XIII

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El sol brotaba en brillantes naranjas a través de su ventana, iluminando la figura de aquel que había permanecido cada interminable hora esperando a que el cielo se tiñera de celeste nuevamente, asegurándose de que la copa en su mano no se quedara vacía en ningún momento.
‒…Quizás debería descansar un poco, esta noche es importante… ‒ese había sido el tercer intento de traer de regreso a su jefe, antes de que este se volviera a verlo con una expresión que parecía suficiente respuesta. Fue por ella que escogió no decir nada más mientras veía al otro ponerse de pie y caminar con cierta debilidad en sus pasos hasta la cama.
‒¿Me permite hacerle una pregunta? ‒Radiel se mantuvo a una distancia prudente, lo suficientemente lejos para no incomodar, lo suficientemente cerca para ayudar si lo viera necesario.
La mera pregunta pareció darle algo de gracia a su oyente, que mofó antes de indicarle que lo hiciera con un gesto.
‒¿Fue como esperaba?
En el silencio que le siguió a la pregunta, el segundo zapato que el mayor se había retirado, cayó al suelo con cierta molestia.
‒Sin lugar a dudas estás muy conversador últimamente Radiel… ‒las palabras llegaron al mencionado como una invitación a retirarse, la cual tomó y se dirigió en silencio a la puerta.
‒Prepárame un café para llevar y alista el coche… iremos a dar un paseo.
Para cuando el ayudante se volvió a ver a su jefe, la puerta del cuarto de baño se cerró energéticamente tras el otro, y sin necesidad de palabras, obtuvo su respuesta.


“‒No he matado a nadie que no se lo merezca.
‒Tú no eres quien debe decidir eso. Las personas que hacen daño, no te lo hacen solo a ti, se lo hacen también a otras personas, que también están esperando que hagan justicia.
‒Si ellos no se atrevieron o no tuvieron los medios para hacerlo por sí mismos, no es mi problema.
‒¿Cómo puedes decir eso?
‒Dices que yo no puedo decidir sobre si tomar sus vidas o no, entonces ¿por qué tu gente lo hace?
‒Solo en casos extremos.
‒Por favor, no eres tonto Aghat, no finjas serlo. A la hora de la verdad, ellos son solo personas, con prejuicios, preferencias, que dispararán y señalarán al que haga falta… Y tú no eres diferente.”
La expresión agraviada que recordaba en el rostro de su viejo amigo cuando pronunció aquellas palabras, se disolvió al abrir sus ojos cuando el auto se detuvo y vio a través de la ventana, la conocida y sin embargo ajena casa.


“Y tú no eres diferente…”
Observó el arma que tenía en sus manos una vez más, y redirigió la mirada al blanco lejano que tenía en el campo de su abuelo.
Luego de un par de horas de sueño, Aghat volvía a sus cabales. Toda la tensión obtenida recientemente se había esfumado con tan solo apoyar su cabeza en la almohada, aquella cuyo abuelo le había dado luego de un largo rato de llanto y contención fraternal.
Sus ideas se habían acomodado y pronto, su espíritu de oficial justo volvió a aparecer.
En lo que practicaba su puntería, su mente se encargaba de repasar todos y cada uno de los momentos que compartió con Larsen y su Jefe. Sumándose alguien más, que comenzaba a ser más útil de lo que imaginó… Hills.
En su cautiverio, Hills se había hallado más de una vez teniendo llamadas telefónicas con un sujeto, el cual parecía ser el responsable del mismo. No solían ser buenas noticias, porque cada que alguna de aquellas terminaba, su asistente se encargaba de golpearlo.
Dentro de aquel caos, lo único completamente sano del oficial era su memoria y gracias a ella, más la información que había recopilado de aquel cuarto, pudo conectar todo debidamente.
Después de todo… Larsen había sido la verdadera pieza que faltaba para completar el rompecabezas.
Su cabeza parecía ir de aquí a allá en una red que recién ahora podía comprender, cuando cierto ruido detrás de él lo hizo girarse, apuntando a lo que fuera estuviera ahí, y para su nula sorpresa, allí estaba el conocido rostro.
‒¿Qué haces aquí?
‒Uno pensaría que luego de todo este tiempo ni siquiera necesitarías la mira… ‒comentó el mayor negando reprobatoriamente con una expresión tranquila a pesar de que la mira continuaba puesta en él.
‒No necesito la mira desde esta distancia ‒y aunque ambos sabían que era cierto, uno de ellos estaba cómodamente parado, listo para servir de ejemplo, quizás confiado por la persona que tenía delante, o quizás porque sabía que no lo culparía si disparaba‒ Incluso me has seguido hasta aquí, ¿qué quieres?
Los labios del mayor se separaron dispuestos a corregirlo, pero acabó soltando las palabras en un suspiro antes de continuar. ‒Hay una conversación que aun no hemos tenido.
Algo de consideración surcó el rostro de Hughes, pero se desvaneció al oír los pasos ajenos acortando distancias y sin prisa, bajó el arma y se reincorporó para avanzar de regreso a la casa de su abuelo.
‒Debí suponerlo… ‒comentó sonriendo cuando el otro pasó a su lado‒ Le has dado la espalda a todo lo indecente que han estado haciendo tus compañeros de cuartel todos estos años, ¿por qué sería diferente con tu jefe?
‒¿Estas decepcionado? ¿De que no corrí a unirme contigo a algún grupo de gangsters para ayudarte a hacer de justiciero porque tu padre sufrió un incidente desafortunado y tu madre te dejó por tu cuenta?
Enfrentados a una distancia demasiado corta, el oficial pudo notar como la expresión del mayor se congeló, pero no como sus dedos se clavaron en su palma con fuerza.
‒¿Qué? ¿Creíste que eras el único que había investigado? Todo lo que has hecho solo parece una gran rabieta, no seré parte de eso, haré las cosas bien.
Antes de que volviera a darse la vuelta, un golpe hizo que perdiera el equilibrio, terminando en el suelo.
‒Tú no sabes nada.
De haberse detenido a verlo, el oficial probablemente se habría sorprendido de la expresión colérica y tan inusual para el mayor, pero ofuscado por el enojo, se reincorporó rápidamente para devolverle el golpe, comenzando una pelea de idas y vueltas en la que ninguno parecía quedar atrás, mientras pronunciaban cosas que ni siquiera pensaban.


La puerta del auto se azotó con fuerza tras la figura del mayor, y para cuando Radiel se volvió a verlo inquisitivo por las marcas, solo oyó la orden “Vámonos”, a la que obedeció poniendo en marcha el automóvil, viendo el rostro magullado de Hughes en el retrovisor al marcharse.
Luego de ver el vehículo perderse, el oficial pasó un par de dedos por la comisura de su labio inferior, sintiendo el sabor metálico de la sangre fluir de este, mas solo negó en un gesto para sí, recogiendo el arma para volver a tomar una ducha.
Fuera de la atención, un par de binoculares eran bajados de la vista de su observante y guardados en un cajón.

En lo que el mayor bajaba las escaleras con un periódico en mano, Hughes había decidido cambiar de dirección y ahora, ingresaba al establo para usar las duchas del mismo, dejando segundos atrás la escopeta colgada detrás de la puerta, junto a otros artefactos de granja. Tiró su sucia y maltrecha ropa sobre la puerta de una de aquellas y dejó correr el agua hasta decidirse por meterse debajo.
“Los lugares que pueden hacerte bajar la guardia de ese modo, pueden ser los más peligrosos…” 
Las palabras de su jefe retumbaron en su cabeza de pronto, como haciendo eco en ella.
“Claro que lo creo Señor, es usted muy sorprendente” se contestó mentalmente en lo que abría los ojos y los fijaba contra la pared despintada que lo enfrentaba, visualizando el rostro de su viejo jefe mientras planeaba en lo que haría a continuación.
No importaba si Larsen estuviera o no, solo importaba el hecho que debía tomar las riendas por una vez en su vida de todo lo que le estaba pasando, como hombre; seguro de sí mismo.


‒Habrá un pequeño cambio de planes, probablemente Doe vaya como jefe de la policía…
“En una pena, quería acabarlo con sus propios colores, pero con Aghat allí, no se atreverá”
El silencio se había impuesto desde que se habían marchado de aquella casa y conociendo al hombre que había acompañado por años, no había hecho ningún intento por interrumpirlo, hasta que sus palabras le dieron el tácito permiso de hacerlo.
‒¿En qué afectará el resultado?
La pregunta pareció ser la que Larsen había estado esperando, pero no quería aun materializar lo que implicaba, por lo que solo negó.
‒Lo importante es que no afecta tu parte. ¿Has vuelto a repasar todo?
‒Todo ‒confirmó sin molestarse en profundizar en lo que omitía, mientras terminaba de ayudarlo a colocarse el saco, apartándose para dejar que se lo abotonara.
Viéndolo frente a sí, Larsen no pudo evitar repasar en las conocidas facciones, todo por lo que habían pasado hasta ese mismo momento, el aparente final, y aunque muchas veces se había encontrado en aquel punto, algo parecía preverlo de que esta vez así era.
La mano del mayor se posó sobre el hombro de su viejo ayudante y lo palmeó levemente en un gesto mucho más íntimo de lo que alguien ajeno podría comprender.
‒Gracias…
Ambos allí se conocían lo suficiente como saber lo que hacía falta que se dijera y lo que no, quizás era por eso que Larsen nunca había necesitado decirlo, e incluso ahora, no vio necesario decir más y, sin más sentimentalismos, se marchó.
Radiel se quedó viendo hacia el punto en el que había desaparecido el automóvil por un largo momento antes de regresarse, deseando en silencio haber creído alguna vez en algo más grande, solo para pedir que aquel obtuviera la paz que se merecía.


Por años, se había encargado de proveer paralelamente a los dos grupos de crimen organizado más influyentes del área, asegurándose de que las faltas de uno siempre señalaran al otro y preparando cada pequeño detalle para que cuando las cosas llegaran a su punto de ebullición, ni siquiera la honestidad o el falso deseo de paz pudieran evitar el enfrentamiento, y la misma gravedad arrasaría con aquel sujeto. Pero ahora, tendría que ensuciarse un poco más de lo esperado para evitar que tratara de volver a emerger.


Su viaje en tren de vuelta a la ciudad había sido diferente.
No era el mismo sol de siempre perdiéndose en el horizonte, dibujando un nuevo atardecer ni el bullicio de su marcha constante lo que lo hizo sentir que esa sería su última vez.
Tampoco fue la gente típicamente desconocida en los asientos contiguos dentro del mismo vagón, ni el clásico pitido que anunciaba cada parada que hacía.
Fue la sensación de vacío.
Aquella que sintió al repasar todo el intento de plan que se había armado; uno ideal, donde su jefe confesaba sus faltas, conseguía grabarlo y arrestarlo. Donde Larsen llegaba tarde y salía ileso, sin dejarle reavivar la bronca convertida en venganza, de todos esos años acumulados.
Donde nadie complicaba más las cosas y todo volvía a su lugar.
Ahí fue. El momento en que Hughes había, después de tanto tiempo, comprendido.
El momento en que sabía que lo inevitable pasaría, mas no podía hacer más que amoldarse y aceptarlo.
Bajó del tren entre la multitud, sintiéndose tan mortal como cualquiera, por primera vez agradeciendo el haber tenido una vida digna o por lo menos el haberlo intentado.
Caminó seguro y altivo como en aquellos días de cadete recién llegado, disfrutó cada paso que dio hasta dar con el lugar que lo habían citado. Aislado y silencioso como era lo habitual.
Inmediatamente reconoció a la familiar silueta, de pie y de espaldas, esperándolo junto con un grupo de hombres como lo presintió.
‒Me sorprendió tu llamada… ¿Qué le ha pasado a tu cara?
La pregunta y expresión preocupada que le dirigió el mayor pareció chocar contra un gran bloque de hielo. Aquel hombre que por tantos años había reconocido prácticamente como un padre, ahora parecía un completo desconocido frente a sus ojos, y su falso interés solo le hacía más difícil mantener su aparente compostura.
‒Gajes del oficio. Te dije que encontraría algo que valiera la pena ‒respondió sonriendo con su natural soltura en lo que tomó el arma que se le extendió y lo acondicionó‒ ¿Estos hombres?
‒Les pedí que vinieran en caso de que hicieran falta, ellos son de confianza, no te preocupes. En caso de que haya alguien dentro, nos cubrirán.
‒Bien, no perdamos tiempo, vamos.
El mayor se mofó de su entusiasmo, palmeando amistosamente su espalda antes de darle algunas indicaciones al resto y avanzar.

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