Woodstock
RomanceCuando Sally huye de California, luego de que su prometido le fuese infiel, llega a un pequeño pueblo con un puñado de gente. Allí, la vida parece sonreírle, sin embargo, no todo es perfecto. Junto a la felicidad, llegan los problemas. Y, junto a a...