Capítulo 29

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Agárrense fuerte, mis ratitas, porque se viene el capítulo más largo del libro hasta ahora.

Sally

La llamada con James se alargó bastante aquella noche. No podía negar que me había tomado completamente por sorpresa que no me hubiera mandado a la mierda luego de mi escape inexplicado, pero me alegraba saber que nada de lo que había dicho acerca de nosotros era cierto.

Gracias a él, anoche había logrado olvidarme un poco de todo lo que había pasado con Joshua. Claro, exceptuando la parte en la que él dijo que, fácilmente, mi ex podría ser el responsable de las amenazas.

¿Veía a Joshua posible de eso? Sí.

¿Estaba segura de que fuera él? No.

Un escalofrío me recorrió al recordar todos los mensajes creepys que había recibido hasta el momento.

—Señorita, hemos llegado —dice el conductor del Uber.

Me despido y bajo del auto, con el corazón en la garganta. Anoche, al terminar de hablar con James, me recordé a mí misma que estaba allí, en California, por mi padre, y que tendría que visitarlo lo antes posible. Así que sí, acababa de llegar a la casa de mis padres; casa en la que hace semanas que no ponía un pie dentro.

Mis manos comenzaron a sudar de tan sólo pensar en la reacción de mi madre. ¿Estaría Ester en casa? Eso haría todo mil veces peor.

Suspiré, armándome de valor. Avancé hasta la gran puerta blanca con cristales negros —típica de aquella zona— y toqué el timbre. Un par de segundos después, oí la voz de Mirna, tan familiar como siempre, avisando que abriría de inmediato. Pasé mi peso de un pie a otro, tratando de consolarme mentalmente.

—Hola, ¿qué necesi...? —la voz de la ama de llaves se apagó en cuanto reparó en mi presencia—. ¿Sally? ¡Dios mío! —sus ojos se agrandaron y me abrazó.

Rápidamente se lo devolví. Siempre le tuve mucho cariño a Mirna, ya que trabajaba en casa de mis padres desde antes de que yo siquiera naciese. Fue como una tercera abuela para mí y no me había percatado de cuánto la había extrañado hasta que la vi. En realidad, creo que no había extrañado a nadie de California y fue... como una revelación. Había sido tan egocéntrica, tan poco empática con mi familia, que ni siquiera había pensado en ellos durante tres semanas. Con eso en mente, la abracé más fuerte.

—Hola, Mir —saludé una vez que rompimos el abrazo—. ¿Cómo estás?

—¿Que cómo estoy? ¡La desaparecida aquí fuiste tú! Nos tenías a todos muy preocupados, niña, ¿en dónde has estado todo este tiempo? —interrogó.

—He estado... lejos. Necesitaba estar sola un tiempo —me limité a decir. Por alguna extraña razón, todo lo que viví en Woodstock, las personas que conocí, se sentía como de un mundo paralelo. Uno en donde no quería que nadie de mi vida en California entrara, ni siquiera Mirna.

—¿Pero...? —inició, pero se vio interrumpida por la voz de otra persona.

—Mirna, ¿por qué llevas tanto rato en la puerta?

Mi madre llegó hasta donde estábamos Mirna y yo, y frenó en seco al posar sus ojos en mí.

... —susurró—. Sally. ¡Sally! —exclamó. Un brillo de alivio pasó por sus ojos azules, pero inmediatamente fue sustituido por el enojo—. ¿Puedes explicarme en dónde diablos estabas?

Me tomé un momento para mirarla. Su cabello negro era tan brillante y liso como siempre, mientras que su aspecto seguía igual de pulcro y ordenado.

—¿No vas a invitarme a pasar primero? —dije.

El amor sí existe en WoodstockDonde viven las historias. Descúbrelo ahora