XII

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Contrario con lo que esperaba encontrarse, halló un cálido monoambiente con un par de sofás y una mesa ratonera en el medio. Una estantería con libros de psicología y un escritorio casi al final del cuarto, con una silla giratoria y una lámpara de mesa. No había ventanas, solo algunos cuadros de Da Vinci que decoraban el desgastado amarillento de sus paredes.

Se adelantó con pasos lentos aunque firmes, observando las esquinas de la habitación. No parecía haber cámaras pero, aun así, no bajaría la guardia.

Dentro de los cajones no encontró nada sospechoso, excepto por el último que no se abría, por lo que sacó la navaja de bolsillo que había comprado en el camino de vuelta e intentó abrirlo, consiguiendo que ceda luego de unos cuantos minutos.

"¿Una llave?" Hughes quedó observando el interior del cajón por unos segundos hasta que se decidió por buscar en la habitación algo que diera indicios de precisar una llave.

Alzando su atención a la pared al recordar la habitación faltante, se reincorporó y acercó, apoyándose para golpear con sus nudillos y, al confirmar su duda, la recorrió en busca de una entrada.

Y allí la encontró, detrás de aquella estantería. Aunque para su sorpresa, la llave no fue necesaria.

Esa habitación se parecía más a la que imaginaba tendría a quién había estado persiguiendo esos años y creía su viejo amigo. El orden no podía ocultar la variedad de papeles y carpetas apiladas en el escritorio a un lado, ni en la mesa justo en medio de la habitación, que parecía encaminarlo a la pared opuesta donde una serie de imágenes, noticias y diferentes datos se encontraban unidos aparentemente de manera caótica por un hilo, pero que a los ojos de un oficial como él podía ser comprensible.

Recordando que su tiempo era contado, no se detuvo en aquel esquema que sabía le tomaría algo más de dedicación y, en cambio, se volvió a buscar algo más puntual en aquel escritorio. Su mirada recorrió los papeles y bajó a los cajones, comenzando por abrir estos uno a uno hasta que, en el interior de uno de ellos, encontró el sitio al que pertenecía aquella llave.

Radiel recibió el abrigo de Larsen luego de entrar a la residencia, colgándolo mientras el otro recorría insistente el sitio con la mirada.

Una pizca de inquietud vagaba por la mirada de Larsen, que luego de soltar el aire con profundidad, se adentró por el pasillo hacia su habitación obligándose a relajarse, pero la figura que apareció ante él lo alcanzó antes de que siquiera reaccionara, tomándolo del cuello de su ropa con la misma ira con la que luego lo azotó contra la pared a un lado, y al encontrarse con aquella expresión que nunca había visto en el rostro de su viejo amigo, no se atrevió a defenderse.

‒¡Tu! ¡Tú lo sabias!

Larsen tensó el rostro contrayendo por reflejo su mandíbula, con la mirada insistente y penetrante del oficial sobre la sobresaltada suya.

‒¡Habla!

La abrupta insistencia del menor consiguió hacer que algo dentro de él pensara que había sido un error traerlo allí para protegerlo. Quizás aquella no había sido la mejor opción...

‒Sí ‒fue lo único que atinó a responder, procurando tragar aquel nudo que comenzaba a formársele en la garganta.

‒¡MALDICIÓN ETÁIN! ‒lo soltó con la misma exasperación con la que lo había sujeto antes y se alejó de él, llevando sus manos a su cabeza. No podía dejar de verlo, aun incrédulo.

El mayor se reincorporó sin alejarse mucho de la pared, alejando la mirada de él.

‒¡Todo este puto tiempo lo supiste! Jugaste al niño bueno, me diste asilo fingiendo preocuparte e incluso volvimos a ser como antes, tanto que por un momento pensé que él estaba equivocado respecto a ti... ‒el oficial señalaba ahora al mayor con el índice, retomando el paso hacia este, pero el mayor lo interrumpió.

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