Capítulo 6

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James
A las seis y media en punto, ya estaba estacionado frente a la puerta delantera de mi librería, esperando a que cierta pelirroja terminase de cerrar con candado.

La observé atentamente cuando caminó en dirección al vehículo y, apenas abrió la puerta de copiloto, volví mi vista al frente, para evitar que me viese mirándola.

—Así que... ¿Me subo?

Noté que seguía parada en la acera.

—Sí.

Se montó en el auto y pude sentir su mirada clavada en mi mejilla.

—¿Qué pasa? —pregunté.

Ni siquiera supe por qué lo hice. Yo nunca hacía preguntas, porque esas siempre desencadenaban una conversación posterior que no estaba dispuesto a continuar. Sin embargo, con Sally —o la señorita Becket, como pensaba llamarla en voz alta para mantener las extrañas sensaciones a raya— me era inevitable hablar sin pensar. Por algún motivo desconocido, cerca de ella, no me sentía tan disgustado con la idea de conversar.

—Nada. ¿Por? —contestó.

—Porque no deja de taladrar mi mejilla con su mirada —aclaré.

—Yo no... —Alcé una ceja—. Bueno, sí. —Suspiró—. Es que no entiendo por qué hace todo esto.

—¿Todo esto? —repetí, sin entender a qué se refería.

—Llevarme a mi casa. Irme a buscar a mi casa. Darme ese paquete de macarrones cuando tenía el refrigerador vacío... No entiendo nada de eso —explicó.

No dije nada, porque realmente no tenía nada que decir. Ni yo lo entendía, pues —y por más egoísta que me hiciera sonar— yo no era ni un buen vecino ni un buen samaritano. No solía ayudar a las personas simplemente porque sí, pero la ayudé a ella. La ayudé... porque me pidió ayuda. Sin esperar nada a cambio. Y el simple pensamiento de aquello me daba pavor.

No podía permitir que una simple pelirroja alterara mis esquemas. No iba a darme el lujo de derrumbar esas barreras que me tardé años en levantar sólo porque llegue alguien con una sonrisa bonita a hacer bromas y a llevarme comida.

—¡¿Ve?! —exclamó ella, sacándome de mis pensamientos—. Hace todo eso y luego me ignora y me mira como si me odiase. ¡Y no he hecho nada para que me odie! Bueno, que sí, hablo mucho. Y soy demasiado entrometida a veces, lo reconozco, ¡pero no lo hago de mala persona!

Casi me reí de su perorata. Apenas la conocía, pero se notaba a leguas que era de todo menos mala persona. Me llevó un sándwich de queso aún cuando le dije que no quería que me comprase nada. Y luego fui un imbécil con ella e hice que saliera corriendo de mi despacho, sintiéndome como una mierda justo después. Por lo que me obligué a ir y comer con ella. Y hacía años que comía solo.

—No la odio —fue lo único que contesté.

Sally dejó escapar una risa carente de humor.

—Avísele eso a su voz... Y a su cara —dijo.

¿Me sentí un poco mal por darle a entender que sentía eso hacia ella? Sí. ¿Haría algo al respecto? No.

Sería mucho más fácil para ambos si no nos conocíamos. Además, no quería darle la impresión de que tenía intenciones de ser su amigo, porque, claramente, no quería serlo. Estaba bien solo.

¿Entonces por qué la llevas a su casa, eh?

Me dije a mí mismo que simplemente lo hacía porque no podía dejarla caminar sola a casa. No porque me preocupara por ella, sino porque, si algo le pasaba, me quedaba sin empleada. Sólo por eso. Nada más.

—¿Sabe qué? Me da igual si no quiere hablar conmigo, no lo he obligado a llevarme hasta la cabaña, así que, si va a tenerme de copiloto, haré un monólogo si es necesario —soltó, tomándome por sorpresa—. Muy bien, le cuento: estoy leyendo un libro...

Y así, comenzó a explicarme la trama del libro que estaba leyendo. No entendía absolutamente nada de lo que decía, pero me quedé fascinado con la forma tan apasionada en la que hablaba sobre su lectura. Dio su opinión sobre algunos personajes —de los cuales no recuerdo el nombre— y también sobre la pluma de la autora. Detallaba sus escenas favoritas hasta el momento y las que menos había disfrutado de leer. Fue hipnótico escucharla y puede, sólo puede, que haya conducido un poco más lento de lo normal, para poder escucharla hablar un poco más.

Me di una patada mental en las pelotas por querer alargar mi tiempo con ella, pues no tenía por qué hacerlo.

Cuando llegamos a la cabaña, se bajó con una rápida despedida y entró a su casa. El silencio me envolvió y, muy a mi pesar, extrañé el vómito verbal de la pelirroja.

Conduje hasta el lateral de mi casa e hice mi especie de coreografía para bajarme del auto.

Estiré mi brazo hacia el asiento trasero hasta que di con mi silla de ruedas y la atraje hacia mí. Normalmente, la dejaba en el asiento de copiloto para facilitarme el trabajo. Sin embargo, si quería —no, «quería» no—, si debía llevar a Sally a su casa, tenía que dejar la silla en los asientos traseros. Suspiré y continué con el trabajo. Abrí mi puerta y extendí mi silla fuera. Luego, con cuidado, me apoyé en los brazos de ésta y me trasladé del auto hasta ella, con una facilidad que había adquirido luego de años de práctica. Suspiré, bloqueé mi auto y me encaminé a mi cabaña.

Me enfurecía el hecho de que la presencia de esa pelirroja me desestabilizara tanto. Llevaba tres días en la ciudad, maldita sea, y ya estaba cambiando mi rutina por ella.

Tendría que alejarme, dejar de... sentir esa necesidad de ayudarla. Pero a la mierda, no pensaba dejarla sola. No me correspondía hacer de príncipe azul, porque estaba tan jodido que ni siquiera era capaz de salvarme a mí mismo, pero al menos podría evitar que esa pobre mujer se hundiera.

Se notaba que, a pesar de esa alegría que irradiaba, estaba lastimada. Herida.

Apreté mi mandíbula de tan sólo imaginar a alguien lastimándola. Y eso. Esa rabia irracional que aquella idea me provocó, me hizo darme cuenta de lo peligrosa que era Sally.

N/A:
Hola, ratitas de laboratorio. ¿Cómo están?

Bueno, este es el primer capítulo narrado por James (un poco cortito, lo sé) pero prometo escribir desde su punto de vista más a menudo.

¡Los quiero!, y muchísimas gracias por leer💞

El amor sí existe en WoodstockDonde viven las historias. Descúbrelo ahora