Capítulo 25

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Sally

Me desperté cuando sonó mi alarma, de verdad que me era imposible ignorar ese ruido tan malditamente molesto. Estiré mi brazo a regañadientes para apagar esa musiquita del mal. Cuando por fin toqué el botón adecuado en mi pantalla, el sonido se detuvo.

A oscuras, me senté en mi cama y me estiré. Me sentía realmente agotada y me costó comprender en un principio por qué, si siempre me despertaba a la misma hora y nunca me sentía así. Sin embargo, apenas tomé mi celular y vi la hora en él —las dos y media de la mañana—, los recuerdos de lo que había hecho hace tan sólo unas horas volvieron a mi mente de inmediato.

Me iba a California, ¿cómo pude haberlo olvidado?

Sentí cómo mis ojos ardían y no pude contener un par de lágrimas. Simplemente me era imposible reprimirlas, sabiendo que tendría que dejar el lugar que comenzaba a sentirse como un hogar para mí. Y, no sólo eso, sino que también dejaría a personas increíbles en dicho lugar. Iba a dejar a Doris, a Hayley y... a James.

James.

¿Por qué siempre lo bueno tiene un final? ¿Y por qué este final llegó tan rápido?

El recuerdo del beso que compartimos aquella misma tarde, me hizo sentir de lo más miserable. Estaba yéndome, lo estaba dejando, aún cuando él me mostró una parte de sí mismo que, evidentemente, le era difícil de compartir con los demás. ¿Podría algún día perdonarme por lo que le haría? ¿Estaría yo siquiera allí con él, para ver si me perdona? Porque claro, mi regreso a Woodstock no estaba garantizado.

Mientras me ponía de pie y encendía la luz para dirigirme al baño, comencé a pensar sobre qué haría luego de mi viaje a California.

¿Me quedaría allá, con mi padre, o regresaría a Woodstock, con James y mi felicidad más genuina en años?

La decisión era realmente complicada y, lamentablemente, no tenía mucho tiempo para decidirme.

Mientras mi cabeza seguía divagando sobre aquello, encendí el agua caliente y me metí a la ducha. Tenía la esperanza de que el calor relajara mis músculos y pensamientos, pero no lo hizo.

Me deleité aplicándome el champú cuya marca sólo compraba desde mi llegada a Woodstock, debido a que era la única para cabellos como el mío en la tienda. Luego, esparcí con lentitud el jabón con aroma a vainilla por todo mi cuerpo. Quería alargar el momento lo máximo posible.

Cuando me obligué a salir de la ducha, ya eran casi las tres de la mañana, así que rápidamente me puse unos pantalones de chándal —sí, me sacrificaría e iría así hasta el aeropuerto, rogando por no morir de hipotermia— y una camiseta holgada con un abrigo de lana encima. No era mucho, pero por todos los años que viví como californiana, estaba segura de que ni en invierno hacía tanto frío.

Terminé de arreglar mi abrigo y me miré en el espejo del baño. Bajo mis ojos verdes, unas profundas ojeras revelaban mi falta de sueño. Y así, mi rebelde cabello pelirrojo no se quedaba atrás, pero me daba igual.

Con un suspiro, salí a mi habitación y cogí mi maleta —con la misma que había llegado a Woodstock— y mi mochila, posteriormente, bajé las escaleras con cuidado de no tropezar. Aunque, si soy sincera, un tropiezo que me dejara en el hospital de Woodstock por un tiempo no me molestaría tanto como debería...

Espera, Sally, no. No digas eso. Debes ir a California, lo haces por tu padre, no lo olvides.

La voz de mi conciencia me recordó lo que, al parecer, había olvidado durante todo lo que llevaba despierta: que este viaje no era por mí, sino por mi padre. Y, me gustara o no, debía subirme a ese maldito avión y llegar a Cali con la mejor de las sonrisas. Papá no se merece mi tristeza.

El amor sí existe en WoodstockDonde viven las historias. Descúbrelo ahora