III

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El oficial Hughes, contrajo su cabeza retrayéndola a la par de sus hombros, cerrando un ojo como si fuera a recibir un golpe al escuchar la voz del Sr. Larsen.

Solo entonces Radiel se volteó para recibir un gesto un tanto reprochable por parte del mayor, y una pícara sonrisa del demacrado oficial.

‒Veo que aún eres capaz de conservar la gracia en momentos inapropiados ‒apoyándose contra el marco de la puerta, cruzándose de brazos, manteniendo la distancia entre la cama y él, observando cuidadosamente al oficial.

‒Mi esencia siempre se mantendrá intacta, Sr. Larsen ‒respondió finalmente, adquiriendo la postura más recta que pudo‒ Disculpe las molestias ocasionadas y gracias por el asilo pero, temo que no podré quedarme aquí.

‒Tus cachorros están en el hospedaje para mascotas y tu jefe ya recibió tu certificado médico por tres meses ‒no lo dejó continuar.

‒¿Qué? Tres...

‒Ya lo oíste. No irás a ninguna parte sin supervisión.

‒¿Realmente crees que no lo haré?

‒Sé que sí, si quisieras. Por eso estoy aquí.

La mirada del oficial demostraba cuán disconforme estaba con aquello, mas la del Sr. Larsen yacía firme y decidida.

Radiel, quién aún no se había movido de donde estaba, solo dirigía y re dirigía la mirada a ambos, sin decir palabra.

Ya que toda la escena parecía estar detenida en un empate de miradas entre aquellos dos, el morocho apostó a encontrar algo más para hacer fuera de la habitación, y se retiró tan sigiloso como era propio de él.

Tan pronto como el tercero se marchó, ambos parecieron sentir que el peso de sus miradas implicaba demasiado como para seguir sosteniéndolas, por lo que la apartaron del otro.

El Sr. Larsen, respiró profundo antes de avanzar dentro de la habitación, sentándose en el diván bajo la luz de la ventana, solo para poder echarse en este con evidente comodidad.

‒¿En qué te encontrabas husmeando para que Hills te notara? ‒comenzó el mayor cruzando los brazos sobre su cuerpo, aunque a penas al oír la pregunta, el interrogado bostezó exageradamente acomodándose nuevamente en la cama.

‒Parece que aún no me siento bien, dormiré un poco más ‒improvisó el oficial cubriéndose con la sábana luego de darle la espalda al otro, que lo miraba con evidente incredulidad pero, para sorpresa de ambos, no dijo nada más al respecto.

No se trataba de que no planeaba inicialmente reclamarle por su actitud, sino que el repentino recuerdo de cómo lo vio colgando a su suerte detrás de aquel vitral, lo hizo sentirse sorpresivamente considerado y en cambio solo se quedó viendo su espalda en silencio.

‒Puedo sentir tu mirada como si me estuviera rajando la piel... ‒se oyó un murmullo proveniente del oficial luego de algunos minutos.

Solo entonces el mayor desvió la mirada, redirigiéndola fuera de la ventana. Mientras el oficial procuraba que lo cálido de aquella cama lo anestesiara o lo que fuera, con tal de evitar el discurso que sabía llegaría en algún momento. Pero simplemente, no pudo conciliar el sueño otra vez.

Aquello no se sentía bien. Había demasiadas interrogantes por hacer, tantas que el mayor dudaba obtendría respuestas pronto pero, aun así, descubrió que estaba dispuesto a esperar tanto como fuese necesario para conocer la verdad.

El silencio se había apoderado de toda la habitación, incluso sus respiraciones parecían haberse detenido de lo tenso que se había puesto el ambiente.

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